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Columna
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Remando lana

Como esas mareas vivas que se producen cíclicamente, arremeten contra las rocas, los diques, inundan los paseos públicos y obligan a amarrar la flota de bajura, se producen los escándalos inmobiliarios de alto bordo. Existen permanentemente, como el mar y su continuo vaivén, pero siempre sorprende hasta a los más viejos de la localidad, cuando desata su imprevista furia. El chanchullo, la venalidad, una pizca de cohecho y dosis moderadas de inmoralidad fiscal ya forman parte de los ingredientes de nuestra sociedad. Quizás sea el precio, al contado y leonino, de que se levanten esas casas que hacen tanta falta, pero que luego produce incongruentes estadísticas de pisos vacíos, dobles o triples residencias, refugio de ahorradores o de especuladores. La sal de la vida moderna, en suma.

El chanchullo, la venalidad y una pizca de cohecho ya son parte de los ingredientes de nuestra sociedad

"Fortuna, haz fortuna. Por medios lícitos si es posible y, si no, de cualquier modo, pero haz fortuna" No son frases de un padre o tutor actual, desprovisto de ética y contaminado por el ejemplo. Lo dijo nada menos que Quinto Horacio Flaco, el romano que estableció las reglas del Arte Poética. Alguien lo escuchó de sus labios y apuntó la frase, que tiene, más o menos, 2.040 años, o sea, fue pronunciada 50 años antes de Cristo.

Hay que pasar por curiosas etapas de ratonería y avaricia, que parecen desterradas. Ahora, a los ricos, muy ricos, no se les atribuyen mezquindades, al contrario, se ventilan sus dispendios y no está mal que devuelvan lo que se gana con facilidad, porque, a partir de ciertas cifras elevadas, el sudor de la frente no tiene nada que ver, sino el arte sutil de corromper voluntades ajenas. Nadie se hace hoy rico ahorrando ni atesorando bienes. De esa impopular debilidad han sufrido muchos poderosos. Se contaba del conde de Romanones, modelo de hombre adinerado, que advertía a su esposa: "A Fulano no hay que volver a invitarle. He visto cómo se echaba dos cucharaditas de azúcar en el café". Forjada su fortuna, en parte, con propiedades rurales, era buen cazador, pese a su cojera y en las partidas de puestos para abatir perdices, se desplazaba de uno a otro en automóvil, que debía recorrer los apenas dibujados senderos. Un conocido, adulador, supuso que le agradaría que le preguntaran por sus preferencias. "Qué automóvil le parece al señor conde más adecuado para estos desplazamientos", a lo que contestó, sin vacilar: "El de un amigo"

Fue, como es sabido, varias veces presidente del Consejo de Ministros, del Congreso, siempre diputado o senador, durante la última etapa de la anterior monarquía y en algunas legislaturas de la IIª República. Otro hombre rico y banquero, el marqués de la Deleitosa, según me contaron, iba apagando todas las luces que permanecían encendidas en su palacio, no autorizaba el uso de la calefacción más de una hora, en lo más crudo del invierno, y murió, dejando una considerable fortuna a sus herederos que lo festejaron, al regresar del entierro, alumbrando absolutamente todas las bombillas de la amplia residencia, durante varios días. En el fondo, un arreglo de cuentas con la compañía suministradora del fluido.

Eran comidillas de la Corte, contrafiguras del marqués de Salamanca o el duque de Osuna, cuyos espléndidos derroches eran celebrados y aplaudidos por el pueblo, que tenía en alta estima la generosidad. En esos pasados siglos -tan próximos y apenas comprensibles- solo se podía tener dinero heredándolo, ganándolo como torero, tenor o inventor. Y también, aunque se le daba mucha menor publicidad, acaparando cosas necesarias para darles salida en el último momento. En las guerras, siempre que se supiera de qué lado estaba la victoria y el pago a toca teja, se alzaron excelentes patrimonios, que sucedieron al favor de los reyes, que solían regalar a sus súbditos más entusiastas, territorios que no eran suyos, de los reyes, digo. Con los pisos vivían, sin grandes oscilaciones, los rentistas, cuando la gente alquilaba el piso y pagaba el inquilinato una vez al mes.

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Nada de lo dicho significa que no se hayan dado casos de personas que hubieran levantado la riqueza con su esfuerzo personal y su talento: ahora mismo recuerdo a dos: Pepín Fernández y Ramón Areces, los primos asturianos que dieron a Madrid Galerías Preciados y El Corte Inglés. Cuando interviene el tesón y el esfuerzo personal, en México, como saben cuantos han estado por allí, lo llaman como el título de esta croniquilla.

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