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Columna
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La pierna trabada, el brazo atado

Estuvimos demasiados años atrapados en el tiempo, cada día parecía la repetición del anterior, un mismo día perpetuo. Encerrados en un sueño, detenidos en la historia, envueltos en un dominio político que robaba el aire y ahogaba.

El hechizo está roto, el poder político que parecía un destino de hierro ya sabemos que no era realmente eterno. En democracia, el poder político es relativo, tiene unos límites y solamente se vuelve ilimitado cuando la propia sociedad se rinde y se entrega. Cuando es la sociedad la que, en el fondo, desea ser tutelada, dominada, vivir sometida. En democracia, las personas y la sociedad en su conjunto son responsables de sus decisiones. Cuando una administración inepta, corrupta y que destina los presupuestos en lugar de gobernar a corromper a empresas, agentes sociales, culturales y a todo tipo de particulares con una política clientelar de palo y zanahoria, es reelegida con mayorías absolutas entonces es que esa sociedad está en una situación histórica de indignidad. Es responsable de su propia desgracia.

Sí, ésa ha sido demasiados años nuestra situación. Para salir de ese embrutecimiento se necesitaba una sacudida que avive las energías morales últimas, pero tuvimos una oportunidad y la aprovechamos. Aquella desgracia que fue el Prestige y el comportamiento de aquella Administración que nos decía que lo que nuestros ojos veían en la costa no existía fue nuestra última oportunidad de merecer existir como país. Jugamos muchos años a la astucia de hacernos los tontos, a como que aquellos orines que caían era lluvia, pero en aquella ocasión decisiva optamos por la cordura. No, no veíamos visiones, no éramos nosotros los que estábamos locos. Y salimos de aquel hechizo que nos mantenía encerrados en la burbuja donde el tiempo aparentemente no trascurría.

Y no nos ha sentado mal un cambio político, con las imperfecciones y deficiencias que sean. Durante años la sociedad había engordado imperceptiblemente bajo el caparazón de aquella vieja política que nos encerraba y limitaba el crecimiento. Aquí todos estos años ha habido iniciativas, propuestas, empresas, proyectos innovadores que han ido saliendo adelante sin apoyos de la Administración, con su indiferencia e incluso padeciendo su hostilidad.

Los indicadores económicos de estos dos años demuestran que nos sienta bien la libertad y que fuera de aquel caparazón respiramos mejor. Lástima que, precisamente ahora, cese el caudal de dinero que nos llegó de Europa y que aquí se diluyó sin que sirviese en su mayor parte para poner en marcha políticas productivas. Aún así nuestra economía, nuestra cultura, la sociedad en general demuestra que puede con el desafío de vivir. El problema no era la sociedad, era la política.

Pero aquel letargo histórico duró muchos años, hay secuelas. Una de ellas precisamente tiene que ver con la vivencia del tiempo, los tempos diferentes y contradictorios que se viven entre nosotros. Galicia está partida en dos mitades, que se expresan de muchos modos, uno de ellos es la vivencia del tiempo interno, el tempo.

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Hay una parte de Galicia que vive en un tempo decadente, de retiro, abdicación y subsidio, que fue el tempo dominante todos estos años pasados, con su peso nos mantuvo aplastados a todos. Y hay otra parte que, a pesar de las dificultades, ha vivido y quiere vivir en el tiempo histórico que le corresponde. Quiere competir y convivir. Y para ello precisa los medios, Galicia no los tiene, nos vemos obligados a competir con una pierna trabada y un brazo atado. Pues no tenemos comunicaciones. Las que conecten a otros puntos de la Península y Europa nos fueron negadas por gobiernos sucesivos desde los años 80 y seguimos esperándolas, contando y regateando plazos, años. Ni siquiera es nuestra la única arteria que une a las ciudades de la fachada atlántica, privatizada de un modo indefendible la pagamos carísima. Parece que tengamos algún pecado original los gallegos y que merezcamos pagarlo. ¿Nuestro pecado? La sumisión, sin duda.

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