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Perdida de 'glamour' del capitalismo catalán

Antón Costas

Dado que hoy es día de reflexión y la convención establece no hablar de política catalana, aprovechemos para hablar del capitalismo catalán, de su evolución reciente, de su tono vital y de su influencia en la sociedad española.

En los últimos años, coincidiendo con el aumento del poder político, hemos asistido a una pérdida importante de poder económico catalán. Dicho de otra forma, se ha perdido parte del glamour que desde la mitad del siglo XIX había tenido la burguesía manufacturera barcelonesa, cuando la industrialización la transformó, junto a la burguesía ferratera bilbaína, en la nueva aristocracia económica de España. Esta pérdida merece alguna atención, a la vista de lo que ha ocurrido en el resto de España.

Los últimos 20 años, coincidiendo con la entrada en la CEE, han sido una época de espectacular transformación del capitalismo español. España, que hace 20 años era un país que no tenía ninguna empresa propia situada en la lista de las más poderosas de Europa y del mundo, tiene ahora un ramillete de empresas multinacionales -financieras, energéticas, de servicios, comerciales, inmobiliarias y manufactureras- que están entre las primeras de la UE y, en algún caso, como el de la gallega Inditex-Zara, del mundo. Esto es en sí mismo una transformación extraordinaria, aun cuando falta por ver si se consolida a largo plazo.

Esa transformación empresarial ha venido acompañada de un fuerte proceso de acumulación de capital en un número reducido pero importante de personas o familias, algunas de ellas nuevos ricos, que han renovado la vieja y anquilosada oligarquía empresarial española. Esta acumulación ha hecho que por vez primera aparezcan nombres españoles en las listas de grandes fortunas del mundo. Todo un hecho nuevo, económica y socialmente significativo, que ha dado un nuevo glamour al capitalismo español.

Esa aparición de una nueva clase empresarial en España, con gran poder económico y ambición para emprender grandes iniciativas, nos ha traído una sorpresa: Cataluña ha estado ausente de este proceso. La que fue primera fábrica de España y cuna de la primera burguesía y clase media de signo capitalista, ha estado ahora, con muy escasas excepciones, al margen de esta nueva fase de transformación y acumulación. En casi todas las demás comunidades han aparecido algunas nuevas fortunas y focos de poder económico. En Cataluña no.

Hablo de pérdida de poder económico, no de PIB. Recuerdo una reunión hace años del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, con la junta del Círculo de Economía en el Palau. El motivo fue la publicación de un documento en el que el Círculo señalaba esta disminución de poder, opinión que no cayó bien en el Gobierno catalán. Durante la reunión, el entonces consejero de Economía cuestionó esa pérdida de poder señalando que la economía catalana seguía manteniendo intacta su participación en el PIB español. Pero rápidamente fue interrumpido por Pujol para decir: "Deje, deje, estos señores están hablando de poder, no de porcentajes del PIB". Y de eso se trata, de poder, de glamour.

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La ausencia de grandes nuevos ricos catalanes es en sí misma un hecho singular y significativo, que merece atención. Entre otras razones porque posiblemente influye en el actual tono vital depresivo del alma colectiva catalana. (Suerte que nos queda el Barça, si no la autoestima estaría por los suelos).

Esa pérdida de poder económico catalán se podría atribuir a la dinámica centralizadora de las privatizaciones emprendidas en la última fase del Gobierno de Felipe González y rematada con los gobiernos de José María Aznar. Algo de eso ha habido, pero debe existir algo más porque nuevos ricos han aparecido en muchas partes de España, no sólo en Madrid.

Fijémonos en una cosa. Los nuevos ricos que han surgido por España adelante, en la construcción y en otros negocios, han utilizado la Bolsa para hacer crecer sus empresas y, a la vez, hacer plusvalías con las que aumentar su patrimonio personal, patrimonio que después han empleado para diversificar y entrar en nuevas actividades.

Sin embargo, han sido muy escasas las empresas catalanes que han utilizado la Bolsa para crecer, aunque alguna hay, como el Banco Sabadell. En general, ante la disyuntiva de tener que aliarse o ir a la Bolsa, se ha optado por vender directamente la empresa, hacer caja y abandonar la actividad. Ejemplos reciente son Panrico, Chupa-Chups y Cementos Uniland. Nada que objetar. Pero este comportamiento diferencial necesita alguna explicación.

Posiblemente, el perfil del buen empresariado familiar catalán no es propicio al nuevo capitalismo global. Las virtudes que en el pasado forjaron su poder, hoy son una rémora para ganar dimensión y poder en una economía abierta. Su propensión a no compartir el control de su empresa, su tradicional aversión al endeudamiento y su gusto por el crecimiento interno hoy casan mal con una economía global que necesita de alianzas y del mercado de capitales para crecer. Lo que tenemos funciona bien, pero no surgen las nuevas iniciativas a la escala del nuevo capitalismo. Lo pequeño y familiar es hermoso, pero necesitamos también algo grande y corporativo.

El poder político ha sido consciente de esta limitación, y ha intentado apoyar iniciativas orientadas a ganar tamaño y poder. Primero fue Pujol alentando a Javier de la Rosa. Pasqual Maragall ha hecho también llamamientos en ese mismo sentido, y ha animado a La Caixa a desempeñar el papel de gran empresario corporativo. Pero lo de Javier de la Rosa acabó como acabó y La Caixa parece estar replanteándose su estrategia empresarial.

Hubo también algún intento específicamente empresarial para formar una gran corporación financiero-industrial catalana, capaz de entrar en grandes proyectos. Se trató de reunir a La Caixa y a las cuatro o cinco mayores fortunas de Barcelona, al modo como hizo Mediobanca en el norte de Italia. Pero la cosa no fue adelante.

Y en estas estamos.

Pero alguna lección podemos extraer de los intentos, tanto de los fallidos como de los exitosos, para ganar dimensión y poder: la empresa catalana tiene que apoyarse en alianzas en el mercado español. No hay atajos para ir a lo grande hacia la economía global.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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