"Lo peor son las barreras mentales"
A sus 63 años, Lucía Torres Aranda simboliza muy bien la doble discriminación que sufren las mujeres discapacitadas, la implícita del sexo femenino y la de vivir con una minusvalía. Pero su vitalismo y tenacidad la convierten también en un ejemplo de superación que le ha servido para salvar muchas barreras, "en especial las mentales, que son las peores", asegura.
Lucía tiene una discapacidad del 45% debido a la polio que sufre desde pequeña y que la hace compañera inseparable de sus muletas. Nació en el medio rural, en la pequeña localidad de la Estación de Villargordo (Jaén), en una época en la que los estereotipos condicionaban la vida de estas personas. Con todo, ella se resistió a quedarse al abrigo de sus padres toda la vida y quiso estudiar, algo inusual en las mujeres de aquella España gris. Cursó el bachillerato asistiendo todos los días en autobús a un instituto de la capital, un esfuerzo demasiado grande que le impidió más tarde estudiar Magisterio, su carrera preferida. No obstante, poco después se trasladó con sus padres a vivir a Jaén y con 25 años entró a trabajar en el hospital Capitán Cortés de telefonista. Allí estuvo 20 años, hasta que se jubiló por enfermedad tras un cáncer de mama. También se casó, aunque su marido falleció hace 11 años.
"Si queremos ser ciudadanos de primera, tenemos que rendir como tales"
"Es cierto que las mujeres discapacitadas tenemos una doble discriminación, pero yo me siento una privilegiada", comenta Lucía, que era la única discapacitada que asistía al instituto. También fue la segunda en obtener el carné de conducir en Jaén, allá por 1973.
Su vehículo adaptado le sirvió para acudir al trabajo y, todavía hoy, se la ve por las calles de Jaén. Lucía admite que vivió en sus carnes la discriminación laboral: "Como entré por una recomendación tuve que demostrar luego mi valía y luchar mucho hasta que me gané a la gente". Por eso aconseja a las jóvenes con discapacidad que se formen y encaren el futuro sin ningún complejo. "Si queremos ser ciudadanos de primera, tenemos que rendir como tales". Ella misma tuvo fuerza para matricularse en la Escuela de Idiomas mientras trabajaba.
Aunque es consciente de que recibió un empuje decisivo para entrar en el mundo laboral, asegura que siempre ha reivindicado un trato igualitario. "Nunca he consentido que me tengan lástima. Quiero el mismo respeto que un ciudadano normal". Y añade: "No nos gustan los comportamientos paternalistas, que nos miren como si fuésemos discapacitados mentales".
Lucía vive ahora con su hermana en un piso de Jaén al que cada vez le cuesta más acceder. "He pedido a la comunidad que construyan una rampa porque cada vez me cuesta más subir las cinco escaleras que hay hasta el ascensor". Más allá de las barreras arquitectónicas, esta mujer pide a la sociedad un esfuerzo para acabar con las barreras mentales, "que son las que más daños nos hacen", apunta.
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