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Reportaje:

Azca, entre el hartazgo y la nostalgia

La presencia policial reduce el negocio de las discotecas, que ven con desconfianza el plan de reforma anunciado por Gallardón

En los bajos de Azca (Tetuán) hace un año se reunían los fines de semana hasta 10.000 inmigrantes latinos para bailar su música y ver a su gente. A las tres de la madrugada del pasado sábado, apenas había 500 escuchando éxitos de reggaeton y merengue en la decena de discotecas de la zona. Lo que llegó a ser el mayor centro de ocio para latinoamericanos de toda Europa, ahora es sólo el desguace de las ilusiones nocturnas de quienes abarrotaron los locales durante el boom de la música latina.

El alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, anunció el pasado jueves la intención del Ayuntamiento de reformar los subterráneos y reducir al máximo la presencia de discotecas, para acabar con el "deterioro progresivo" de la zona. Los dueños de los locales aseguran que el lugar no es tan peligroso y sospechan que el proyecto municipal tiene detrás "la mano negra" de algún gran centro comercial. "Esto no es el Bronx", murmura uno de ellos.

"Esto lo diseñaron para que fuera un lugar lujoso, y es una pocilga", dice un vecino

Sí apoyan, en cambio, los planes del Ayuntamiento los vecinos de la calle Orense, al menos la mayoría de los consultados por este periódico. "Estoy encantado de que vayan a acabar con esto. Vivo aquí desde hace 30 años y he visto el proceso de degradación. En 1982 esto era una maravilla, pero ahora es insufrible. Te encuentras de todo, y si tienes niños no le digo lo que tienen que ver. Me gustaría que cerraran los locales y acabaran con esta arquitectura de recovecos y laberintos. En los bajos he llegado a ver carreras de motos", cuenta sin respiro Antonio de la Cruz. José Reinaldo coincide: "Esto necesita una remodelación. Cada día son vómitos, meadas, peleas".

"Todo ha cambiado desde que mataron a aquel chico...", cuenta Miguel Casaubón, de 28 años y responsable de Casablanca, la discoteca más conocida del lugar. Se refiere a la muerte de Ramón Emilio León, un inmigrante ecuatoriano que fue asesinado prácticamente a las puertas de su discoteca en febrero del año pasado. "Después de eso, la gente dejó de venir, tenían miedo. Ahora nos hemos recuperado un poco, pero no es lo mismo que antes".

Unas 100 personas bailan y beben cerveza con hielo en Casablanca, pero fuera, por los pasadizos, no hay casi un alma. Agentes del Cuerpo Nacional de Policía piden la documentación prácticamente a todos los que cruzan el subterráneo. "Esto no es peligroso. Nunca lo ha sido. Mira a estos chicos, son buena gente, trabajadores... Pero ¿quién va a querer venir, si están pidiendo continuamente los papeles?", se queja Juan Yi, propietario del Tokio, un karaoke reconvertido en discoteca latina. "A ver, ¿tú qué eres?", dice poniendo la mano en el pecho a un ecuatoriano que quiere entrar en el local. "Yo soy obrero", contesta el hombre. "¿Ves? Son gente trabajadora, no son peligrosos", sentencia Juan Yi.

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Unos 50 policías vigilan la zona una noche cualquiera de fin de semana. En los pasadizos hay un local policial, satélite de la comisaría de Tetuán, que fue abierto en 1999 gracias a la presión de los vecinos. "El problema viene a partir de las cinco de la mañana, cuando ya están completamente borrachos. Entonces empiezan a pegarse entre ellos", explican varios agentes de patrulla.

Azca fue en los años ochenta una zona de discotecas para gente pija. En 1998, con el auge de la inmigración, la mayoría de esos locales se reconvirtió en discoteca para latinoamericanos. El último que ha tirado la toalla ha sido un local dedicado al strip-tease masculino para despedidas de soltera, transformado desde hace unos meses en la discoteca Center.

"Aquí lo único que pasa es que el Ayuntamiento quiere rehabilitar la zona y que se la queden los grandes centros comerciales. Por eso la policía está todo el tiempo molestando", denuncia Hermógenes Sánchez, dueño del Center. Un embudo conectado a un cable de goma recorre cuatro metros del techo encima de la entrada del local. Es un invento casero para que las goteras no mojen a los clientes. "No hay ningún tipo de mantenimiento por parte del Ayuntamiento", se queja.

El problema es, según la Concejalía de Urbanismo, que no todos los pasadizos de Azca son responsabilidad municipal: la mayoría pertenece desde los años sesenta a una comunidad de propietarios formada por vecinos, comercios y empresas.

Emilio, un vecino que pasea el perro a las dos de la madrugada, da su versión. "Esto lo diseñaron para que fuera un lugar bonito y lujoso. Un centro de negocios con locales de ocio. Pero ha salido mal. Es una pocilga. Si lo reforman será una molestia por las obras, pero me alegraré de que lo quiten", dice. La percepción es compartida por otros residentes, como Ramón Couceiro, que ya ha visto las maquetas de algunos de los proyectos manejados para la reforma de Azca. "Un jardín estaría bien. Esto está intransitable".

Ana María Álvarez está deseando perder de vista los "tugurios" de los bajos, asegura que "nadie se atreve a pasar por esos pasadizos sucios y sombríos" y añade que "huele todo el día a orín". Otros no lo ven tan grave. "La zona quedará más tranquila si la transforman, porque los fines de semana por la noche hay mucho lío. Pero tampoco es nada gravísimo. Yo soy joven, supongo que a los mayores les molestará más. Los que vienen aquí sólo se pelean entre ellos", señala Roque Borruel.

"Entiendo a los vecinos", admite Casaubón. "Si yo tuviera una discoteca debajo de casa estaría deseando que se fuera. Y entiendo al Ayuntamiento. Pero habrá que ver lo que ofrecen y negociar", subraya. Entre los usuarios no hay tanta ilusión porque desaparezca Azca. "Sería una pena. No sabría a dónde ir. Éste ha sido nuestro sitio durante muchos años", se lamenta Christian, ecuatoriano de 28 años.

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