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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Místico, pagano, primitivo

Nacido cerca de Nueva York en 1925, hijo de emigrantes franceses oriundos del Périgueux, François Augiéras (que con apenas un año, regresó a Francia con su madre, el padre había muerto) fue toda su vida un inadaptado. En el viejo y clásico término de Colin Wilson un outsider (desplazado). El mundo no estaba hecho a su medida, su pensamiento era lírico y sus dioses celestes, pero a la par muy terrenales. Algunos dudaron de su equilibrio mental pese a la clarividente belleza de su prosa y a la radiante claridad de lo que dice. Aunque Gide (ya casi con un pie en el estribo) lo conoció y saludó su primer libro -Le vieillard et l'enfant, 1949- como una iluminación, Augiéras (ajeno a los medios literarios) vivió, conocido de una minoría, siempre en los márgenes y la extraterritorialidad, entre los vagabundeos por Argelia, su nativo Périgueux y otras escapadas al mítico monte Athos, en Grecia, famoso por sus viejos monasterios bizantinos...

DOMME O EL ENSAYO DE OCUPACIÓN

François Augiéras

Traducción de Rodrigo Rey Rosa

Sexto Piso Editorial

Madrid, 2006

166 páginas. 14,42 euros

Murió en diciembre de 1971, en el hospicio que ya nombra este libro, solo, aunque algunos devotos (como el prologuista Jean Chalon, con quien se carteaba) intentaran cuidarlo. En España -que yo sepa- sólo se había traducido hasta ahora un libro suyo, El viaje de los muertos (Seix Barral), que tuvo poca o ninguna repercusión. Es un raro y un maldito pero con mucho de singular y excepcional.

Casi todos sus libros son de raíz autobiográfica, y nos relatan (en una prosa lírica, que busca en todos los caminos lo insólito de la iluminación) las peripecias de un narrador atípico, a caballo entre las experiencias homosexuales y una voluntad religiosa o mística, diferente y otra. En este sentido, Domme o el ensayo de Ocupación, a pesar de ser el último libro que escribió, publicado póstumo en francés, sólo en 1982, tal vez sea un comienzo muy revelador. El narrador (Augiéras) pasa la primavera y el verano en el antiguo y alto pueblo perigordino de Domme, visto con extrañeza por la gente, y casi adorado al fin por un hermoso muchachito de origen asiático o argelino. Antes ha vivido en cuevas naturales, que dan sobre el rumoroso cauce del Dordoña, en soledad, pintando, haciendo sonar piedras, construyendo objetos de una nueva religión (que quizá tenga eco en los dioses de los astros, su pagana fe en la Luz Divina) y leyendo textos hinduistas. De hecho al oferente muchachito final lo llamará Khrisna.

Furibundamente antijudeo

cristiano -lo que no le impide demorarse en el solitario silencio de las viejas iglesias-, este asceta pagano, que se siente de otro mundo, de otra raza más alta y noble que los humanos sometidos por Cristo, una raza universal que habita y adora el Universo y cuya moral nada tiene que ver con el (a su decir) "residual" cristianismo, está tan emparentado con Nietzsche como con los presocráticos, o con cierta metafórica idea de la ciencia-ficción: de ahí lo de "ocupación", ya que será esta nueva raza la que ocupará otra vez la Tierra. Ese Augiéras vive entre el temor a los hombres -que lo rechazan-, su dura condición de paria, y el inmenso júbilo de saberse parte de un futuro más bello y luminoso donde el planeta tornará a ser otro epicúreo jardín.

Todo en este hermoso libro es inquietante, seductor y distinto. Y todo aspira a una diferente forma de vivir muy antimaterialista, muy gozosa -también para los sentidos- y muy libre. Nuestra civilización actual, para este eremita exquisito, es sólo basura. Y la belleza queda en el sueño, en la limpia juventud transgresora y en el arte que busca. Uno se pregunta cómo alguien que vivió con tal menesterosidad y extremo pudo cuidar tan pulcramente (tan soberbiamente) su prosa, su singularidad y su estilo: "La Luz Primordial que Occidente se empeña en llamar Dios" (...) "Y aventuras eternas en un Universo ilimitado, y sin otro fin que la alegría de existir". Insólito, pagano, carnal y todo espíritu, François Augiéras es -hoy por hoy- infinitamente más heterodoxo que, digamos, su compatriota Jean Genet. Por ejemplo.

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