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Columna
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Maltratadores

Dentro de la violencia a escala general que rige nuestras vidas, dentro de las cosas que no entendemos, que son muchas y para las que acabamos inventando alguna explicación, hay una que deja el corazón y la mente helados: la matanza de esposas, novias, compañeras sentimentales por parte de hombres de lo más variopinto. Pones la televisión y de pronto aparece otra mujer, que siempre parece la misma, asesinada por un marido que siempre parece el mismo, con la variante de que en lugar de una escopeta de cañones recortados haya usado un cuchillo o un empujón en la ventana.

A veces los hijos entran en el lote de esta sinrazón. Pero estos sujetos no ven la televisión, sólo ven esas humillaciones que según se dice alimentan su baja autoestima. Muchos tienen orden de alejamiento, en otros casos es una sorpresa para el vecindario que jamás se habría imaginado tal cosa. Y con cada nueva víctima todos repudiamos el hecho, avergonzados por pertenecer a la misma raza que el energúmeno de turno. Todos nos echamos las manos a la cabeza mientras pelamos la naranja, desconcertados, ¿qué es esto?, no es un hecho aislado, no es terrorismo y, sin embargo, es terrorífico. La familia se desespera ante el ataúd porque de alguna manera el desastre tuvo que ser evitado. Los padres, el hermano, los hijos no pueden creer que algo tan cruel y tan absurdo haya ocurrido. Y es que un día el dolor entró en sus vidas bajo la apariencia de un tipo normal con pinta de no haber roto un plato. Quién se lo iba a imaginar. No se puede ir pensando que los hombres lleven dentro un monstruo que despierta cuando se encuentra a solas con su mujer. Sobre todo cuando se ha crecido rodeada de hombres maravillosos.

La pregunta es si la crueldad es una enfermedad y si somos capaces de curarla

Recuerdo con intenso cariño a mis nueve tíos ya desaparecidos, tan afables y con tanto sentido del humor, a mis abuelos tan serenos y sensatos. Era una fiesta estar con ellos, no se tomaban nada a la tremenda, eran flexibles, tolerantes. Y jamás detecté el menor atisbo de pensarse mejores que sus mujeres. Ahora creo que poseían eso que llaman inteligencia emocional o inteligencia a secas, la capacidad de remontar las propias frustraciones, que las tendrían, y los sinsabores de los que no se libra nadie, los contratiempos que ocurren fuera de casa y que hay que saber dejar exactamente ahí, fuera de casa. He tenido una gran suerte por conocerlos, me hacen pensar que el carácter es lo más importante de una persona, que está por encima de la belleza y de la sabiduría. De todos modos, alguien puede ser intratable y estúpido, y no por eso maltratador, basta con no estar con él si nos desagrada, para eso tenemos capacidad de elección.

Pero mientras tratamos de entender, las víctimas caen una tras otra de una manera casi irreal, las cifras se disparan. ¿Cómo puede haber tantos hombres que quieran matar a sus mujeres y, lo más curioso, sólo a sus mujeres? Son demasiados. Se podría decir que estamos padeciendo una epidemia de maltratadores sangrientos. En las historias policiacas nos tienen acostumbrados a que se mate para conseguir algo o para eliminar algún obstáculo que se interponga en sus deseos. Pero en el caso de los maltratadores homicidas las causas que más o menos se aducen suenan a insuficientes para que alguien dé un paso tan atroz: machismo, inseguridad, baja autoestima, desorientación vital porque la mujer ha movido ficha en el mundo, bebida, celos, nervios, ira. Parece que si se comprende el móvil de un asesinato se pueda integrar mejor en el conocimiento de la naturaleza humana. Precisamente el éxito del género policiaco consiste en que, detrás del homicida, hay un móvil, una intriga, que una vez descubierto e identificado deja satisfecho al lector porque, aunque le repugne, entiende el hecho.

Sin embargo, en las muertes por "violencia de género", en que el criminal de antemano, a pesar de que escape, no va a ganar nada, "el porqué" queda encerrado en una mente oscura e impenetrable para los demás. O quizá este mal tenga un nombre tan simple y rotundo como crueldad. Una crueldad exacerbada que elige un objetivo contra el que descargar. Cuanto más débil es la víctima más cruel es la crueldad. Los hay que apalean perros indefensos hasta dejarlos moribundos, que ahorcan galgos. Los hay que maltratan a sus hijos. Y además parece que la crueldad engancha porque no pueden pasarse sin ella. La pregunta es si la crueldad es una enfermedad y si somos capaces de curarla. De momento la obligación de todos es proteger a las víctimas contra viento y marea.

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