La mezquita de la discordia
Los marroquíes de Paredes (Pontevedra) renuncian a construir un templo islámico para evitar el enfrentamiento con los vecinos
El barrio de Paredes, en la localidad de Vilaboa, era hasta hace unos meses un ejemplo de convivencia entre gallegos e inmigrantes. En esta pequeña localidad pontevedresa, donde el censo de 2005 se detuvo antes de llegar a los 6.000 habitantes. De ellos, 214 son marroquíes, la comunidad de inmigrantes más numerosa, seguida a mucha distancia por los argentinos (21), colombianos (11) y venezolanos (10), según los datos del padrón.
Pero el deseo de la comunidad magrebí de construir una mezquita en la zona hizo saltar por los aires el aparente buen rollo intercultural. Unos 300 vecinos se movilizaron contra el templo, argumentando que una mezquita en la zona atraería a islamistas radicales. Esto sucedió el pasado mes de marzo. Hoy, ocho meses después, los marroquíes tienen claro que nunca tendrán su mezquita en Paredes. Han comenzado a plantearse construirla en otros concellos pontevedreses, como Mos o Redondela. Si les dejan.
Un bajo decrépito
Los musulmanes rezan separados por sexos. Los hombres tienen su mezquitas, las mujeres, las suyas. Uno de los principales síntomas de adaptación a su nuevo espacio es que en Paredes rezan juntos. Ellos delante, ellas detrás. Pero en el mismo local, un decrépito bajo en la carretera que lleva al barrio de Paredes, en el municipio de Vilaboa, que los viernes se llena hasta la bandera.
Mustapha El Abboubi, de la Asociación Marroquí de Pontevedra y uno de los líderes de esta comunidad de marroquíes, reconoce en un español excelente que el local se les queda muy pequeño, pero evita cuidadosamente que parezca una queja.
Necesitan una mezquita mayor, sí, pero "desde luego no en Paredes", se apresura a aclarar. La asociación de marroquíes que lidera está buscando otras ubicaciones. "Quizás Mos o Redondela", aventura. Los marroquíes de Paredes viven o trabajan, en su mayoría, en la zona del barrio que da a la vieja carretera que une Vigo y Pontevedra. Son fáciles de encontrar, porque a los marroquíes les encanta la calle, la charla con los vecinos.
Fátima, la mujer de Mustapha El Abboubi, señala desde la cristalera de un bar la desierta calle de la lluviosa Pontevedra: "¿Lo veis? Aquí no hay nadie en las calles, en Marruecos estaría lleno de gente". Fátima presume de que en su país la gente es mucho más sociable. Pero ella, que llegó a Galicia en 1989, admite no tener ningún amigo español. Sus cuatro hijos, nacidos aquí, viven de otro modo, "completamente integrados". De hecho, "tienen muchas ganas de conocer Marruecos, pero ninguno quiere vivir allí". Fátima y Mustapha, en cambio, suspiran por volver a su tierra: "Si puede ser, viva, si no, cuando haya muerto".
El alcalde de Vilaboa, José Luis Poceiro (PSOE), tiene menos ganas aún que El Abboubi de buscar confrontación: "Desde que pasó lo de la mezquita todo ha vuelto a la calma". Poceiro relata que "a día de hoy, en Paredes, donde reside el 90% del colectivo marroquí, siguen rezando en el mismo local de antes, todo se ha normalizado".
Pero, para un visitante casual, esta normalidad no es en realidad más que una mascarada. Una comerciante de Paredes lo define certeramente: "La convivencia es tranquila porque no existe tal convivencia".
Cada comunidad hace su vida por separado, pero todos coinciden al eludir las preguntas. Incluso los marroquíes que charlan a la puerta de su negocio se repliegan ante ellas: "¿Racismo? ¿Por qué tú quieres que haya racismo? No hay racismo, todo está bien". La consigna lanzada por la Asociación Marroquí de Pontevedra funciona. "Nos hemos reunido todos, hemos pedido que estén tranquilos, el tema de la mezquita se terminó", reconoce Mustapha El Abboubi.
En marzo, cuando la crispación abortó el nuevo templo, los vecinos de Vilaboa culparon al plan Convive, de la Xunta de Galicia, de fomentar la concentración de inmigrantes en la zona.
Precisamente el día en el que el Ayuntamiento de Vilaboa pretendía mostrar los avances del plan al secretario general de Emigración de la Xunta, los vecinos de la Federación das Salinas do Val de Ulló, se manifestaron contra la mezquita.
Choque de culturas
Mustapha y Fátima El Abboubi sonríen constantemente, son afables. Echan de menos Marruecos, "donde todo el mundo es hospitalario". Para los musulmanes la religión es una parte importantísima de su existencia. Lo abarca todo, desde la alimentación a las relaciones personales. La comida es un problema. En Paredes hay sólo un establecimiento considerado halal. Es la carnicería de Fernando, donde se mata a los animales según mandan sus cánones: degollándolos mientras se recitan unas palabras determinadas. Cuando se aprueben las nuevas normas contra el maltrato animal, sacrificar de esta forma estará prohibido en España. El Abboubi lo sabe: "Hemos preguntado en Sanidad, y la única forma de cumplir nuestra norma y la vuestra es sacrificar a los animales con una máquina muy cara", que, quizás, ningún carnicero español tiene previsto adquirir.
Pero Alá, igual que Dios, aprieta sin ahogar: "Cuando no puedes conseguir alimentos halal", explica Fátima, "puedes consumir el que encuentres".
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