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Tribuna:Fútbol | 13ª jornada de Liga
Tribuna
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Un chut en las nubes: la chilena

Un niño tuvo una vez un sueño: meter un gol de chilena. No es frecuente que los futbolistas emulen a los gimnastas, ni en agilidad, ni en piruetas, quitando alguna voltereta o mortal realizado con mejor o peor suerte para celebrar goles, como hacía Hugo Sánchez. La constitución y entrenamiento de los gimnastas les dota de la habilidad para controlar a la perfección los giros y movimientos de su cuerpo en el aire. No obstante, Ronaldinho cumplió el pasado sábado un sueño de niño: meter un gol de chilena en un partido real, de los de carne y hueso.

En los golpeos de balones y pelotas o en los lanzamientos de artefactos, como el martillo de atletismo, cuando se busca velocidad de salida, es conveniente tener un buen apoyo en el suelo. Así, en un chut a máxima velocidad (poco más de 110 km/h) el pie contrario al que chuta no debe resbalar, pues si lo hiciera nos haría perder el impulso en la extremidad de golpeo y la estabilidad del cuerpo, como si disparáramos con una escopeta sin estar bien apoyados y el retroceso nos tumbara hacia atrás. Pero este no es el caso de la chilena que, como los sueños se ejecuta en el aire, sin tocar de pies en el suelo.

Estando en el aire las cosas cambian. La reacción al chut no la tendremos en forma de una fuerza que podamos medir en el suelo. Tampoco la tendremos en la rotación de la cintura escapular, girando en sentido contrario a la pélvica, mecanismo que nos permite el equilibrio en un eje longitudinal en un chut con apoyo en el suelo, de una forma similar a la oposición de cinturas que se da en la marcha humana. En el aire, si soltamos una pinza normal, de las de tender ropa, abierta al máximo, no vamos a conseguir que uno de sus palitos se quede quieto y se mueva únicamente el otro (el que chuta el balón). En este ejemplo, los palitos son cada una de las extremidades inferiores del futbolista y el muelle de la pinza será la musculatura, extensora y flexora de las caderas. Por eso la chilena es una tijera o una pinza, en la que cada uno de los palitos se mueven en sentidos opuestos cuando la soltamos y dejamos que el muelle actúe. Para complicar más las cosas, la extremidad que chuta (la derecha en el caso del gol que comentamos) es la que impulsó en el suelo al cuerpo del jugador hacia el vuelo, pero al caer aterrizará inicialmente sobre la extremidad contraria. Además, tanto la decisión de realizar este disparo como su propia ejecución, que deberá tenerse muy automatizada, son acciones que se dan en muy breves instantes de tiempo.

Victor Valdés, cancerbero del Barcelona decía haber sido víctima de estos goles en los entrenamientos: "Son una pesadilla para el portero" comentaba. Y es que el poder de la chilena no radica en la velocidad que adquiere el balón, ni tampoco en el resultado de una precisión milimétrica en la colocación del disparo, que por otro lado sería difícil de lograr en un chut que se ha iniciado de espaldas. El arma de la chilena es el desconcierto que provoca en el portero ese momento mágico de un chut que se ejecuta tumbado, hacia el firmamento, como los sueños.

Xavier Aguado Jódar es biomecánico de la Facultad de Ciencias del Deporte, Universidad de Castilla-La Mancha.

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