Fin de año químico
En Nochevieja, la droga ya se ha convertido en algo tan presente como el alcohol, y los traficantes agotan existencias. El año que termina ha sido el de la mayor extensión del consumo recreativo de drogas entre la población (y no sólo la juvenil). Este mismo mes, un joven veinteañero moría de parada cardiorrespiratoria en el aparcamiento de una discoteca valenciana. Ha sido quizás el período en el que mejor información se ha difundido sobre los daños que implica el consumo -según la última Encuesta sobre Alcohol y Drogas del Ministerio de Sanidad, sólo el 14% de los españoles cree hoy que la droga no perjudica- pero ha visto crecer cotidianamente los índices de ese consumo.
Si bien las cifras de ingesta de cocaína se han duplicado a lo largo de esta década, el año 2006 ha visto reaparecer el LSD como droga fiestera, así como las setas alucinógenas. Ha visto renacer el peligrosísimo anestésico conocido como ketamina -también llamado Special K, que puede provocar agujeros negros en la mente- y el éxtasis se abre paso como en tiempos pretéritos, bien en formato granulado, bien en pastilla. Lo hace, pese a que científicos de la Universitat de València acaban de demostrar, mediante experimentos con ratas, que esta sustancia impide la generación de nuevas neuronas en el cerebro.
"Recuerdo irme a casa con un chico y, al despertar, ver que se iba a lanzar por el balcón"
Las cifras de ingesta de cocaína se han duplicado a lo largo de esta década
Algunos valencianos, que acabarán 2006 como lo empezaron, consumiendo drogas en fiestas, repasan su relación con unas sustancias ilegales cada vez más extendidas
"Fui a una discoteca hace poco y me encontré con que aún había gente de mi época"
En las pandillas, el porro y la coca se consumen entre semana, y las pastillas, los sábados
Píldoras y cápsulas de todo tipo -Viagra incluida, para no fallar en el sexo salvaje- campan hoy a sus anchas en el mercado de la madrugada. Y lo hace el speed, en espera de una mayor difusión de la metanfetamina crystal meth, que provoca estar varios días sin dormir. A continuación, siete usuarios de droga de fin de semana comentan su experiencia en carne propia. De manera abierta y cruda, como se produce hoy el consumo.
"Me ha pasado salir de un after y ver que he olvidado cómo volver a casa". Enric -así quiere ser referido- está en la cuarta década de su vida, pero su fin de semana no difiere del que viven otros que son mucho más jóvenes. "Salgo, pillo, esnifo, bebo, desfaso, me coloco, bailo en la pista, me siento juvenil", dice. "Me toca controlar y soportar presión en el trabajo, de fiesta me gusta evadirme, llegar a lo contrario", apunta, aunque eso signifique terminar la noche en plan duro. "Me ha pasado salir de un after y ver que se me había olvidado cómo volver a casa, he seguido la fiesta matutina en supermercados, he llegado a estar casi en coma en una parada de autobús". "Mi opción de ocio es ésta, ya sé que a otros les da por tener hijos", sentencia. Ha tenido resacas alarmantes, y también sustos -"una vez a un amigo y a mí, después de esnifar en un hotel, el corazón casi se nos sale por la boca"-, pero aún no los considera elementos suficientes como para retirarse de las largas noches. "No me meto cada semana, ni durante la jornada laboral", añade. De joven, en plan experimental, consumió estramonio -una planta con efectos alucinógenos-, absenta y coca. Luego tuvo un parón. Ahora ha vuelto a la coca. "Me da vidilla, hay por todas partes y la puedes consumir donde sea".
"Comprar cristal es un ritual". Cris y su grupo de amigas posuniversitarias no hace tanto que están en la veintena. "Antes me gustaban las pastillas llamadas Love, que llevan dibujadas un corazoncito", comenta; "ahora pegan mucho unas que llevan unas cerezas [se las conoce como pachás] y son horribles, muy jacosas". Es el término que en el argot nocturno se aplica a las pastillas con un efecto parecido al de la heroína. "Prefiero el cristal, es mejor para bailar". A 60 euros el gramo, se conoce como cristal a una solución granulada de MDMA, sustancia del éxtasis. El consumidor unta el dedo y chupa una dosis, aunque hay quien lo lame o lo aspira. "Sólo me hago droga cuando salgo de fiesta, y no es tan frecuente", dice. "Pillar cristal es un ritual que tiene su gracia: detectas al punki de turno, te enteras si esa noche lleva material, ves a otra gente que también quiere comprar, te relacionas, y al final formas un círculo especial". "Dicen que pasa mucho, pero yo no veo que hoy día los tíos usen la droga para ligar chicas, quizá es porque yo voy a sitios gay", reflexiona. "Una vez probé una cápsula nueva que contenía polvo rosa, lo esnifé y vomité todo y más, me dejó hecha una zombi". "Prefiero no ir más allá de lo que conozco", dice.
"La ketamina me dejó la percepción para el arrastre". Se hace llamar Casper, se mueve en un ambiente moderno, tiene más de 20 años. "La convención social entre los jóvenes te empuja a tomar lo que sea, quien queda raro es el que no lo hace", opina. El éxtasis, sustancia que hoy resurge, y que puede conseguirse incluso a 3 o 5 euros, en ocasiones le ha proporcionado "una sensación de amor universal". No obstante, ha tenido experiencias muy distintas: "tras una ruptura amorosa, en un festival tomé 6 pastillas diarias y esnifé trifásico [mezcla de pastilla, cristal y speed]". Al acabar el desfase, sintió "pinchazos en la cabeza, terror a la oscuridad, desequilibrio cerebral". Otra de sus experiencias fuertes ha venido con una sustancia anestésica que hoy gana terreno, la ketamina, a 60 euros el gramo. "Fue en una rave, la esnifé y vi mi cuerpo en el suelo, me creí un pájaro". "Moví los brazos como alas y grité sin parar ¡soy una gaviota!". "Me dejó la percepción para el arrastre", recuerda. Algo que también sucede, opina, "cuando uno consume setas alucinógenas, algo que ahora está a la orden del día". Casper, en este momento, se considera "limpio de la droga". "Pero hoy es Nochevieja, y la verdad es que me pica el gusanillo", dice.
"La moda es fumar porro como si fuera tabaco". Javi, alrededor de 25 años, fuma un par de porros de cannabis al día. "Pero yo he visto fumar hasta diez o doce a chavales mientras trabajan de obreros". El hachís que se trafica hoy es de calidad; lo mínimo para comprar son piezas de diez euros, de las que salen unos ocho porros. "El fumador tranquilo se fuma poco más de eso a la semana, pero la gente más joven lo consume como si fuera tabaco; el porro está de moda, y muchos chavales lo utilizan también para poder dormir cuando se ponen tibios de coca o speed". Otros suelen servirse de Valium o Tranquimazín, combinado muy peligroso. Conoce a gente que toma ketamina, y ha oido hablar del super-speed llamado crystal meth. Pero él y sus colegas -unas quince chicas y chicos, que en algunos casos son pareja- han encargado más de un gramo y medio por cabeza -25 gramos a repartir- para Nochevieja. Un vecino suyo conoce a una pandilla de once chicos que ha encargado hasta 50 gramos. "La coca que yo pillo no es la mierda habitual", dice. "La mala, la que venden niñatos, vale a 60 euros -o menos- el gramo, viene en bolsitas y te hace agresivo; la que yo cojo viene de camellos veteranos, la pasan en cilindros, la pasan a 70 euros, te pone, pero luego te deja dormir".
"Con cada resaca me quiero morir y la culpa me ahoga". Nacho, sobre los 30 años, desparrama su consumo de droga cuando se mueve por Valencia. ¿El motivo? Según él, "que la calidad de las sustancias aquí es buena". Lo piensa, pese a que mucha cocaína local de hoy, en comparación con otras épocas, está sensiblemente adulterada. "Yo pillo coca en un bar del casco antiguo donde, de propina, me regalan pastillas". El regalo de éxtasis es una manera de compensar una buena compra, puesto que, cuando sale de juerga, él no esnifa menos de dos gramos y medio de farlopa, una cantidad seria. "A veces también la acompaño de éxtasis". O incluso de rayas de cristal, práctica de impacto sobre el tabique nasal. Esto lo hace cuando la fiesta es larga, cuando dura un par de días. "Con la droga, sientes más la música, todo lo que te sucede parece que tenga un significado". El problema es el tropiezo con la realidad. "Con cada resaca me quiero morir, y la culpa me ahoga". Cuando no peor: "recuerdo irme a casa con un chico desconocido, y, al despertar, ver que se iba a lanzar por el balcón; lo cogí cuando ya tenía medio cuerpo fuera". "He hablado con el psiquiatra", dice, "mi conclusión es que debo frenar en el consumo. Pero lo de dejarlo para siempre, no lo veo".
"Hoy se esnifa para jugar a la Play". Pedro transita la década de los 20 años, pero, cuando no está con su novia, se mueve con gente más joven. Él, que ha tenido todo tipo de trabajos, dice que nunca ha abusado de sustancias, pero que, a su alrededor, entre sus múltiples amigos, la droga ha florecido. "En todas las pandillas de chavales que ves sentadas en los bancos de las plazas, ahora siempre hay uno que es camello de coca o de chocolate, y que se ha metido en el rollo para hacerse el chulo", opina. "La gente que compra polen puede ser hasta de doce o trece años", dice, "y los que pillan farlopa, a partir de 14 o por ahí".
"En el ambiente de las pandillas, el porro y la coca se consumen entre semana, y las pastillas, los sábados; al final de la fiesta, se vuelve a la coca, para intentar que no baje el colocón", explica Pedro al comentar su experiencia. "Yo recuerdo un fiestón que empezó con una torrá de chuletas en el aparcamiento de una discoteca, y acabó con un colega camello repartiendo entre la peña una bolsa de mil pastillas de colores". "Aunque hoy", asegura, "los pandilleros que van de listos, los que quieren hacer ver que ya están de vuelta de todo, pasan de las discotecas y se dedican a esnifar coca toda la noche mientras juegan a la Playstation".
"Todo está igual que antes". María -con este nombre pide aparecer- ronda los 40 años, y ha tenido una vida festiva azarosa. "Tomé pastillas de mil maneras, coca, ácido, speed, de todo, era la época del éxtasis en Ibiza y de la popularización de la ruta del bakalao". Después de diferentes avatares, se apartó del asunto con el tiempo, se centró en el trabajo, y, eventualmente, aún ahora sale de noche. "Me quedé flipada: fui a una discoteca hace poco y me encontré con que aún había gente de mi época que estaba totalmente pasada, comiendo pastillas, traficando", dice un poco sorprendida. "Era como la máquina del tiempo: como entonces, la música te empuja a colocarte, el ambiente también, gente de todas las edades en la pista sin hablar, bailando, superpuestos de droga".
"Yo creo que las pastillas han transformado para siempre las discotecas", opina María. "Han hecho que el hecho de ir castaña sea algo de cada fin de semana, y que el que no vaya en ese plan, no encaje".
"Veo ahora que la peña le pega al popper, un producto vasodilatador que se inhala y que se compra en ambientes de travestis". "Y que se habla de algo parecido al cristal, que algunos tíos dicen que es bueno para el sexo, porque no deja dormir y pone a las chicas calientes".
¿El resumen? "Todo está igual que antes".
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