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A casa en limusina

En la casa paterna de A Canicouva esperaban a Ana María Ríos más periodistas que vecinos, porque la mayoría había acudido a recibirla al aeropuerto de Santiago. "Habrá festa rachada [en la que no falte de nada]", prometía un amigo. Pero allí no había ni donde tomar un café. Ni gaiteiros, ni mariachis.

La limusina blanca que trajo a la pareja desde Santiago paró ante la puerta de la casa a las cinco de la tarde. Ana María se apeó y de nuevo los aplausos de los vecinos, que ya eran más que los informadores, la emocionaron y no pudo contener las lágrimas. Con ella venían su marido, Marcos Dasilva, y sus padres, con la madre, Gloria Bemposta, cargada de rosas. "Dejadla entrar, por favor", pidió la madre a los periodistas."Para ella es muy importante este momento". Y entró, sola, solemne, para empezar una dilatada tanda de abrazos. Fuera estallaron media docena de cohetes.

"¡Pobriña, lo que ha tenido que pasar!", se compadecía una vecina. Todavía algunos de los coches llevaban los carteles que reclamaron su libertad, pero el ambiente ahora se cargaba de sana alegría. En el balcón había pancartas de bienvenida: "Ana y Marcos fueron al Caribe con discreción, ahora son portada en los medios de comunicación". A la pareja le esperaba por la noche una fiesta organizada en un local del pueblo. Ana María explicó que le apetece descansar unos días antes de volver a la peluquería en la que trabaja. Y, según su madre, "comer un buen cocido, que le he de preparar".

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