Silencio en el arrabal
El Campamento de la Unidad de El Aaiún, arrabal de chabolas en el que desde 1991 se hacinan decenas de miles de colonos inyectados por Marruecos, está de luto. Sus habitantes se niegan a hablar sobre los 31 vecinos que desaparecieron en el naufragio del 26 de noviembre. Si alguien se empeña en arrancarles una declaración, lo echan a pedradas. Esa fue la suerte que corrieron los reporteros de la Televisión Regional que acudieron a entrevistarles.
Allí nadie sabe nada. Ni siquiera los familiares directos de los muertos, que viven puerta con puerta entre ellos. Feisal, el pequeño ahogado de 13 años, no era un niño de la calle, sino que iba al colegio a diario. "Era muy bueno y muy educado", dice entre lágrimas Sahra Burús, su madre. Pero tanto ella como su abuela aseguran que nunca supieron del propósito de emigrar del chiquillo, y que ignoran quién pagó su lugar en la patera.
Tampoco el padre de Jamal conocía los propósitos de su hijo -"Creí que estaba durmiendo", dice-. Ni el hermano de Naji Bujaten ("Tenía 36 años, no iba a consultarnos nada"). Ni el hermano de Ahmed Yahiar ("Jamás nos habló de emigrar, porque sabía que estábamos en contra"). Aunque todos coincidieron desde el primer momento en la puerta del hospital al que fueron trasladados los cadáveres, afirman que se enteraron del fallecimiento de sus familiares por casualidad. A la madre de Feisal la telefoneó "un desconocido". Al padre de Jamal lo abordó "un extraño". El hermano de Naji se acercó al hospital porque se enteró de que habían muerto algunos miembros de su tribu. Y el hermano de Ahmed decidió ir al centro sanitario "al escuchar que los fallecidos eran del barrio".
Nada permite afirmar que las víctimas estuvieran unidas por una idea política. Nadie se atreve a romper la aparente ley del silencio. "El mundo no significa nada. Sólo hay un vacío", musita Ailal Mohamed Salem, el padre de Jamal.
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