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Columna
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El dilema

Ciertamente abre un camino, por estrecho que sea, el auto del Tribunal Supremo en el que se rechaza la querella del sindicato Manos Limpias contra casi toda la cúpula del PSOE. Lo abre, en primer lugar, porque servirá de pauta para la resolución de otras querellas similares, pero sobre todo porque afloja en alguna medida el nudo gordiano en que quedaba atenazado el proceso. Atada y bien atada la política antiterrorista por el anterior gobierno, se puso de manifiesto bien pronto que la posibilidad de optar por una línea de actuación distinta se enfrentaba a grandes limitaciones. Limitaciones legales, fundamentalmente, dadas las trabas que la ley imponía para dialogar con quienes era necesario hacerlo. La iniciativa del presidente Zapatero de abrir un proceso de diálogo para la disolución de ETA se veía así abocada a un callejón sin salida que sólo el optimismo inicial pudo hacer pasar desapercibido. Pretender un final dialogado con aquellos con quienes no se puede dialogar porque la ley lo impide se convertía de entrada en un imposible que sólo lo podían superar los ilegales o los tribunales de justicia. Se contaba con que lo hicieran los ilegales, acatando la Ley de Partidos en un margen de tiempo razonable, circunstancia seguramente pactada pero que los acontecimientos posteriores dieron al traste. De ahí la importancia de la resolución del Supremo, aunque dudo de que a estas alturas pueda resultar suficiente.

La situación había llegado a ser delirante y los planteamientos no estaban exentos de incongruencias. Me pregunto, por ejemplo, cómo hubieran actuado los tribunales en caso de que se hubiera producido un encuentro entre los representantes del Gobierno y los de ETA, aunque en principio no parece que nadie pusiera objeción alguna a que tal encuentro se produjera. ¿Sería legal, ilegal, moral, inmoral un encuentro de esa naturaleza? ¿No es incongruente la tolerancia con que se admite ese posible contacto con la puntillosa perseverancia con que se perseguía todo contacto con los representantes de Batasuna? Lo delirante es que sí se pueda hablar al parecer con Josu Ternera y no con Arnaldo Otegi, convertido este último en una especie de intocable, alguien con un estatus jurídico de difícil precisión. ¿Por qué esa distinción entre el representante de Batasuna y el representante de ETA, aun si consideramos que ambas formaciones no son sino las dos caras de una organización única? La única explicación que hallo para la suspensión de la legalidad en uno de los casos y su aplicación rigurosa en el otro tiene que ver más con los fines perseguidos que con la legalidad o ilegalidad del asunto, con su moralidad o inmoralidad. La distinción posee, sobre todo, un alcance político.

Que ETA y Batasuna son la misma cosa no es algo que sólo lo hayan dictaminado los tribunales, sino que lo pone también de manifiesto el proceso de paz. Son lo mismo, pero sólo una de sus dos caras es maleable, es decir, puede cambiar y evolucionar. A ETA sólo le cabe perdurar como tal o desaparecer, y no es del todo correcto decir que perduraría en Batasuna, porque a ésta sin ETA no le cabría más remedio que transformarse. Si la decisión de ETA de desaparecer fuera sincera, y cabe que lo fuera, sólo lo sería con la condición de garantizar la supervivencia de Batasuna como una organización política influyente. Es muy posible que todas sus vacilaciones deriven de su temor a que esa supervivencia no se haga efectiva, o a que se haga sin la cuota de poder o la capacidad de imponer sus criterios que ellos creen que les corresponde, algo que nadie, tampoco ninguna mesa, puede ni debe garantizarles. De ahí que el proceso no pueda salir adelante tratando de ignorar o de excluir la cara Batasuna del fenómeno, ya que es ésta el precio -más que otros cacareados objetivos políticos de improbable satisfacción- que ETA pone sobre la mesa. ¿Sería ese el precio político a pagar?

Decía antes que eran los fines los que establecían la diferencia entre la permisividad con la que se contempla un encuentro con José Ternera y el rigor con el que se persigue todo contacto con Otegi. Los fines del encuentro con Ternera son el desarme y la disolución, es decir, son de índole militar, para llamarlo de alguna forma, y no estrictamente políticos. Es por ello por lo que pueden ser bienvenidos, a diferencia de lo que ocurre con los encuentros con Otegi. Es cierto que la incorporación de Batasuna a la vida política elevaría el techo de las aspiraciones nacionalistas. Tan cierto como que no nos queda otra opción que la de enfrentarnos a esa realidad política y tratar de hallar un equilibrio o la concordia entre nacionalistas y no nacionalistas, o bien dejar que las cosas sigan como están, con una ETA activa y con la esperanza de llegar a liquidarla algún día.

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