Un diabético en la cima
Morrison, elegido por Jordan para los Bobcats de Charlotte, triunfa pese a su grave enfermedad
En la película Ellas dan el golpe, un entrenador de un equipo femenino interpretado por Tom Hanks recrimina a una de sus jugadoras que "¡No se llora en el béisbol!". La misma regla se aplica en el baloncesto, donde las lágrimas son un claro síntoma de debilidad. Por ello, cuando Adam Morrison (Montana, Estados Unidos, 1984) rompió a llorar cuando faltaban dos segundos del final del partido de cuartos de final que su universidad, la de Gonzaga, estaba a punto de perder ante UCLA el pasado marzo, se comenzó a poner en duda la integridad del jugador universitario más espectacular que se había visto desde Carmelo Anthony. Sin embargo, no fueron sus 28 puntos de media en su tercer y último año en la Universidad, ni sus espectaculares canastas por encima de uno, dos o tres defensores, ni el hecho de que se convirtiera en el primer jugador en lograr el galardón de mejor jugador siendo el máximo anotador desde que Glen Robinson lo consiguiera en 1994. Fueron esas lágrimas las que llamaron la atención de Michael Jordan, que acababa de convertirse en propietario minoritario de los Charlotte Bobcats. Para Jordan, llorar en la derrota no es otra cosa que una muestra del deseo de ganar, una cualidad competitiva que no se puede enseñar, y por ello eligió a Morrison en la tercera posición del draft.
En su cuarto tiene varias biografías del Che, un póster de Marx y 'El manifiesto comunista'
Con un aspecto más propio de la estética de la década de los 70, y un pobre bigote, a Morrison le han comparado con Alex English, Pete Maravich y con el mismísimo Larry Bird, por su tamaño (203 centímetros), su excelente muñeca y la rapidez con la que es capaz de armar el tiro. A pesar de que todavía debe mejorar muchísimo en defensa y participa muy poco en el juego de equipo, Morrison tiene el chasis y el espíritu ganador para convertirse en un especialista de primera, mas al estilo de Reggie Miller que de Larry Bird.
Lo que ha aprendido Morrison es que vale la pena cerrarle la puerta de su cuarto a los medios de comunicación. Cuando un artículo de la revista Sports Illustrated mostró colgados de las paredes de su cuarto un póster del Che Guevara y Karl Marx y una biblioteca en la que se encontraba todas las biografías en existencia de Guevara junto al Manifiesto comunista le costó a Morrison una buena cantidad de amenazas en forma de llamadas telefónicas y correos anónimos. Y aun así cuando su entrenador en Gonzaga, Mark Few, aconsejó a sus jugadores que fueran a la iglesia los domingos y que rezaran a diario Morrison escribió en la pizarra de su oficina "La religión es el opio del pueblo". Sin embargo, en un país en el que simpatizar con ideas comunistas está al mismo nivel que pertenecer a Al Qaeda, Morrison decidió que era mejor preocuparse por su salud, que sin saberlo, le estaba poniendo como ejemplo a los 150.000 afectados menores de 20 años por diabetes tipo 1 en Estados Unidos. Morrison convive con la forma más agresiva de diabetes y ya sabe que es lo que más le conviene para evitar malas pasadas. Al contrario que sus compañeros, come dos horas y cuarto antes de cada partido, y siempre lo mismo: Dos filetes a la plancha con una patata hervida y guisantes. Después, revisa su nivel de azúcar en sangre cada media hora hasta el comienzo del encuentro y en cada tiempo muerto durante el partido. Si el nivel es muy alto se levanta la camiseta y se inyecta insulina, un ritual que ha reducido a 40 segundos y que llama pit stop.
Tras anotar 14 puntos de media con los Bobcats tras su primer mes como profesional, a Morrison todavía le quedan muchas canastas en el último segundo para generar una leyenda. Por ahora, Morrison es el mejor portavoz para los diabéticos.
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