Todas 'las Juanis' de Jordi Pujol
Jordi Pujol regaló ayer un jamón serrano a Bigas Luna. Con la entrega del obsequio, de indiscutible marchamo ibérico, concluyó un ameno y campechano encuentro entre el 126º presidente de la Generalitat y el director de cine. Pujol tiene ahora la costumbre de convocar a los periodistas para debatir sobre temas de actualidad en compañía de un invitado. Aunque no para de repetir que ya se ha retirado, estas citas mañaneras reciben el nombre de "almuerzos de trabajo". Pese al reclamo laboral, la reunión consistió al final en charlar y comer.
Y en esta ocasión, Pujol quería hablar de la Juani, heroína de la última película del cineasta catalán. Esta diva de los arrabales -una humilde cajera de supermercado que sueña con triunfar en Hollywood- le sirvió al político para reflexionar someramente sobre la juventud de hoy. Jordi Pujol y Bigas Luna formaron una pareja curiosa, que bien podría haber aparecido en Las cerezas, aquel programa de televisión en el que Julia Otero entrevistaba al alimón a dos personas dispares que no compartían ni inquietudes, ni aficiones.
El cineasta tuvo que asumir por momentos el papel de sociólogo para desgranar así las características de la generación que retrata en su filme, formada por jóvenes hedonistas que viven en barrios periféricos, bailan a ritmo de hip hop y son adictos al tuning. A Pujol se le pasó la película, pero la pudo recuperar en una sesión privada, organizada para él en un cine barcelonés. Quedó claro que al ex presidente no le disgustó la chica, una curranta que no se deja amedrentar por los típicos machitos, entre los que también figura su novio, el Jonah -pronunciado el Yóna, aunque Pujol rebautizó por error al maromo y le llamó reiteradamente el Nacho. "Cuando el Nacho quiere tunear el coche, que es muy caro, el dinero se lo da ella", apuntó Pujol para subrayar la valía de la Juani. "En la película tienen más potencia las mujeres que los hombres. El Nacho es un desgraciado", remachó.
Coger como excusa para el debate a este personaje cinematográfico tenía su gracia, porque los padres de la Juani representan a la inmigración de origen andaluz, extremeño o gallego que llegó en masa a Cataluña en los años cincuenta, sesenta y setenta. La Juani es además un turgente fracaso de la denominada política de inmersión lingüística: su lengua materna, la única que usa y machaca sin tapujos en los mensajes de teléfono móvil, es el castellano. "Los padres o abuelos de estos chicos vinieron a Cataluña a trabajar en condiciones muy difíciles. Tenían la voluntad de comprarse una parcela, no un coche para tunearlo", afirmó el ex presidente.
Pujol demostró que se conoce al dedillo todas las definiciones de treintañeros que circulan por ensayos y artículos: los guapos pobres, los mileuristas... A todos les encontró bondades, excepto a los okupas. A ésos, no; ni que sean artistas bohemios. Al ser preguntado sobre los acróbatas de La Makabra atrincherados en Can Ricart, no se mordió la lengua, ni tiró de su clásico això no toca: "Los que se opondrán más a los okupas serán esos inmigrantes que llegaron a Cataluña décadas atrás. Por el contrario, los que han simpatizado con los okupas son gente de casa bona". Pujol explicó que cuando era el jefe del Gobierno catalán animó a desalojar los locales tomados por el colectivo okupa, pero que no gozó de éxito. "Hablé con el alcalde de Terrassa y con Clos para ver si desocupábamos todo esto... Una vez me dijeron que no era tan fácil. Parece ser que dos okupas de Terrassa eran hijas de un diputado socialista", recordó el ex presidente, que auguró que las Juanis serán todas capitalistas en el futuro.
El ambiente del coloquio entre Bigas Luna y Pujol fue muy cordial, pero también se dio alguna discrepancia. La controversia llegó con el repaso al padre de la Juani, un hombre pegado a un sempiterno palillo y destrozado porque le van a expropiar la casa que construyó con sus manos. Bigas Luna ha reconocido que el pobre tipo simboliza la decadencia del macho ibérico, aquel que encontró su intérprete ideal en el fornido Javier Bardem. El cineasta reconoció su fascinación por gente así, antes orgullosa y ahora derrotada: "una versión cutre del brutalismo ibérico", en palabras de Bigas Luna.
Por el contrario, para Pujol ese tipo de personas conforma una minoría. "Ese personaje es demasiado exagerado. Yo, que soy un nacionalista catalán, he admirado mucho a los padres de las Juanis. Gente que ha trabajado en la SEAT, que tiene una historia sindical, que ha promocionado a su familia... Viven discretamente, tranquilos. Sus hijos pueden ser la Juani o el director del Hospital de Bellvitge. Es un ejemplo de que el ascensor social ha funcionado bien en Cataluña. Ahí están los Lara, Don Piso, Fincas Corral... ¿De dónde cree que han salido?", sostuvo Pujol. Bigas Luna, que hizo bandera de la modernidad más chic, no se amilanó y le espetó al ex presidente: "El modelo que usted describe es el que le gusta. Yo he retratado algo que existe y que me fascina. También está el problema de los especuladores inmobiliarios...", trató de zanjar el cineasta, pero Pujol arremetió con sorna: "Lo que yo le digo, el ascensor social".
Y al final, llegó el jamón. El ex presidente hizo una excepción con Bigas Luna, porque suele obsequiar a sus invitados con una corbata. A modo de cumplido, el director de cine le felicitó por la gran energía que conservaba a su edad. "Es raro. A los 40 años tenía la misma energía, pero nadie me felicitaba", dijo un risueño Pujol, que con anterioridad había calificado a la Juani de desinhibida. En esto, el cineasta le dio la razón. Quizá porque una de las aspirantes al papel le confesó que lo que más le gustaba hacer el sábado por la noche era "follar".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.