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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El PP llega entero al 'sprint' electoral

Todo político en ejercicio del poder ha de practicar con mayor o menor aptitud el arte de birlibirloque, que es en suma una forma de encantamiento. Eduardo Zaplana, como se recordará, fue un maestro en lo que podríamos describir como su variante mítica. Encandiló a la gente con sus azarosas iniciativas, que ya nos costaron un riñón y nos siguen costando la yema del otro. Era el suyo un discurso henchido que a menudo ilustraba sacando un nuevo proyecto de su sombrero retórico. Tal fue el pufo financiero que dejó a sus continuadores.

El presidente Francisco Camps hizo suya la receta, pero en su caso lo que ha mitificado es la prosperidad general y sin fisuras. De creerle, el país está viviendo una coyuntura de excepcional bonanza económica y se ha convertido en una tierra de oportunidades. A este respecto aduce el molt honorable el aluvión inmigratorio atraído por el rico panal. Ya somos casi cinco millones, dice, y seguramente redondearíamos la cifra, añadimos nosotros, si se censasen cuantos pernoctan bajo los puentes del Turia, los nuevos valencianos en expectativa de legalización, que de momento sólo tienen techo y un carrito del súper, ese icono del consumo.

Y habremos de reconocer que el discurso ha funcionado bien hasta ahora. Si la prosperidad no es ni mucho menos tan general como se airea y las constantes vitales o estructurales el país son precarias, la verdad es que se ha multiplicado el número de ricos debido a la súbita, descomunal y especulativa revalorización de los terrenos urbanizables. Los beneficiarios constituyen buena parte de la clase que ampara la hegemonía del PP y que es insensible a los estropicios que se hayan perpetrado en el territorio. Al lado de esa opulencia es poco menos que irrelevante la respuesta medioambiental, a pesar del annus horribilis -en realidad, una década- que se ha consumado, según Eugenio Burriel, portavoz del PSPV en esta materia.

Por otra parte, tampoco parece que el crédito electoral del PP haya sido muy mellado por el rosario de corrupciones que jalonan el partido desde Torrevieja hasta Castellón. Los gerifaltes conservadores se han blindado de cinismo frente a este fenómeno y no se dan por enterados, o bien lo explican mediante la teoría de la conspiración judicial que, a su entender, les ha convertido en víctimas. En este aspecto, los próximos meses van a ser decisivos, pues se concluirán algunos sumarios, se abrirán las vistas orales y asistiremos al desfile espectacular de reos notables. Para entonces es probable también que ya estemos todos curados de espanto, pues la venalidad, el soborno y la corrupción, en suma, se han banalizado hasta ese punto.

Más grave pudo ser, por su incidencia electoral, el accidente del metro de Valencia con 43 muertos y con la flagrante evidencia de la falta de inversiones en seguridad. No se han formulado cargos penales y el asunto se ha liquidado deprisa y corriendo, dejando que fuera el consejero José Ramón García Antón quien lidiase el problema y condensase las eventuales responsabilidades políticas. Lo importante era que no salpicasen al titular de la Generalitat, quien, ciertamente, apenas se dejó ver a lo largo del trágico episodio. Cuando se emprendan las campañas por el voto, el recuerdo habrá perdido virulencia y, en todo caso, no procederá argüir con las vidas perdidas. Bastará con que recordemos las consecuencias funestas de la política entendida como espectáculo, que conlleva la perversión de las prioridades. ¿Qué ha de primar, Mundo Ilusión y la Ciudad de las Lenguas o la seguridad en el transporte público? Pues eso es lo habría que penar en las urnas.

Y cerremos esta crónica con una flor al Consell, que bien la merece, pues hay que reconocerle el mérito de haber cerrado este año y sin dificultades la reforma del Estatut. El mismo PSPV habría de compartir tan pírrica gloria, que a la postre sólo interesa a quienes viven del negocio autonómico, decimos del acrecido número de políticos y funcionarios que administran la descentralización. No creemos que la gesta movilice al vecindario ni nutra discurso alguno. Tampoco el PP lo necesita, pues llega entero al último tramo -puro sprint ya- de la carrera electoral.

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LUIGI SETTEMBRINI

La Bienal de Valencia ha tenido tres ediciones y todas dirigidas por un espabilado a quien se le dio cuartel por estas tierras. Para la próxima bienal se ha prescindido de sus servicios porque no ha convencido su propuesta y el pollo reclama más de un millón de euros de indemnización. Lo que nos preguntamos es si el contrato ampara esta demanda y, en tal caso, habría que pedirle cuentas al político pródigo o memo que lo decidió. Que Luigi Settembrini haya encontrado el santo por estas tierras no le autoriza a llevarse también la peana.

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