Si el Suecia pudiera hablar
Yo no estuve en ninguna de sus orgías, pero me llegó la resaca. Hoy paso delante del edificio clausurado, con unos sacos de cemento en la puerta, y pienso en el hotel Overlook de la película de Kubrick El resplandor, que cerraba en los meses de invierno pero tenía a Jack Nicholson y su familia para vigilarlo, con los inconvenientes que se recuerdan. ¿Habrá un guardián invisible en el interior abandonado del hotel Suecia? Las historias guardadas en sus habitaciones no son tan truculentas como las del hotel de las Montañas Rocosas, ni la sangre de unas antiguas niñas asesinadas llegará a la calle del Marqués de Casa Riera. Pero el Suecia tiene una novela dentro. Leo un cartel no menos polvoriento y totalmente increíble en lo que fue entrada del hotel: "Próxima reapertura, perdonen las molestias". Bajo un trecho de la calle de Los Madrazo y miro a lo alto del edificio: no hay luz en las ventanas, ni andamio, pero me hago una ilusión, o sufro un espejismo: Castellet asomado sonriente.
La fidelidad a los hoteles es la más nupcial de las costumbres. Si no que se lo digan a Sergio Pitol. Cuando hace unos días estuvo el escritor mexicano en Madrid como jurado del Premio Cervantes le dijeron que su Suecia de toda la vida no estaba disponible; ¿un amante que toma un asueto? Adivino su contrariedad. Para embaucarle, a Pitol le pusieron en un hotel cercano de la Gran Vía que, pese a su nombre, Hotel de las Letras, no le gustó. "Demasiado moderno", dijo en unas declaraciones que recogía la revista Tiempo. Cómo le entiendo. Yo nunca he dormido en el Suecia, aunque sí he bebido en él y me he comido muchos smorgassbords en su restaurante. Aunque lo que más me he tragado del Suecia son sus leyendas. Fue el hotel favorito de los poetas y novelistas mayores que yo a quienes admiré, traté y a veces acompañé en salones hoy desmantelados. ¿Será el cierre un modo de guardar luto a esos escritores en su mayoría muertos pero tal vez flotantes en sus alturas, como los clientes más pertinaces del filme de Kubrick?
Hay desde luego en Madrid hoteles más literarios y más bonitos que el Suecia. Aquel Florida donde en 1937 durmieron Hemingway y Martha Gellhorn en la misma cama bajo los bombardeos franquistas, o el Ritz, que tardó en aceptar a Terenci Moix porque les parecía un escritor demasiado rutilante. O el Palace, bajo cuya hermosa cúpula de vidrio se dejó retratar Borges en majestad, como en el siglo XIX posaban para el fotógrafo Rilke, Lou Andréas Salomé o hasta Nietzsche delante de un Tirol pintado a mano en un telón. Con todo, yo oigo cuando paso delante del edificio algo feote del Suecia los capítulos más tiernos y escabrosos de una generación extraordinaria, y me acuerdo de otra película (del gran Sacha Guitry), Si Versailles m?était conté, que aquí se tradujo como Si Versalles pudiera hablar. Guitry componía una brillante sucesión de cuadros vivientes llenos de personajes célebres, pero si el Suecia pudiera hablar contaría escenas de una historia en mangas de camisa: las llegadas a veces inopinadas de Carlos Barral, uno diría que whisky en mano desde Barajas, el olvido de García Hortelano de sus pecados después de una larga noche de felicidad que acababa con la última copa en el cuarto de Barral, las puertas cerradas de sopetón, como en un vodevil, y las camas abiertas a las invitadas, como en una comedia galante, los breves pasos de Gil de Biedma al alba, antes de regresar a Barcelona sin apenas ocupar su habitación, los ahumados que Juan Benet hacía comer a todos en el restaurante Bellman de la planta baja del hotel. Y el crítico, inventor de poetas y editor Josep Maria Castellet confeccionando, mientras esperaba ser recibido en el ministerio para salvar de la censura algún libro, su famosa lista erótico-literaria del eje Madrid-Barcelona.
Hay otros ilustres frecuentadores de este hotel que siguen vivos y nostálgicos de sus habitaciones, pero hoy mi recuerdo es para Castellet, que cumple ochenta años y fue ayer homenajeado en Barcelona coincidiendo con la aparición de su biografía Retrato de personaje en grupo y el regalo-sorpresa de una nueva edición de los Nueve Novísimos a la que los ocho poetas vivos han contribuido textos. Y estoy dispuesto a formar un comité de salvación del Suecia con tal de que Castellet pueda volver a dormir en él ochenta noches más por lo menos.
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