El escenario de las estrellas madridistas
La hierba del estadio Santiago Bernabéu está tejida con 160 millones de plantas, 20.000 por metro cuadrado
El nirvana del aficionado madridista, ese rectángulo verde donde se reflejan las jugadas de las estrellas del Real Madrid, sólo mide 7.140 metros cuadrados, pero es uno de los trozos del planeta más vigilados. Allí donde se fijan las miradas de millones de personas cada 15 días para gozar con las piruetas de los futbolistas en busca del gol, hay más de 160 millones de plantas (a razón de 20.000 por metro cuadrado), gramíneas inadvertidas en la naturaleza, pero prodigios aquí de tecnología punta. En el Santiago Bernabéu, todo lo que afecta a la hierba está supervisado al segundo: la selección de las semillas, su alimento, el cuidado de los estratos que forman su cama, los gatos que, ¡ay!, se mean en ella por las noches, las hormonas que la hacen resistente a los tacos de las botas de Raúl.
El martes llegó un nuevo material desde Portugal para reforzar la calidad del césped
Una de las poquísimas personas que pueden pisar esta parte de Madrid es el gurú de los cuidadores de césped deportivo en España, José Manuel Calderón. Este ingeniero de Montes de 65 años, que no es pariente de Ramón, el presidente del club, de su mismo apellido, se dice "orgulloso" de estar al servicio del Real Madrid desde hace cinco años. Es su consultor externo en la materia y director del equipo que mima el ecosistema de esta alfombra viva. Cuesta seguir el ritmo de la conversación del apasionado doctor ingeniero, que detalla hasta el infinito las asombrosas complejidades que adquiere algo tan simple como la hierba cuando ésta crece en campo tan especial.
Calderón y los trabajadores de la empresa Pilsa (ONCE) encargados del mantenimiento se afanan todo el año para tener a raya a las lombrices, decidir el momento justo de la siembra de semillas -que, asegura el sabio, "son obras maestras de la ingeniería genética"-, o tomar la temperatura del campo en todo momento, como un padre con su bebé febril. La métrica, la mesura en las proporciones, parece ser la clave del éxito para que el césped luzca siempre inmaculado y sin calvas: "En febrero y noviembre, echamos cuatro kilos de fructosa para que prolifere la microfauna; una ducha de cinco minutos baja tres grados la temperatura en verano; hay hongos beneficiosos, pero se pueden convertir en plaga si son demasiados; un grado más de frío puede arruinar una siembra". En este laboratorio de vida exquisita nada se deja al azar. Estamos en la naturaleza, encorsetada, sí, pero dispuesta a desmadrarse en cuanto los elementos lo dispongan.
Bonitos nombres tienen las yerbas, Lolium perenne y Poa pratensis, que crecen en el campo del Madrid, vigorosas, a la espera del pisotón potente de Emerson o Cannavaro. Calderón planea estos días resiembras de Poa supina, "una planta singular" que, según promete, ayudará a obviar el problema principal de este campo, la sombra que proyecta sobre él la visera sur del estadio. Privilegiadas y ultramodernas, pero plantas al fin y al cabo, las gramíneas que crecen aquí necesitan de luz para progresar, y el acomodo de más hinchas en el campo puede impedir su desarrollo armónico con el recrecido de las gradas. La Poa supina, especie recia y centroeuropea, ayudada de ciertas hormonas que alteran su clorofila y refrenan su impulso a buscar la luz, harán que la hierba del futuro sea resistente aun en la umbría, concentrándose en ser fuerte y no alta.
El pasado martes llegaron enrollados al Bernabéu los primeros 350 metros cuadrados de Poa supina que una empresa está cultivando en Portugal a cuenta del club, siguiendo las directrices de Calderón. Es la primera vez que se utiliza esta hierba en España. El Madrid dispone en el Alentejo (elegido por su clima, los suelos arenosos y la mano de obra barata) de 20.000 metros cuadrados de hierba de diseño crecida sobre una urdimbre de polipropileno que le permite tener consistencia y estabilidad en sólo seis meses. "El césped deportivo está sometido a un uso intensivo que hace que su tiempo de estabilización sea básico", afirma el ingeniero. Esa primera partida ha servido para parchear un área especialmente castigada del campo, el fondo sur, a la sombra durante más de siete meses al año. Entretanto, luego de cada partido, una brigada de jardineros se dedica a "correr la huella", poner en su sitio los trozos de hierba levantados por las botas de los jugadores, igual que se hace en los hipódromos tras las carreras.
El control de la fauna y flora es vital en este microcosmos. "Ciertos Ascoricetos
son beneficiosos porque absorben fósforo y lo suministran a la planta, pero la Típula paludosa, un díptero, como las moscas, es muy perjudicial", relata Calderón. Él, si toca, médico de plantas, tiene un método curioso para detectar organismos que llevan trazas de convertirse en plaga: "Se vierten unos 10 litros de agua con una cucharada de detergente diluido sobre un metro cuadrado de césped; las orugas salen a la superficie irritadas y se cuentan cuántas hay".
Como si fuera un arúspice presagiando males, Calderón sabe también que si cornejas y urracas rondan a menudo por el estadio es probable que haya demasiadas larvas "a tres centímetros de profundidad". Las palomas, hasta 300, según Antonio Jiménez, ingeniero jefe de Pilsa en el campo, acuden al campo cuando se resiembra para ver qué sacan de los más de 300 kilos de semillas que pueden esparcirse cada vez. Pero eso era antes, porque ahora se arropa el campo con una manta térmica que da al traste además con el banquete de las aves. El verano es, en todo caso, la época más peligrosa respecto a las plagas, ya que la humedad y las altas temperaturas hacen que se desaten los ritmos naturales en este oasis de vida contenida.
Y luego están los gatos que habitan en el Bernabéu, que, ya haga frío o calor, se mean por las noches en el césped, quemándolo. De mañana aparecen así manchas en el decorado impoluto que Jiménez se ocupa de retirar. Una máquina extrae la porción mancillada, que es sustituida por otra igual de las bandas. Aquí se hace lo que sea por el bienestar verde de la galaxia blanca.
Arena de Somosierra
La capa de enraizamiento donde se fija el tepe, las tiras de césped de 18 metros cultivadas en Holanda y desenrolladas en el Bernabéu en 2004, es un colchón de "la mejor arena del mundo", piropea Calderón, recogida aquí mismo, en Somosierra. De puro sílice y procedente de la erosión de miles de años en el Sistema Central, este material blanco de Navas de Oro (Segovia) conforma la cama ideal para estabilizar el terreno y evitar, de paso, que Ronaldo pise en falso. Al tiempo, la arena, cortada a un calibre preciso, permite el drenaje completo del campo.
Con las lluvias de este otoño, un comentarista de la SER se maravillaba hace pocas jornadas de la ausencia de charcos en el Bernabéu cuando caían chuzos de punta sobre la ciudad. Aquí el terreno chupa agua como una esponja, pues "¡se diseñó en origen para absorber 250 litros de agua por metro cuadrado y hora!", exclama Calderón. Con el mismo fin se hace el pinchado periódico del campo, que abre el sustrato apelmazado de modo que pueda filtrar el agua y de paso permite la aireación de las raíces.
El hielo y la nieve también son perjudiciales en el prado. Para evitarlos, el césped de lujo tiene hasta calefacción. Como si fuera un hipocausto romano, el sistema que caldeaba el suelo de las villas del Imperio, una red de tubos recorre las entrañas del Bernabéu con agua a 55 grados en invierno. Varias sondas internas dan cuenta de las variaciones de temperatura, lo que permite regular las calderas que alimentan el sistema. Esto es fundamental porque, como dice Calderón, en invierno la hierba "está paralizada, en pausa vegetativa, a partir de los 7 ó 9 grados de temperatura externa".
Antonio Jiménez, el ingeniero de Pilsa, empresa de la ONCE que está en permanencia en el campo, presta tanto cuidado al termómetro que ha logrado algo que, asevera, es "casi imposible": sembrar hasta en enero y conseguir que la hierba germine. Pero Jiménez se guarda el secreto, "vaya a ser que nos copien en otros estadios".
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