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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Encuentro en Navidad

El primer ministro israelí Ehud Olmert y el presidente palestino Mahmud Abbas se reunieron el sábado por primera vez con carácter oficial. La última vez que Abbas había tratado con un primer ministro israelí fue con Ariel Sharon en febrero de 2005. ¿Por qué ahora sí, casi sin previo aviso, y con tanta prisa?

Abbas ha convocado elecciones legislativas anticipadas para romper el punto muerto en las conversaciones para formar un Gabinete de unidad con Hamás, que acampa en el Gobierno desde su victoria en las urnas de febrero pasado. Y Olmert parece creer que el encuentro reforzará al presidente ante los comicios, aunque eso no esté nada claro, puesto que el apoyo de Israel no convierte a nadie en la niña bonita de las masas palestinas.

La reunión, celebrada en la sede del Gobierno israelí en Jerusalén -lo que ya indica quién creía hacer un favor a quién-, sólo ha producido modestos resultados. Olmert promete abonar 100 millones de dólares de los casi 1.000 que le debe a la Autoridad Palestina por exportaciones a través de territorio israelí, y que retiene ilegalmente para castigar al Gobierno del movimiento terrorista Hamás; levantar algunos de los controles que hacen un calvario la vida del pueblo palestino en Cisjordania; y, sobre todo, intangible pero simbólico, regresar a los contactos para unas eventuales conversaciones de paz, que Israel no contempla mientras Hamás ocupe el Gabinete.

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Pero Israel rechaza de momento la liberación de miles de presos palestinos, aunque sugiere la inminente de algunos. Ambos líderes buscan un rédito político en momentos nada brillantes de su mandato. Abbas, que parezca que Jerusalén se lo toma en serio; Olmert, que es capaz de hablar de negociar para complacer a Washington e incluso a las exhortaciones menores pero encendidas del primer ministro británico Tony Blair.

Sería ingenuo esperar algo relevante de esa reunión. Sólo después de la eventual victoria del partido de Abbas, Fatah, en las elecciones convocadas es verosímil que Israel quiera negociar; y mientras Hamás lleve su violenta oposición a las mismas a la calle, no hay ninguna posibilidad de que se celebren. El enroque israelí y la impotencia palestina ni siquiera se dan la mano, sino que, implacables, hasta se la niegan. Como si su respectivo público y, en especial, la arruinada nación palestina no tuviera ninguna prisa.

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