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75 años de Unió Democràtica de Catalunya

El 7 de noviembre de 1931, mañana hace 75 años, se fundó en Barcelona Unió Democràtica de Catalunya. Expresamente dijeron que no pretendían ser el partido de los católicos, sino un partido de católicos. No sería un partido confesional. Admitían que otros católicos no compartieran su opción política, y también que algunos no católicos se les unieran, con tal que admitieran los valores del humanismo cristiano. Es lo que más tarde se llamará inspiración cristiana.

Históricamente ha habido dos grandes modelos de democracia cristiana. La Iglesia -tanto la vaticana como la local- siempre ha tenido la tentación de promover un partido que los católicos han de votar y que mantiene con la jerarquía una relación de do ut des: el partido es como el brazo largo de la Iglesia, que le imparte sus consignas en defensa de sus intereses institucionales, y a su vez presta a aquel partido soporte electoral. En cambio la genuina democracia cristiana quiere ser fiel al evangelio y también a la doctrina política y social de la Iglesia, pero las interpreta según su conciencia. De este modo no compromete a la Iglesia con sus opciones temporales.

En la documentación de los Archivos Secretos Vaticanos existen cartas, como la de Josep M. Casasses al nuncio Tedeschini, que confirman la inspiración cristiana y la autonomía política de Unió Democràtica, fundada el 7 de noviembre de 1931

Este era entonces en España el caso de Unió Democràtica de Catalunya y del Partido Nacionalista Vasco, mientras que la falsa democracia cristiana, protegida por el Vaticano, era la CEDA de Gil Robles. Cuando después del triunfo de las derechas en noviembre de 1933 el ministro de Agricultura Manuel Giménez Fernández, del sector más avanzado de la CEDA, propone una tímida reforma agraria, su propio partido la boicotea. Lamamié de Clairac, rico hacendado salmantino, diputado en 1931 por los agrarios y en 1933 por el ultracatólico partido tradicionalista, dijo que si le quitaban sus tierras, lo mismo le daba que lo hicieran en nombre de Marx que en nombre del Sagrado Corazón y las encíclicas pontificias. En cambio cuando en el Parlamento catalán se discutió la Ley de Contratos de Cultivo, que era también una reforma moderada, el único diputado de Unió Democràtica, Pau Romeva, votó a favor, con escándalo de los terratenientes católicos. De este modo, Unió Democràtica se anticipó 30 años a la doctrina del Concilio Vaticano II sobre la autonomía política de los católicos.

Veamos otro ejemplo histórico. Los dirigentes del Partido Nacionalista Vasco habían concertado en 1935 un viaje a Roma con audiencias de Pío XI y del cardenal Pacelli (habiendo aprontado un sustancioso óbolo para las obras de caridad del Pontífice). Pero, ya todo concertado, se convocaron las elecciones de febrero de 1936, y al presentarse en el Vaticano se les dijo que el Papa y el Secretario de Estado no les recibirían si no se comprometían por escrito a presentarse unidos a la CEDA. Los vascos contestaron, indignados, que la fe no les exigía semejante compromiso, y la política se lo desaconsejaba (y regresaron sin soltar el óbolo preparado).

Javier Tusell hizo un gran elogio de la doctrina de Unió Democrática de Catalunya, formulada en sus congresos nacionales. Pero en mi opinión lo más notable no fue su doctrina, sino el modo práctico como la entendió y aplicó en los convulsos años de la Segunda República y más aún de la Guerra Civil.

En la documentación de los Archivos Secretos Vaticanos que acaba de abrirse a los investigadores, concretamente en el fondo de la nunciatura de Tedeschini, he podido ver una correspondencia que confirma la inspiración cristiana y a la vez la autonomía política de Unió Democràtica. El secretario general, Josep M. Casasses, envía al nuncio un ejemplar de las resoluciones del primer congreso nacional del partido Unió (octubre de 1932) con una carta a doble columna, en catalán y en castellano, diciéndole que así podrá ver sus ideales "netamente cristianos". No piden instrucciones al representante del Papa: le comunican su programa. Tedeschini, que no tiene la menor idea de quiénes puedan ser aquellos señores, contesta el 9 de enero de 1933 agradeciendo el envío y tomando nota de "sus sanos propósitos". Pero no les escribe directamente, sino que envía la carta al obispo Irurita y le dice que "desconociendo exactamente la Asociación a que va dirigida, le ruega se entere de ella y deja a su prudente criterio el entregarla o el devolverla a esta Nunciatura". Perdidos en enero de 1939 los archivos del partido, no sabemos qué curso dio el obispo de Barcelona a la carta del nuncio. Para la defensa de la Iglesia, Irurita confiaba más en un golpe militar que en las vías democráticas.

Hilari Raguer es historiador.

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