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Columna
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Iguales y peores

No son Caín y Abel; son Juanito y Rossato, dos jugadores de uno de los equipos vascos que, por el momento, sigue jugando en la Primera División de fútbol. Son los dos jugadores de la Real Sociedad que protagonizaron la semana pasada, en las instalaciones de Zubieta, un penoso espectáculo de agarrones y puños, nada nuevo, nada que no suceda en otros sitios o en los entrenamientos de otros clubes de fútbol.

Nada que no suceda, según parece, entre los empleados de cualquier empresa. Una tosca ensalada de golpes, lo normal. Quienes conocen bien el mundo deportivo, intentando tal vez disculpar el suceso, dicen que estas peleas sobre el césped ocurren esporádicamente en los entrenamientos y no son para tanto (no hablamos de partidos entre empresas o clubes -tanto da- diferentes y por tanto rivales). Calentones, peleas o trifulcas esporádicas. Tan normales y raras, salvando las distancias, como los huracanes o las inundaciones. Fenómenos humanos o atmosféricos. Tan corrientes y tan excepcionales, se supone, como la corrupción inmobiliaria o la infidelidad matrimonial. Estas peleas son, según parece, parte de la naturaleza humana, aunque en esta ocasión la peor parte se la llevó Rossato, que tuvo que pasar por el quirófano para que le arreglasen el pómulo hundido por el puñetazo que le encajó Juanito.

Por lo demás, el ambiente dentro del vestuario de la Real es perfecto. Lo malo es que, de vez en cuando, es preciso saltar a la arena o al césped para jugar al fútbol. El fútbol, nuevamente, como fácil metáfora de la grandeza y la miseria humanas. Pronto veremos a nuestros futbolistas visitando las unidades pediátricas de los grandes hospitales vascos, firmando camisetas, regalando balones y juguetes, cosechando sonrisas infantiles. Cuando la suerte esquiva (cada vez más esquiva) les otorga algún triunfo, se les puede observar ofrendando a la Virgen local el trofeo obtenido. No son Caín y Abel. Son Juanito y Rossato, futbolistas. Somos todos nosotros, aunque nuestros emolumentos sean bien diferentes y aunque no nos sea dado cosechar sonrisas infantiles en las plantas pediátricas de los hospitales.

No son Caín y Abel. Simplemente trabajan para la misma empresa. Y eso genera roces, agarrones, disputas. El roce hace el cariño, pero también provoca situaciones violentas y peleas como la protagonizada por Juanito y Rossato. Pasa lo mismo en las empresas de mensajería (por poner un ejemplo) o en cualquier negociado ministerial (por poner otro). La sangre, simplemente, llega al río por otros afluentes. Los otros, nuestros colegas, compañeros, vecinos, semejantes, son el infierno, ya lo decía Sartre (aunque era su colega, Albert Camus, el que jugaba al fútbol de verdad). No hay peor cuña, sostiene el refranero, con su carga de cinismo y verdad, que la de la misma madera. El peor enemigo está frente al espejo. "Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros", decía el viejo Pío Cabanillas cuando la Transición. Nadie debe extrañarse, y menos todavía llamarse a escándalo, por el hecho de que dos jugadores del mismo club de fútbol acaben a gorrazos. La competencia y la rivalidad, lo mismo en los equipos futbolísticos que en los partidos políticos, puede llegar a ser canibalismo, sea en pantalón corto o con traje y corbata.

Los golpes de Juanito y de Rossato serían poco menos que caricias comparados con los que se propinan (por seguir proponiéndoles ejemplos) Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón. Por su parte, los socialistas de Castilla-La Mancha y Murcia están en pie de guerra por el agua, es decir, por culpa del celebérrimo trasvase Tajo-Segura. El vicepresidente de Castilla-La Mancha, socialista, considera el trasvase "una injusticia y un puro negocio". Entretanto, el portavoz del PSOE en Murcia asegura que el vicepresidente castellano-manchego "hace política sucia porque no está en contra de los trasvases, sino del trasvase al Segura mientras promueve un trasvase al Guadiana". Cuerpo a tierra. O quizás "hombre al agua". En Euskadi, aunque a veces se intente ocultarlo sin demasiado éxito, menudean también los guantazos dentro de los partidos. Pasa, sencillamente, lo contrario que ocurre en el fútbol. Los políticos se comen unos a otros dentro del vestuario. En el campo de juego sonríen y se abrazan, aunque no toquen bola.

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