Irreversible
La periodista que dio, en despacho de urgencia, la noticia de la condena a muerte de Saddam Hussein, tuvo un lapsus significativo en la elección del verbo: "El ex dictador iraquí será asesinado en la horca". Entonces pusieron una de esas ráfagas separadoras que en radio llamamos jingle, muy alegre y musical, con pocas pero animosas palabras: "!A vivir, que son dos días!". Claro está que en la Ser nadie había provocado conscientemente tal coincidencia, pero así se presentan las casualidades más crueles en este mundo cruel. (Que el criminal Saddam vaya a ser asesinado o no, y que a Bush le haya servido de poco en las urnas esta "oportuna" sentencia no aportan nada al cuento de las paradojas irreversibles).
Algo parecido ocurrió el miércoles pasado después de un informativo en el que se recogía el debate sobre quién debe aprovechar las plusvalías de los terrenos transmutados en urbanizables. Como saben, la última ingeniosidad de González Pons es que hay que repartir las ganancias entre los poseedores de ese suelo durante los últimos 25 años, y así todos contentos (es un decir lo de todos, porque el 80% de la población ya cree que la corrupción urbanística es un problema generalizado). Proponía el conseller (¿también irreversible?), y acto seguido los empresarios constructores, reunidos en congreso, le contestaban que semejante ocurrencia no se puede realizar. Y casi todo el resto del mundo que no está en la pomada le reclamaba que más luchar contra la especulación y menos fórmulas mágicas para repartir revalorizaciones escandalosas. Bueno, pues se sucedían en la radio los argumentos de unos y otros cuando en la hora de "los comerciales", ha sonado el anuncio de ese prodigio de la promoción urbanística que se llama Urbe Desarrollo: ¿no encuentras piso?, ven y verás. Una feria donde se puede apreciar el futuro de cemento que aún nos espera, cuando ya pensábamos ingenuamente que no cabe un gramo más.
El pasado fin de semana me pilló en Barcelona la celebración del salón inmobiliario internacional llamado Meeting Point, que para eso siempre se ha dicho que los catalanes son como más cosmopolitas. Allí, la Assemblea per una Vivenda digna y otras plataformas se unieron en el cabreo y la protesta de mil personas: "Se ríen de nosotros en nuestra cara". Sendas mujeres se encadenaron ante la Generalitat a dos bidones de cemento; otros manifestantes se subieron a las farolas, algunos más repartieron revistas y desplegaron pancartas en las grúas. "Aquí están todos los que nos amargan la vida", era la queja de un colectivo heterogéneo ante la exhibición del impudor especulativo.
Mientras, la jueza ya debía tener redactada la sentencia: las obras del aeropuerto de Castellón pueden reanudarse porque los daños ya son irreversibles y total, para lo que queda por proteger... Curiosa argumentación (contra la que va a recurrir el Gecem) que podría dar carta jurídica a los hechos consumados aunque anunciados y denunciados; conclusión tan resignada como la utilizada hace dos días para legalizar la ilegalidad del Atrium de La Vila Joiosa, a cambio de un poco de derribo y otra pizca de sanción.
Y todavía habrá quien se queje de que el urbanismo (o lo que llaman urbanismo) esté judicializado, igual que el president Camps lamentaba que se "politice" la operación del Mestalla, como si el expolio de la ciudad no fuera un asunto, además de económico, altamente político (sospechoso, ese desprecio franquista con que de "lo político" hablan algunos políticos).
Más coherentes son los directivos de una decena de clubes de fútbol, que no hacen ascos a los redondos pelotazos.
Magistral, el artículo de Manuel Alcaraz, el domingo en Información de Alicante, sobre "constructores que acaparan el negocio de las pelotas" y de que más que de "terreno de juego" habría que hablar del "juego del terreno". Léanlo, se llama Por mis colores.
Y ahora meditemos sobre la reversibilidad de algunas martingalas (si Andalucía puede recuperar El Algarrobico, casi todo se puede...) Y sobre lo mudable de las papeletas de voto. Y démosle una oportunidad al porvenir, porque casi todo tiene arreglo, menos ser asesinado en la horca.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.