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Columna
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El infractor

José Manuel Caballero Bonald ha creado con su literatura los recuerdos activos de un territorio particular que se llama Argónida. La difícil invención de un paisaje literario, de un mundo propio, supone crear una voz y una mirada, un patrimonio de dudas y de certezas. El olvido trabaja allí para seleccionar su memoria y definir una experiencia de vida. Cumplir 80 años en Argónida significa un acto de afirmación vital, el reconocimiento de un pasado que sirve para seguir habitando de forma decidida en el presente. La memoria es una ficción, una espesura, un diálogo con la fugacidad y con las verdades, un veredicto pactado, la negociación entre las imaginaciones y los hechos, entre las ataduras sentimentales y los acontecimientos. La memoria nos constituye y nos abre las ventanas del día para que observemos el paisaje de cada amanecer. Si Argónida tuviese un Estatuto, sus leyes insistirían una y otra vez en el castigo de la gente de orden y en la comprensión moral de los infractores. Por el último libro de poemas de Caballero Bonald, Manual de infractores (2005), cruza la sombra de la clandestinidad en los años de la miseria y la dictadura, respiran las noches de conspiración erótica y alcohólica frente a los mandamientos clericales, se levantan los sigilos de la convocatoria ilegal contra el poder. La insolencia ante los acomodos, la rebeldía anímica ante las gentes de bien que cierran los ojos al dolor ajeno y pasean en familia sobre la realidad humillada de sus víctimas, nacen de los años vividos y sufridos en la dictadura, y se hacen presente en la voz del poeta que denuncia en tono airado a los gobernantes que perpetúan la historia bélica de las masacres, los genocidios, las especulaciones y los expolios. El habitante de Argónida busca en el orgullo de su disidencia la materia inflamable que aviva la rabia juvenil, y mantiene la necesidad madura de enfrentarse a los acosos de un mundo injusto. El aliento de la ficción rompe los simulacros de la hipocresía.

La insolencia de Caballero Bonald es también un estilo literario, un modo de gobernar el lenguaje. La ética de un escritor es inseparable de su música, de su vocabulario, de su sintaxis. El compromiso literario con el mundo exige sobre todo un compromiso con el rigor de la literatura. Rafael Alberti, el poeta militante, la voz en la plaza sobre las multitudes, contagiaba amor por Garcilaso y por Góngora, por Bécquer y Rubén Darío. Esa misma lección ha dado Caballero Bonald al llevar la insolencia de su valor cívico al lenguaje poético y al defender la escritura como un proceso de búsqueda, de indagación esforzada, hasta convertir los matices del lenguaje en un ámbito de conocimiento. Los merodeos lingüísticos tienen poco que ver con la ornamentación encubridora en una poesía que, sobre todo a partir de libros como Descrédito del héroe y Diario de Argónida, ha buscado en el despojamiento un golpe de fuerza expresiva, de lucidez vital y de valentía ética. Experiencia de vida y experiencia de lenguaje se funden en un testimonio de rebeldía. Argónida se ha fundado para que sigan existiendo la indignación, la nocturnidad y las sorpresas. Se trata de la respuesta geográfica a un mundo de luces previsibles y acomodos. Los poemas de Manual de infractores son además una afirmación de vida, porque ofrecen, a la amada y a los lectores, un pacto para inventar la realidad a medias. El infractor cumple 80 años, se niega a la elegía, y nos cuenta el pasado sólo para hacer del presente y del futuro el resultado de una experiencia histórica. José Manuel Caballero Bonald cumplió ayer, en Jerez, 80 años, homenajeado por su familia, por sus amigos, por altos representantes de la política y de la cultura. Esta bien que la realidad, inventada a medias, se engalane oficialmente para celebrar el cumpleaños del escritor. Pero también está muy bien que el escritor se abrume y quiera mantener de forma decidida la soledad de Argónida, como un territorio distante, propicio sólo a la rebeldía.

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