Decouflé, el gran improvisador
El bailarín estrena su espectáculo híbrido de danza y vídeo en el Festival de Otoño
Abominan de lo estático. Lo suyo es el movimiento. Philippe Decouflé y los bailarines de la compañía francesa DCA han llegado al Festival de Otoño (www.madrid.org) con su última afirmación a favor del cambio: Sombreros. Una reflexión sobre la luz y las sombras que hoy y mañana tomará el escenario del Teatro Madrid. Una obra en constante transformación en cada función, como todas las que ha realizado esta compañía desde hace 15 años. Ellos no tienen repertorio y afirman con orgullo que lo suyo es prácticamente "un espectáculo a la carta".
Decouflé alza sus espesas cejas, juega con sus gafas y no centra su mirada inquieta. Él busca desde más de una década una perfecta simbiosis entre vídeo y danza.
Formado en la Escuela Nacional de Circo francesa y junto al mítico mimo Marcel Marceau, este bailarín se afana en encontrar el equilibrio entre el orden y el caos.
Pregunta. ¿Qué elementos cambian en Sombreros?
Respuesta. Cada una de nuestras funciones es una aventura nueva. La magia nace sobre el escenario. Se trata de art vivant. La esencia misma es el cambio continuo. Además, entra en juego el espacio concreto de la obra. Este teatro ofrece una buena visibilidad del suelo y esto es algo que hemos tenido en cuenta.
P. ¿La transformación continua acaba trastocando también la idea original?
R. Conozco muy bien a los bailarines y tenemos una relación de estrecha confianza. Es necesario establecer un marco muy preciso para que aunque la idea evolucione los postulados de base no se alteren. En este caso: la luz y las sombras.
P. ¿Y los cambios se introducen en función del público?
R. No sólo. Se trata de una alquimia, de una combinación entre los deseos de unos y los de los otros. No sondeamos al público para saber qué quiere. Todo es muy vivo. Se danza y se filma al mismo tiempo. Los bailarines generan sus propias imágenes.
P. ¿Las imágenes de vídeo son las sombras contemporáneas en las que se inspira esta obra?
R. La sombra es una inspiración clásica con un enorme potencial. Pero aquí no tratamos de explicar nada, sólo de abrir puertas. El problema de la danza contemporánea es que el público busca explicaciones. Yo quiero que mis espectadores capten desde el principio que no hay nada que entender. Su mirada no tiene que ser de reverencia religiosa sino libre. Se trata de que se rían y que se paseen por este sueño colectivo.
P. ¿El vídeo introduce una sensación de ficción?
R. Se trata de abrir otra dimensión, de expandir el espacio. Éste es un espectáculo muy híbrido que integra vídeo y danza de manera que uno puede ver al bailarín y un plano corto del detalle de su pie. En la sociedad actual sufrimos un bombardeo continuo de imágenes. Ésta es una manera de recuperar el control; la imagen aquí presta su ayuda a un cuerpo vivo.
P. La improvisación es un elemento clave en su compañía.
R. Los bailarines crean un nuevo rol sobre la base de lo antiguo y esto sólo se puede llevar a cabo si hacen suyo el papel. Ellos son informáticos, bailarines y realizadores. Tienen rasgos irremplazables.
P. ¿No tienen repertorio?
R. Las obras son frágiles y si no se ha vivido el proceso de creación todo acaba siendo mera forma. Me fascina la fragilidad de los espectáculos visuales, siempre al borde del precipicio. Si no las defiendes con uñas y dientes, las obras acaban siendo muy malas.
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