El rito del francotirador
Juninho, del Lyon, dice que lanzar faltas "castiga los músculos" y que la clave es "la repetición"
Iker Casillas salió del estadio Gerland hace poco más de dos meses con los antebrazos rígidos y los nudillos inflamados. Sus guantes acababan de ser recalentados por una inmisericorde sucesión de violentos disparos producidos por una ojerosa figura que vive emboscada en el centro del campo del Olympique de Lyón. El Real Madrid había perdido 2-0 ante el conjunto galo en el primer asalto europeo de la temporada con Capello al frente del equipo. Pudo ser peor: hasta en cinco ocasiones Juninho Pernambucano remató a balón parado sobre la portería madridista con venenosas intenciones.
Casillas atrapó sólo uno de esos imponentes lanzamientos. A duras penas pudo repeler otros tres con sus puños, y ver cómo el otro se perdía lamiendo un poste. El ángulo de disparo o los metros que separaban la portería del punto donde algún jugador del Madrid cometía una falta parecían cuestiones triviales: para el calibradísimo punto de mira del brasileño no existe un lugar del campo rival desde el que no se pueda batir al portero ejecutando un golpe franco. Aquella noche Juninho no consiguió marcar, pero dirigió majestuosamente al Lyon y de su venerable pierna derecha partió la precisa asistencia del primer tanto: envió un balón largo a la espalda de la zaga visitante que colocó a Fred en situación de mano a mano con Casillas, al que superó con una vaselina. Ya en la temporada pasada, el Madrid de Vanderlei Luxemburgo no había encontrado el antídoto contra tanta precisión en Gerland. El cuadro francés ganó 3-0. El Madrid defendió pésimamente una falta lateral que Juninho enroscó sobre la coronilla del gigantón Carew para abrir el marcador. El brasileño firmaría después una hermosura de gol ejecutando un libre directo. Ya ha marcado 30 tantos de esa manera en las cinco temporadas y media que lleva en Lyon.
"El 80% del éxito en un lanzamiento reside en la concentración. El gol está cerca si no me distraigo"
Los estudios biomecánicos revelan que existe un patrón invariable en la secuencia de movimientos del francotirador pernambucano cuando se perfila para lanzar una falta: toma una carrera de apenas tres metros, arranca batiendo con la pierna derecha y acelera con tres pasos cortos. La última zancada es más larga, para colocar el pie de apoyo en paralelo al balón, a un palmo de distancia, mientras extiende su brazo izquierdo equilibrando el cuerpo. Acaba de abrir la cadera y de flexionar su pierna derecha. Toda la energía cinética que ha generado esa breve y explosiva cadena de movimientos estallará contra un balón de 440 gramos. En el gesto final, al extender su pierna de disparo, los poderosos cuádriceps vuelcan toda su potencia en el golpeo: si lo efectúa con el empeine, el balón tomará una trayectoria casi recta y apenas girará. Si utiliza el interior del pie, como suele hacer con las faltas escoradas a un pico de la frontal del área, la pelota obedecerá trazando cualquier imprevisible parábola. Eso es lo que dicta la física, pero el brasileño prefiere hablar de factores más etéreos para explicar su virtuosismo: "Repetición y mucha repetición. Entreno mucho los lanzamientos, pero nunca cuando hay partido entre semana porque se castiga mucho la musculatura de la pierna. Hay que saber golpear bien la bola, pero el 80% del éxito en un lanzamiento reside en la concentración. Si no me distraigo con nada, el gol está mucho más cerca". Juninho le marcó su primer gol al Madrid en la final de la Copa Intercontinental de 1998, cuando militaba en el Vasco da Gama. Sus compatriotas siguen pensando que detrás de ese gesto concentrado con el que mira una pelota parada habita el mismísimo espíritu del gran Didí, presto para embrujar el lanzamiento con una folha seca o algún efecto sobrenatural.
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