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Columna
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Ciudad con marca

Dentro de nada, cuando los ediles de la muy liberal y valenciana capital de La Plana superen los trámites burocráticos que la ocasión requiere, Castellón se verá agraciada con el título de gran ciudad, y en el Consistorio municipal se realizarán los cambios administrativos oportunos que exige la Ley de Grandes Ciudades. Subimos un peldaño más en el concierto de las ciudades que suenan, y no precisamente por su tráfico fluido o por su modélico ordenamiento urbanístico.

Pero además y desde hace unos pocos días tenemos marca, es decir, un distintivo característico que sirve para distinguirnos e identificarnos; una leyenda impresa en juveniles camisetas que rezuma ternura y lirismo: Pasión por Castellón, donde la preposición por es una equis o incógnita matemática, y la vocal última y aguda es un corazón acentuado. La ciudad, pronto gran ciudad, crece, y el Ayuntamiento se vio casi forzado a poner en circulación la marca que vendrá a ser algo así como bálsamo curativo para nuestros males urbanos y sociales: va a servir para reforzar el carácter comunitario del vecindario; colocará a la ciudad en los parámetros de la modernidad; cohesionará a la ciudadanía e integrará a cuanto inmigrante llegue a ganarse el pan; la marca nos llevará más allá de los cerros que nos protegen de los gélidos fríos del norte, y será un factor de dinamismo interno que acercará la Administración local a los administrados. La marca, dijo el portavoz del Consell de la Generalitat Valenciana Vicente Rambla en la presentación de la misma, será un acicate para el crecimiento económico y el desarrollo de la ciudad, una ciudad de moda de la que todos sus ciudadanos están muy satisfechos. Satisfacción, pues, porque tenemos marca como podríamos haber tenido un plan de ordenación de la marjalería que no se tuvo, o una circulación fluida que es todavía la gran desconocida por estos pagos, sin olvidarnos de la limpieza suiza con que tropieza el visitante o de las virtuales ciudades de las lenguas que sufragamos todos y están en el limbo. Pero tenemos marca, es decir, distintivo, identificación como el vino de Rioja, o como los primeros pavimentos industriales que sacaron al mercado las laboriosas gentes de por aquí, allá por el siglo XIX.

Precisamente fue durante la segunda mitad XIX y la primera del XX, cuando la ahora ciudad, casi gran ciudad, evolucionó económica y demográficamente de pueblo a urbe capitalina, se idearon leyendas que caracterizaran e identificaran a la ciudadanía; leyendas sobre gigantes, paridos por los montes como Tombatossals al que se levantó hace poco una escultura pública, que compite en calle estrecha con los rascacielos castellonenses, émulos de los neoyorquinos. Pero el pueblo crecía para convertirse en ciudad, todavía no gran ciudad, y había que huir del anonimato y la masificación de los tiempos modernos; se necesitaba una identificación y una caracterización, y se buscaron leyendas o nebulosas historias medievales en torno a la fundación de la ciudad, para encontrar lo lúdico y festivo propio. La culta burguesía urbana que ideó tales leyendas o revitalizó viejas tradiciones -también revitalizó en cierta medida la cultura y el valenciano- tuvo su razón de ser y su afecto a lo propio frente a la masificación de los tiempos modernos, que retrató Charles Chaplin.

Las razones y la originalidad de nueva marca, que caracteriza, distingue e identifica, nos vienen a resultar más polémicas. Las autoridades de la marca y el sin par corazoncito nos indican que la marca ha de motivar nuestro orgullo, nuestra defensa de lo propio y nuestros sentimientos por la ciudad. Vale, aunque ni la marca ni el orgullo ni el sentimiento logren una circulación fluida y, valga la redundancia, un ordenado plan de ordenamiento urbano. Pero es que, además de considerar cuanto de cutre y originalísimo pueda tener el corazoncito de la marca, demasiados orgullos, sentimientos y defensas de las identidades pueden entrar en confrontación con otras identidades que se pueden adornar de otros orgullos, sentimientos y defensas: basta haber escuchado las declaraciones de la embajadora de Bucarest sobre la preservación de la cultura e identidad de esa otra parte de Europa entre nuestros conciudadanos castellonenses de origen rumano.

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