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Columna
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Noticias de la tribu

Casi al mismo tiempo que el bailarín Joaquín Cortés denunciaba ante el Parlamento Europeo la preocupante situación de la comunidad gitana en Europa, donde según sus cuentas viven más de diez millones de "gitanos invisibles", es decir, integrados a la cultura de cada país, una estimulante noticia fechada en Nueva York confirmaba que la tribu semínola, formada por no mucho más de 3.000 miembros, había adquirido la cadena hostelera Hard Rock Café. Apostamos que la guitarra cherokee de Jimi Hendrix lanzó un alarido de júbilo ante la noticia y que muchos indios de este mundo, con penachos de guerra o traje de oficina, habrán pensado por un momento lo siguiente: "Por fin el dinero que pago por las costillas bbq y el tequila sunrise irá a parar a buenas manos".

Pero la historia viene de lejos. Cuando el Gobierno federal de Estados Unidos decidió dejar en manos de las comunidades indígenas buena parte del negocio del juego y otros más o menos especiales como el tabaco y el alcohol mediante la exención de impuestos se produjo un doble movimiento en la partida: por una parte, el Gobierno lavaba la culpa de sus masacres sobre las comunidades y la expulsión de amplias zonas del territorio de rango sagrado y, de otra, las propias naciones anteriores a la Unión entraban por la puerta grande en los paraísos artificiales de la modernidad con la posibilidad de regentar casinos de mala reputación y trapichear con tabaco y licores, es decir, perdiendo de una tacada casi toda la huella de su espiritualidad y vendiendo su alma a los designios del black-jack.

Un regalo envenenado que ha hecho correr tinta entre los antropólogos de guardia y, sobre todo, ha servido para calcular el precio cruel que cada tribu debe pagar para incorporarse como miembro de pleno derecho a la vida moderna. Los semínola de 2007, una comunidad con sede en toda la Península de La Florida y franquicia en Orlando, casi como un club de la NBA, podrán dar por sentado que han cambiado las viejas pinturas de guerra por un bikini de Madonna o unas gafas de Elton John y que, con ello, han entrado en el paraíso bursátil de Wall Street.

En este mundo de feroz globalización hay un suspiro de alivio cuando otras tribus, cualesquiera que sean, se integran en nuestro modo de vida occidental dejando sus velos, como los musulmanes de París, o sus dagas, como los parsis de Londres, o bien cuando como los romis de Berlín dejan sus carromato y compran una furgoneta Mercedes, o, sin ir más lejos, cuando nuestros miles de ecuatorianos siguen hablando en quechua pero cotizan a nuestra Seguridad Social. Un suspiro de alivio, en fin, porque creemos que el peligro ha remitido y que todos llevamos ya las mismas zapatillas deportivas y tenemos las mismas fundas en los dientes. ¿No ha ocurrido lo mismo con nuestros indianos residentes en La Habana o Caracas, en Buenos Aires o Nueva York? ¿No han sentido correr ese sentimiento tribal por su sangre esos descendientes de la nación gallega que ahora mismo andan por las calles de Barcelona, de Hamburgo, de México DF o Toronto?

Que los semínolas de Florida controlen un símbolo de la era pop como Hard Rock Café es una mancha de aceite en un océano, un microcrédito a la esperanza de las castas inferiores que, sin embargo, deben estar atentas a la lección: en la gran carrera ganan sólo los que abandonan sus espíritus definitivamente o, mejor dicho, los que canjean, como en los western de John Ford, una manada de caballos salvajes por un rifle Winchester. En el mundo del capital hay que entrar armados, no valen las plumas.

Viendo estos días las imágenes perturbadoras de Babel, la última incursión de Alejandro González Iñárritu en la pantalla, he pensado lo bello que sería sumergirse en el sonido de un mundo en el que no hubiese fronteras. Babel, la torre que todas las razas del orbe construyeron para poder alcanzar los cielos, fue derribada por un Dios enojado de un zarpazo condenándonos para siempre a la diferencia de lengua, de hábitos, de moneda, de religión. Nunca nos recuperamos del mazazo. Ahora, algunos quieren construir una nueva Babel consistente en que en los mismísimos cielos usted puede degustar una hamburguesa del Hard Rock Café servida por un semínola. No es mala idea, pero mientras la tribu ha despedido al chamán y ha contratado en su lugar a un jefe de Recursos Humanos.

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