La penúltima lucha de Camacho
La familia del veterano sindicalista protesta por el colapsoen las urgencias del 12 de Octubre sufrido por el ex líder obrero
Porque estaba inconsciente, que si no, seguro que Marcelino Camacho se habría levantado de la camilla sobre la que yacía, para participar, una vez más, en una protesta laboral: la de los sanitarios del hospital 12 de Octubre, donde se hallaba ingresado.
Los enfermeros de urgencias estaban desbordados el pasado 3 de noviembre. Ante la avalancha de pacientes a los que no podían atender adecuadamente en los boxes, habitáculos para enfermos de urgencias, decidieron presentar batalla hasta que el hospital habilitara las camas que precisaban. A todo esto asistieron Marcelino Camacho, dormido por la medicación necesaria para tratar la infección urinaria que padecía, y su familia, atónita ante el colapso del servicio de urgencias.
"Había decenas de enfermos en camillas por los pasillos", dice su hijo Marcel
El veterano sindicalista -14 años encerrado en cárceles o campos de concentración, una década como secretario general de Comisiones Obreras y un lustro como diputado comunista por Madrid- se encontró mal cuando se dirigía con su mujer, Josefina Samper, a su médico de cabecera en busca de unas recetas. Llamaron a una ambulancia, que le llevó al 12 de Octubre, donde al poco tiempo le instalaron en un box de urgencias. "Él tuvo suerte, porque nada más llegar se quedó libre esa plaza; pero había decenas de enfermos a la espera en camillas por los pasillos de la zona de urgencias. Podías ver cómo cambiaban de ropa a los pacientes", cuenta escandalizado su hijo Marcel.
Una vez recuperado, Camacho y su familia se explayan en el piso de Carabanchel donde el matrimonio lleva décadas viviendo. Irónicamente, está en la calle de Manuel Lamela, dedicada al abuelo del actual consejero de Sanidad, responsable último de la situación que los Camacho denuncian ahora. En el mismo salón, minúsculo, que Camacho utiliza como gimnasio para practicar los ejercicios aprendidos en la rutina de los años en presidio, Josefina y Marcel recuerdan lo sucedido: a las cuatro de la tarde, los "30 o 40" enfermeros dijeron ¡basta ya! y comenzaron una improvisada asamblea.
"La jefa de enfermería bajó y les acusó de abandonar el puesto de trabajo, pero los sanitarios decían que en esa situación no se podían responsabilizar de los pacientes y que necesitaban más camas para ingresarlos". Hora y media más tarde, según explica Marcel, se habilitó una sala y la protesta cesó.
Dejando de lado el trato de los profesionales -que la familia juzga excelente-, Josefina tampoco se explica por qué su marido, con un diagnóstico tan claro, permaneció nueve horas a la espera de que se le asignara una habitación. Allí estuvo cinco días, hasta recibir el alta el día 8.
La saturación en las urgencias del 12 de Octubre no es un hecho aislado. Los sindicatos llevan tiempo denunciando la sobrecarga que soportan, mientras que los portavoces del hospital replican que el problema se reduce a los "picos de frecuencia", que hacen que algunos días haya más pacientes de los habituales,
Camacho, al que los achaques de sus casi 89 años no le impiden leer el periódico -y subrayarlo- todos los días, permanece ajeno a este debate. Él prefiere hablar de la victoria demócrata en las elecciones de Estados Unidos o de la negociación entre el Gobierno y ETA. Son su esposa e hijo los que consideran "lamentables" las condiciones que soportó: su habitación carecía de ducha; Josefina, con 80 años, tuvo que dormir tres días en un sillón para hacer compañía a su marido... y el "infierno permanente" que han de soportar los que trabajan en urgencias. "Cualquiera podía pensar que en Madrid había ocurrido una catástrofe. No era así, era simplemente la cotidianidad del 12 de Octubre y en muchos hospitales de Madrid", añade su hijo Marcel.
Su padre, rodeado de imágenes que ilustran una vida consagrada a la lucha obrera, libros y cuadros dedicados y una foto de Raphael en su despacho -"estuvo aquí después de su operación y nos contó su vida", aclara Josefina con un deje francés que no ha perdido desde su infancia en Argelia-, se queja, en cambio, de que le han cambiado a su médica de cabecera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.