_
_
_
_
HISTORIAS DEL 'CALCIO' | Fútbol | Internacional
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El ángel en el infierno

Enric González

Hay equipos que, por razones variopintas, se visten con una bandera remota: el Boca va de sueco, el Barcelona va de suizo y el Lazio va de griego. Otros llevan los colores de su ciudad, como el Roma. O los de un club más antiguo, como el Juventus, que recibió camisetas del Notts County. Casi todos los colores del fútbol nacieron de la casualidad. Pero no los del Milan. El Milan eligió las rayas negras y rojas porque buscaba una combinación cromática infernal, capaz de infundir temor en los rivales. Es decir, el Milan tenía un plan. Desde el principio.

Al Milan se le llama, como es normal, El Diablo. Eso es lo que buscaba. Hablamos de una sociedad con un punto narcisista, reflejado incluso en el atuendo de los técnicos: Ancelotti y su ayudante, Tassotti, se sientan en el banquillo con traje oscuro y camisa y corbata burdeos. Se trata, se supone, de una elegancia diabólica que entona, se supone, con los ojos fríos de Maldini, los labios apretados de Pirlo y los rugidos de Gattuso.

Pero el Diablo renquea con una defensa anciana, un centro del campo al que le pesa todavía el Mundial y una delantera huérfana de Shevchenko. Ayer perdió de mala manera con el Atalanta, que no sólo es vecino (Bérgamo está a dos pasos), sino que luce los colores del Inter. Ancelotti se defendió culpando al árbitro, la excusa mefistofélica por excelencia. La verdad, sin embargo, aparece cruda y el primero en verla es el propio Berlusconi, que, sin perder de vista a Ronaldinho, ha enviado una expedición a Brasil para buscar un futbolista barato, desconocido y maravilloso.

¿Por qué no? El truco de la expedición ya funcionó una vez. Un tipo del Milan se fue a São Paulo y se trajo a un tal Ricardo, llamado Cacá como muchos Ricardos brasileños, pero con el rasgo de coquetería de firmar Kaká. El chaval costó seis millones de dólares. Nadie sabe cuánto costaría ahora. Tiene el primer paso de Platini, ese paso falsamente exagerado que deja atrás al contrario; tiene la velocidad de un extremo, la parsimonia de un mediocentro, el pie de un ángel y el disparo de un demonio.

Kaká es el tesoro del Diablo y su única esperanza en una temporada que comenzó mal, con una sanción de ocho puntos negativos, y prosigue mal. Sólo Kaká mantiene vivos los sueños milanistas. El scudetto queda muy lejos, pero en Europa, a veces, basta el talento de un genio para saltar una eliminatoria, y otra, y otra.

Kaká forma parte de una estirpe bastante rara, la del genio sin tormentos interiores. Muchos grandes del balón, como Garrincha, Best o Maradona, sufrieron por sus demonios personales. Quienes no pagaron ese peaje tenían, al menos, algún defectillo que ayudaba a los demás a soportar su talento: Cruyff era vago, fumador y mandón, Di Stefano era seco de carácter, Beckenbauer era arrogante. Entre los de hoy, Ronaldo es glotón y Ronaldinho no es Adonis. Pelé carecía de defectos y encima tocaba la guitarra, pero era inculto.

Kaká es guapo, alto, veloz, resistente a las lesiones. Es simpático y disciplinado. No fuma, no bebe, no trasnocha y reza con frecuencia. Por si todo eso fuera poco, lee ensayos. Y juega como los ángeles.

Tanta perfección tiene algo de diabólico.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_