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El triángulo del Este asiático

Joseph S. Nye

En vísperas de la prueba nuclear coreana, el nuevo primer ministro de Japón, Shinzo Abe, celebró en China una reunión con el presidente Hu Jintao. Fue un avance prometedor. Pero Abe llega al cargo con la reputación de ser más nacionalista que su predecesor, Junichiro Koizumi, cuya insistencia en visitar el polémico santuario de Yasukuni (en el que están enterrados los criminales de guerra japoneses más destacados de la II Guerra Mundial) contribuyó a enturbiar las relaciones con China. Y para mantener la estabilidad en Asia las relaciones chino-japonesas deben mejorar.

Aunque las ambiciones nucleares de Corea del Norte son inquietantes y desestabilizadoras, el elemento estratégico clave en el Este asiático es la ascensión de China. En las tres últimas décadas, su economía ha crecido entre el 8 y el 10% anual; y el gasto en Defensa a un ritmo aún mayor. Y sin embargo, los lideres chinos hablan del "ascenso pacífico" de su país.

Hay quienes opinan que China no puede tener un ascenso pacífico y que tratará de obtener la hegemonía en Asia oriental, con el consiguiente conflicto con Estados Unidos y Japón. Otros señalan que China lleva a cabo políticas de "buena vecindad" desde los años noventa: ha resuelto disputas fronterizas, ha empezado a desempeñar un papel más activo en las instituciones internacionales y ha reconocido las ventajas de utilizar el poder blando.

Hace diez años supervisé la elaboración del Informe Estratégico sobre el Este Asiático del Pentágono, que ha servido de orientación de la política estadounidense durante las administraciones de Clinton y Bush. Entonces existía un debate entre quienes querían contener la fuerza creciente de China y quienes deseaban acelerar su integración en el sistema internacional. La contención era imposible porque, a diferencia de la Unión Soviética durante la guerra fría, los vecinos de China no consideraban que este país representase un peligro claro e inminente. Además, tratar a China como un enemigo era garantizar que se convirtiera en tal.

La estrategia que escogimos fue la de "equilibrar e integrar". El equilibrio de poder del Este asiático descansaba sobre el triángulo formado por China, Japón y EE UU. Al reafirmar la relación de seguridad entre Estados Unidos y Japón, la declaración Clinton-Hashimoto de 1996 ayudó a estructurar un equilibrio regional favorable. Cuando, al mismo tiempo, animamos a China a que se incorporase a la Organización Mundial de Comercio y otras instituciones, creamos incentivos para una buena conducta. La integración estaba protegida por una dosis de realismo en caso de que las cosas salieran mal.

Esta estrategia, en general, ha funcionado. El poder militar de China ha aumentado, pero su conducta es más moderada que hace un decenio. Está muy lejos de representar, para la preponderancia estadounidense, el mismo tipo de reto que suponía la Alemania del káiser para Gran Bretaña a principios del siglo XX. La clave del poder militar en nuestros días, en la era de la información, está en la capacidad de integrar sistemas complejos de vigilancia desde el espacio, ordenadores de alta velocidad y armas "inteligentes". No parece probable que China vaya a reducir a corto plazo sus distancias con EE UU.

Evidentemente, el hecho de que China tenga pocas probabilidades de competir con Estados Unidos a escala mundial no significa que no pueda constituir un reto en el Este asiático, o que no sea posible una guerra por Taiwan. Si la isla declarara su independencia, lo más seguro es que China recurriera a la fuerza, sin tener en cuenta los presuntos costes económicos o militares. Pero tendría escasas probabilidades de ganar esa guerra, y la prudencia política por parte de todos puede hacer difícil que se produzca.

¿Cuál es entonces el problema estratégico? La estabilidad en el Este asiático depende de que haya buenas relaciones entre los tres lados del triángulo Estados Unidos-China-Japón, pero las relaciones entre China y Japón se deterioraron durante los años de Koizumi. China permitió manifestaciones -a veces violentas- ante los consulados japoneses en protesta por las modificaciones en los libros de texto de Japón que suavizaban el relato de la invasión japonesa de los años treinta. Veintidós millones de chinos firmaron un documento en contra de la presencia de Japón en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, tras lo que el primer ministro, Wen Jiabao, anunció la oposición de Pekín a dicha incorporación.

China también rechazó las declaraciones de Japón a propósito de Taiwan. Y existen además varias disputas territoriales sobre pequeñas islas y posibles reservas de gas cerca de la frontera marítima entre China y Japón.

El asunto más controvertido, de todas formas, han sido las visitas del primer ministro japonés al santuario de Yasukuni. Hasta el viaje de Abe, China se había resistido a participar en cualquier cumbre con Japón, mientras dichas visitas continuaran. Aunque China se ha convertido en el mayor socio de Japón en materia comercial y de inversiones exteriores directas, los nacionalistas de los dos países han alimentado mutuamente su extremismo, y sus Gobiernos están jugando con fuego.

Los intereses de Estados Unidos dependen de la estabilidad regional y el crecimiento continuo del comercio y las inversiones. Por eso, el presidente George W. Bush pudo decirle discretamente a Abe que EE UU ve con buenos ojos la mejora de las relaciones entre Japón y China y que las visitas al santuario de Yasukuni perjudican los intereses japoneses en el Este asiático. Para los asiáticos es un recuerdo del Japón repugnante de los años treinta, en vez del Japón atractivo de hoy.

Por otro lado, Estados Unidos puede mostrarse precavido a la hora de dejar que Japón intervenga en todo lo relacionado con Taiwan -un punto delicado para China- y, al mismo tiempo, fomentar el desarrollo de instituciones asiáticas que amplíen los contactos y apaguen los conflictos. Entre ellas pueden estar la Cumbre del Este Asiático, la reanimación de la Cooperación Económica de Asia y el Pacífico (APEC) y la evolución de las negociaciones actuales a seis bandas sobre Corea del Norte hasta convertirse en una instancia permanente de Diálogo para la Seguridad del Noreste Asiático.

Afortunadamente, existen indicios de que tanto China como Japón están tratando de salir del estancamiento de los últimos años. Aunque Abe ha mantenido su postura sobre Yasukuni, su reunión con el presidente chino Hu Jintao fue un avance prometedor. Por su parte, algunos analistas chinos reconocen el peligro de alentar un nacionalismo excesivo con respecto a Japón.

Estados Unidos debe intentar impulsar todos estos avances de manera discreta. La alianza entre EE UU y Japón sigue siendo crucial para la estabilidad en el Este asiático, pero hacen falta tres lados para formar un triángulo.

Joseph S. Nye es catedrático en Harvard. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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