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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Extrañeza y reconocimientos

Watteau, Boucher y Fragonard son las excepciones más grandiosas de la pintura francesa del XVIII. Si el primero es el maestro galante y pícaro, el segundo no se anda con remilgos, desnuda con una facilidad de libertino a diosas y cortesanas. Fragonard es el travieso. En El cerrojo (1778), el joven que quiere alcanzar la llave impide la marcha a su amada mientras tres cuartos del cuadro son un naufragio de almohadones, sábanas y rojo. Dos Pequeñas curiosas (1767-1771) damiselas lanzan pétalos de flores a quienes las miran, dejando asomar, como un brote de flor, el rosado de un pecho.

Fragonard no está nunca donde se le espera. Su único norte fue huir de todo inventario y categoría para ganar la libertad. Sus "retratos de fantasía" concentran todos los géneros pero no obedecen a ninguno: estudios de un gesto o de un porte de cabeza, representaciones de amigos, mandatarios, artistas; demostraciones de virtuosismo, prestancia; alegorías de la Música y de la Inspiración. En óleos, guaches, pasteles y grabados, o en muchos de sus dibujos a tiza, pluma o aguada, Fragonard borró las diferencias entre boceto y obra acabada. No siempre está claro, por ejemplo, si uno de sus muchos cuadros con una figura aislada es un retrato de un personaje vestido con un traje caprichoso o una figura imaginaria. Durante sus dos únicas visitas a Italia, en 1756 y 1770, se sintió atraído por el paisaje y por artistas como Tiépolo y Giordano. Pero ni las ruinas de la Antigüedad ni el arte del Renacimiento le conmovieron.

JEAN HONORÉ FRAGONARD (1732-1806). Orígenes e influencias. De Rembrandt al siglo XXI

Comisario: Jean Pierre Cuzin

CaixaFòrum

Avenida del Marqués

de Comillas, 6-8. Barcelona

Hasta el 11 de febrero de 2007

En El beso ganado, el observador no ve los efectos decorativos, ni lo picante de las situaciones, sino la sensación de enjundia y pureza de la vida estampada en unas pinceladas que vuelan y en los audaces contrastes de claroscuros. El beso furtivo afirma la mano del maestro que aprendió los procedimientos del rococó con el creador del estilo Boucher. La persuasión pictórica con que están representadas las figuras y el mobiliario da testimonio de las lecciones recibidas del jefe del realismo ilustrador Chardin. El imponderable Psique enseñando a sus hermanas los regalos de Cupido, pintado cuando tenía 21 años, es una apoteosis de la naturaleza y los deseos, donde Watteau y Rubens aparecen en los intersticios de la carne y la luz. Los colores, con armonías de oro y naranja, se reconocen ya como característicos de Fragonard, sobre todo en las figuras de las mujeres, Psique, en el palacio mágico en el que le ha instalado Cupido, mientras enseña a sus hermanas "montañas de tesoros" y ellas, que "sienten una gran envidia", tratan de arruinar su felicidad haciéndole desconfiar del amante invisible.

Son obras maestras de una

exposición en Barcelona que recuerda todos los caminos, los maestros e influencias de Fragonard. Jean Honoré Fragonard. Orígenes e influencias. De Rembrandt al siglo XXI, la primera exposición del artista en España, y la más importante desde la organizada en el Gran Palais (1987) y en el Metropolitan de Nueva York, descubre para el gran público la modernidad y el talento de un pintor que fue menospreciado a principios del siglo XIX e idolatrado más tarde hasta ocupar un lugar significativo en la historia de la pintura occidental. Ciento veinte obras, procedentes de colecciones europeas y americanas, despejan las dudas sobre la integridad de un estilo interesado vivamente en otras singularidades: Rembrandt (las pinturas religiosas), Tiépolo (Cabezas de ancianos), Rubens (Cabezas de fantasía), Jacob van Ruisdael y Carel Fabritius. Y en un viaje de vuelta, la visita a autores de la talla de Daumier o Monticelli, quienes vieron en Fragonard la extrañeza y la visión individual de las perdurables necesidades del ser humano, que en aquella época sólo la pintura y la literatura eran capaces de satisfacer.

Alrededor de la figura de Fragonard se creó un clan de artistas: los cuadros de inspiración holandesa (siglo XVII) fueron realizados en colaboración con Marguerite Gérard, su cuñada y discípula. Su esposa, Marie-Anne, se especializó en los retratos en miniatura. Durante la Revolución Francesa, con el reventón del mercado artístico, el pintor se retiró al sur de Francia, a Grasse, donde había nacido. Pero el pintor David, maestro de su hijo Alexandre-Évariste, le llevó a la política. Sus últimos lienzos, de cronología muy discutida, lo muestran tratando de adaptarse a la severidad neoclásica del estilo "republicano" de David.

La exposición en CaixaFòrum desemboca en dos piezas recientes, firmadas por Yinka Shonibare y Glenn Brown. El nigeriano viste a la famosa Dama del columpio con trajes africanos y la decapita. El británico presenta un personaje cabeza abajo para evidenciar el horror que se esconde detrás de la belleza. Son miradas contemporáneas cuyo efecto sobre los admiradores de Fragonard resultarán, a buen seguro, impertinentes.

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