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Columna
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Los muros

Anatxu Zabalbeascoa

Le pregunto a un profesor de Arquitectura si hay alguna asignatura específica que adiestre en la construcción de muros. No, me dice, pero gran parte de la arquitectura que se está haciendo tiene forma y espíritu de muro. Está encofrada con hormigón, acero y miedo. ¿A cuánto va el barril de miedo? Hay miedos antiguos, fósiles, que de repente salen a la atmósfera convertidos en un gas invisible y asfixiante. Como cuando más del 50% de estudiantes de la Comunidad de Madrid muestra rechazo a la presencia de niños inmigrantes en las aulas. Quizás es que hay pocos balones de fútbol en los colegios. El miedo al "otro" no dura un minuto si sueltas un balón por el patio. (¿Quieres saber lo que es la alegría acompañada? Ver al joven Maradona bailar con la vieja, con la bola, en un vídeo de YouTube). Pero para eso, para deshacer los pronombres, unos y otros tienen que estar en el mismo patio. ¿Quién carajo levanta esos muros? ¿Quién forja esos encofrados de odio? ¿Acaso gente que habla del valor cristiano y lleva fósiles de miedo en los bolsillos? El miedo también se vende en minutos y por palabras. En las facultades de Periodismo habría que empezar a distinguir entre medios y miedos de comunicación y entre un mass media y un mass miedo. El objetivo último del miedo es amedrentar la libertad. Para oración, la del doctor Torga: "Libertad que hay en nosotros, santificado sea tu nombre".

En Todos nosotros, la gran cosecha de la poesía de Raymond Carver (edición bilingüe de Bartleby Editores), aparece un poema en forma de antigua letanía, pero que expresa esa nueva identidad. La identidad del miedo: Miedo a ver un coche de la policía acercarse a mi puerta. Miedo a dormirme por la noche. Miedo a no dormirme. Miedo al pasado resucitando. Miedo al presente echando a volar. Miedo al teléfono que suena en la quietud de la noche... Pero a la Gran Hormigonera le interesan sobre todo los miedos que se pueden amasar rápido y en serie. Algunos se llevaron cascotes del muro de Berlín como souvenirs. Los dejaron en la vitrina de la Historia, al lado del Despacho Oval. Y al volver, el cascajo había parido un muro de miedo de 1.200 kilómetros. Todo para encerrar a una inmigrante llamada Libertad.

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