_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una ventana al mar

En los sueños, una se imagina en una casa de campo, con pinos alrededor y caballos. Un río que pasa. Luego le acabas comprando al promotor de tu pueblo un apartamento, caro ardiendo. Una ventana al mar. No es verdad que los constructores hayan destruido el paisaje, y que hayan trabajado de espaldas a él. Al contrario, conocen muy bien el valor del terreno. Cuando todavía nadie miraba al mar ellos ya le tenían el ojo puesto, trataban directamente con quienes hacen las leyes y permiten las construcciones (funcionarios de urbanismo, alcaldes) para explotar al máximo la riqueza de todos y servírnosla a precios asequibles. Nos buscaron la hipoteca, nos vendieron la inversión.

A estos depredadores del paisaje, a estos especuladores de la naturaleza, muchos les debemos un apartamentito con olor a chorizo y terraza que mira al mar. Antes sólo teníamos nuestro sitio en la playa, donde poner la toalla. No se quejen, por favor. Hoy esas celdas de nuestra propiedad valen tres o cuatro veces su precio real. Por el camino, no sólo se enriquecieron ellos, también nosotros, y los intermediarios, los alcaldes, los concejales, los partidos políticos, los bancos, las grandes empresas de autovías, los concesionarios de coches, las agencias de viajes, los vuelos low cost.

Ahora todos nos echamos las manos a la cabeza y miramos escandalizados ese desastre, la extenuación de nuestro medio, y hasta hay patadas para conseguir un sitio en la playa, las toallas se tocan unas con otras, hasta ahí se extiende la propiedad. Y no nos gusta la porquería de nuestros bares, las papeleras a rebosar de suciedad, el botellón de las noches, las colas del supermercado ni los humos de los coches. Pero yo os digo que no. Ellos no tienen la culpa de convertir nuestros pueblos en estercoleros y nuestros bosques en incendios. Acusar a los depredadores del paisaje es una ingenuidad. Los cínicos, los pobres, también nos hemos untado el bolsillo. Ahí tenemos nuestro pisito.

El proyecto de la futura ley de protección del paisaje de Galicia deberíade tener eso en cuenta. Los intereses de todos a la hora de proteger nuestro medio. El paisaje como valor estético es una invención cultural del romanticismo. Sólo para los románticos, los urbanitas y los constructores ha sido un valor de cambio. Para el hombre que vive en la naturaleza, para los verdaderos dueños del paisaje, éste ha sido siempre un medio de vida, una prolongación de su propia existencia, nunca un lugar para solazarse. La nueva Ley del paisaje debería tener en cuenta eso.

No se puede intervenir, restringir, acotar el medio natural sin darle a los habitantes de ese medio algo a cambio, alternativas para subsistir. Yo no concibo una ley de preservación del medio natural que no vaya acompañada de un plan de desarrollo sostenible en esos lugares de ensueño. ¿En qué quieren convertirlos? ¿En bonitas estampas para excursiones? ¿De qué van a vivir los pueblos y los lugares hermosos? ¿Da la belleza de comer?

Los ingleses como Lord Byron que vivían en ciudades asquerosas, polucionadas hasta la bandera, descubrieron el mar. De la naturaleza y su belleza gozaban sólo los campesinos, que trabajaban la tierra, y los aristócratas. En una sociedad urbana de clases medias, que se toma el paisaje como una huida vacacional y como inversión, no se puede pensar en la naturaleza en términos estéticos o románticos, sería una vez más darle la espalda a toda una sociedad y un modo de vida que ha perdurado hasta hoy, y que prácticamente está desmantelada: la vida activa de los pueblos, las aldeas, las pequeñas comunidades productivas, los miles de villas de toda Galicia.

Al margen del valor de nuestra belleza hay que pensar que existe otra sociedad no estrictamente urbana, y que debe perdurar si de verdad queremos proteger el paisaje. Crear industrias sostenibles, conservar las que existen, organizar un sistema agrícola, pesquero y ganadero que permita a la gente seguir viviendo de sus propios recursos sin venderlos como fincas para la especulación, o como paquetes turísticos, o como retiro para la jubilación.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_