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Columna
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La berrea

Manuel Vicent

En el parque Phoenix de Dublín hay una pradera llamada de los Quince Acres, presidida por una colina donde se levanta una poderosa cruz en recuerdo de la visita que el papa Wotyla realizó a Irlanda el 29 de septiembre de 1979, un tiempo de otoño en que los venados están en plena berrea. En esta pradera se concentraron entonces más de un millón de fieles para asistir a la ceremonia de la misa. Cuando hace unos días me paseé por allí los árboles del parque estaban coronados por una niebla tostada como la espuma de la cerveza Guinness y la pradera de los Quince Acres había sido devuelta a unas manadas de ciervos, sus inquilinos de toda la vida. Alrededor de la colina del altar, al pie de la cruz, ahora los ciervos estaban celebrando la berrea. Los golpes de las cuernas con que se trababan los machos se oían de muy lejos y el harén de hembras asistía a esta ceremonia de la subasta de semen con aparente indiferencia, pero al final del combate no hay forma de que se equivoquen a la hora de otorgar sus favores al ganador. Desde el fondo de Dublín el sonido de otra berrea formada por las sirenas de las ambulancias y de la policía junto con el rumor ronco del tráfico llegaba hasta el pie del altar donde se entreveraba con los poderosos bramidos de los ciervos y en el horizonte del parque se divisaban las siluetas de innumerables grúas de la construcción, que son las modernas cruces del Calvario. La berrea en Dublín se traslada cada noche a cualquier pub de la esquina y allí los berridos sólo son carcajadas irlandesas, de las que salen del fondo de la tripa, envueltas en una bruma de alcohol. En los pubs dublineses la gente bebe de forma católica hasta los pies, se mide las cicatrices, levanta las pintas reclamando el favor de los cantineros, se muerde el sexo con el pudor de los ojos, celebra porfías con el afamado beso de Glasgow, que consiste en darse cabezazos con la frente, como los carneros, hasta dar con el contrario en el suelo. La noche de Dublín tiene un aire de dicha obcecada que llega hasta la cruz de los muslos y despues de vaciar varios toneles de cerveza los fieles pueden orinar espumosamente con furia contra los pretiles del río Liffey, no sin antes echar una limosma para las misiones en el cajetín que hay en todos los mostradores. Hasta el amanecer los venados del parque Phoenix seguían bramando alrededor del altar de la colina con una liturgia misteriosa, mientras en Dublín esta vez la berrea se confundía con el sonido de las campanas, de todas las campanas que llamaban a misa.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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