La victoria de Ségolène Royal abre una etapa de cambios en la política francesa
La candidata socialista a la presidencia defiende las transformaciones sin renunciar a los ideales
Elegida candidata a la presidencia francesa por más del 60% de los militantes socialistas, Ségolène Royal adoptó ayer un tono visionario, voluntarista, acorde con el mensaje que ha mantenido durante esta larga campaña de las elecciones primarias internas de más de un año, y lanzó un llamamiento a sus compatriotas -emulando el viejo mensaje kennediano- para que se pregunten lo que pueden hacer por su país y que imaginen "una Francia que tenga el coraje de afrontar las mutaciones sin renunciar a su ideal de libertad, de igualdad y de fraternidad". Rozando el lirismo, afirmó: "Hoy es un día hermoso para salir al combate, porque nos empuja un movimiento popular generoso y feliz que siente que nos anima una causa más grande que nosotros".
Con la arrolladora victoria de Royal sobre sus contrincantes, el ex ministro de Economía y Finanzas Dominique Strauss-Kahn y el ex primer ministro Laurent Fabius, el Partido Socialista (PS) francés pasó página y cerró un ciclo, el que se abría en 1971 en el congreso de unificación de Épinay cuyo momento de gloria fue la larga presidencia de François Mitterrand. El viejo partido compuesto básicamente por cuadros y una militancia escasa y obediente, ideologizado al extremo y blindado por toda clase de dogmas y tabúes, saltó por los aires la tarde del jueves mientras votaban sus miembros, de los que un tercio se habían inscrito en los últimos seis meses por Internet, al precio de 20 euros.
Fabius, el gran derrotado con tan sólo un 18,7%, incapaz de ganar ni en una sola circunscripción, fue el primero en hacer una declaración felicitando a la vencedora y ofreciéndole su apoyo, aunque recordando, eso sí, el contenido izquierdista de su candidatura y llamando a Royal a no olvidar este sector de la sociedad.
Strauss-Kahn, que con su discurso socialdemócrata se aseguró el segundo lugar con un 20,57%, fue más conciso y evitó dar cualquier consejo. "Los militantes le han dado todo lo que necesita para ganar a la derecha", dijo, "yo me pongo a disposición del partido para lo que sea necesario". Los comentaristas políticos ironizaban ayer por la tarde de nuevo con la frase que le persiguió durante toda la campaña: "Sería un buen primer ministro".
Del desastre de la vieja guardia socialista da idea la ausencia total, incluso en los medios de comunicación, de los grandes personajes del pasado. El ex primer ministro y candidato derrotado en 2002, Lionel Jospin, desapareció de la escena tras no poder apartar a Royal de la carrera por la candidatura. Incluso evitó descubrir cuál fue su voto. Otros viejos elefantes del partido, como Jacques Delors o Michel Rocard, apenas han sido vistos.
Son realmente los socialistas quienes expresan una voluntad de renovación. Finalmente, la apuesta del primer secretario del PS, François Hollande, por facilitar la afiliación al partido a través de Internet ha acabado dinamitando la vieja casa socialista construida en la reunificación de Épinay.
Hollande es finalmente el auténtico artífice de esta renovación. En su doble papel de primer secretario del partido y compañero y padre de los hijos de Ségolène Royal, ha conseguido contra viento y marea mantener el rumbo de su proyecto, no ceder a las presiones que le pedían que cerrara el paso a Royal y articular una campaña con debates fratricidas sin que se haya roto la imagen del partido. Ayer pudo anunciar finalmente el triunfo de su compañera, aunque haya sido a costa de renunciar él mismo -como líder del partido- a la posibilidad de luchar por el palacio del Elíseo. "Una etapa se abre, la de la dinámica de la victoria", dijo. "Ella es capaz de reunir a todos los socialistas", proclamó. La pregunta de si él y su compañera estaban de acuerdo desde el primer momento deberán responderla los historiadores. Ellos no lo harán.
En su vibrante declaración de ayer, Royal escenificó perfectamente este nuevo partido que muy probablemente verá cómo se engrosan sus filas en los próximos meses, acercándolo más a la organización de masas que la candidata sueña en su visión de futuro.
Lejos de París -que por el momento no tiene intención de visitar formalmente-, en la localidad de Melle -donde obtuvo su primera acta de diputada en 1988-, casi en la intimidad -poco más de medio centenar de militantes y un montón de niños-, la candidata socialista al Elíseo adoptó un tono casi épico y muy desideologizado.
"Doy las gracias a los militantes socialistas que acudieron a votar en masa", proclamó, "y que han dado a todas y todos los que quieren que esto cambie la fuerza de creer en ello".
También les pidió que se pusieran "en marcha" los próximos seis meses de campaña hasta los comicios presidenciales, "con toda la fuerza de nuestras convicciones socialistas para unir a toda la izquierda, y luego a una mayoría de los franceses, en unas mismas ganas de futuro".
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