El nuevo eje catalán
EL QUE PERDIÓ MÁS votos y escaños en las elecciones catalanas del día de Todos los Santos, se ha hecho con el premio gordo: la presidencia de la Generalitat. No es ningún ejercicio de alquimia parlamentaria. Es, simplemente, la aplicación de las reglas del juego: Artur Mas, que llegó en cabeza, no consiguió formar una mayoría parlamentaria suficiente para ser investido como presidente y formar gobierno. Montilla, sí.
Artur Mas no ha sido presidente porque ni el PSC ni ERC han querido apoyarle. Lo cual nos sitúa en el gran giro que dio la política catalana a partir de 2003. Para que el PSC se pudiera hacer con la presidencia de la Generalitat fue necesario un desplazamiento del eje de la política catalana. Durante los años del pujolismo, las fronteras políticas las marcaba el nacionalismo. De modo que la línea de división de la alternancia respondía al esquema nacionalistas/no nacionalistas. Pujol fue ocupando progresivamente el espacio nacionalista y los socialistas nunca pudieron saltar el muro que separaba la mayoría de la oposición, a pesar de obtener un número de votos parecido al actual. A partir de 1999, con Pujol ya gastado y, probablemente, con una legislatura de más, el bipartidismo asimétrico e imperfecto que daba una mayoría tras otra a CiU evolucionó hacia un multipartidismo que alejaba a los nacionalistas conservadores de la mayoría absoluta y a los socialistas del sueño de alcanzarla.
Fue en 2003, cuando Esquerra Republicana dio el paso que cambió la política catalana: desplazar la línea de alternancia del eje nacionalistas / no nacionalistas al eje derecha / izquierda. Y así pudo ser presidente Maragall. Con la fama de tacticista, sensible a los vientos de la calle, que tenía Esquerra, quedaba la duda de la continuidad de la apuesta. Las turbulencias del primer tripartito aumentaron las reservas, hasta el punto de que en CiU se llegó a creer en el retorno de Esquerra el redil. La reedición del tripartito consolida el desplazamiento de la política catalana al eje derecha / izquierda. Y es curioso que la sorpresa de estas elecciones, "Ciutadans", sea en este sentido, un partido antiguo, porque ha operado todavía conforme a la lógica nacionalistas / no nacionalistas.
Paradójicamente, este cambio de eje que ha permitido al PSC alcanzar en dos legislaturas consecutivas la presidencia de la Generalitat le crea serios problemas de proyecto y de identidad política. En el esquema nacionalistas / no nacionalistas, a pesar de sus denodados e inútiles intentos para obtener la bendición de los sacerdotes del nacionalismo, era la cabeza del cartel de los que no querían comulgar con el nacionalismo identitario. No voy a entrar aquí en el desigual rendimiento de esta identidad socialista, que le hizo acumular victoria en las generales y derrotas en las autonómicas. El problema ahora ya es otro. El PSC necesita un discurso de síntesis -versión renovada de la eterna síntesis pendiente entre convergencia socialista (hoy, podríamos decir magarallismo) y federación catalana del PSOE- para afrontar el desafío que le presenta Esquerra al cambiar el eje de la política catalana: la competencia por la hegemonía en el electorado de izquierdas.
El presidente Montilla encara esta etapa con la idea de valorizar la gestión. Sin duda, el Gobierno de "entesa" necesita demostrar que es capaz de gobernar con eficiencia y sin sobresaltos. Buena parte de los problemas del tripartito vinieron de poner la carreta por delante de los bueyes: empeñarse en hacer un nuevo Estatuto antes de demostrar capacidad de gobernar. Enfatizar lo social por encima de lo identitario, como hizo en el discurso de investidura, puede ser razonable pero parece insuficiente para recomponer la identidad del PSC y darle un banderín de enganche que le permita consolidar su liderazgo en la izquierda. ¿De qué se trata? De una idea de Cataluña, en clave de izquierda actualizada.
Pasqual Maragall, testarudo él, ha estado siempre obsesionado en el sísifico esfuerzo de racionalizar y resolver la articulación de Cataluña en España. Es un problema tan estructural que tengo la sensación de que sólo caben dos vías: la conllevancia o la ruptura. La "conllevancia", para usar la expresión de Ortega, ha permitido mantener el problema sin entrar en el conflicto de su resolución. Y ha sido la opción del nacionalismo pujolista. El día que alguien quiera resolverlo se encontrará inevitablemente con la cuestión de la autodeterminación. El PSC, si quiere liderar una conllevancia razonable, debe inventar un discurso propio para Cataluña. Y esto es lo que en este momento no tiene. Si no lo encuentra, las próximas elecciones podrían ser las de la disputa entre PSC y Esquerra por la hegemonía en la izquierda catalana.
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