Nadal baja a la tierra
El mallorquín pierde en cuartos con el checo Berdych, al que tildó de "estúpido"
Nadal ya está en la Tierra. Y ha vuelto de golpe, repuesto en el suelo por un gigante, por un tenista capaz de devolverle golpe por golpe, desafío por desafío, diente por diente hasta el final. Nadal ya no defiende título en el Mutua Madrileña Masters de tenis de Madrid. Perdió ayer en cuartos de final contra el checo Tomas Berdych, 190 centímetros de pelotazos definitivos, profundos e hirientes: 6-3 y 7-6 (8).
Nadal no logró ganarle un set. Ni romperle el servicio. Por una vez, a Nadal se le hizo grande, infinita, inabarcable, la pista. Por una vez, Nadal no mandó sobre la cancha. Y, por primera vez, Nadal vio como un rival se despedía silbado por la grada, que le dijo adiós a Berdych entre gritos de "¡fuera, fuera!" tras ver cómo la había mandado callar, el índice en los labios, al ganar el partido. Sólo en eso, prácticamente, encontró respuesta Berdych en el mallorquín: "Ya sabemos que es bastante estúpido y que tiene que tocar las narices", dijo. A los carteles publicitarios del Masters ya sólo les queda Federer. Al torneo, el suizo, que se enfrenta hoy al argentino Nalbandian en semifinales, y Berdych, un tenista de sangre fría y corazón caliente.
Antes de enfrentarse a los tiros largos del checo, antes de correr la pista en busca de la iniciativa perdida, antes incluso de empezar el partido, Nadal ya intentaba resolver un misterio de difícil solución, la cuestión Berdych. "Yo me hago una pregunta", decía Manolo Santana, ex campeón de Wimbledon y director del torneo. "¿Cómo se le resta a Berdych? Yo no lo sé. Y espero que Rafa lo sepa". Resultó, sin embargo, que no, que Rafa no lo sabía. Que no, que no había manera de que devolviera los tiros de Berdych. El checo, de 20 años, sacó el mazo en los puntos que marcaron el partido. Ahí, en los tantos con los que se construyen las victorias y se aplaca a los públicos excesivos, como el de Madrid, el checo acumuló servicios magistrales y golpes imposibles, convertido en un tenista inalcanzable, lejano e intocable para Nadal.
Al mallorquín, a nadie le puede sorprender, ya le habían avisado de lo que se le venía encima. Aplícale la receta Ljubicic, le habían dicho: hazle correr, cánsale, aprovecha el esfuerzo, las energías que gasta en el saque para moverle hasta convertirle en un rival asequible. La receta Ljubicic. La misma que Nadal aplicó la campaña pasada contra el croata en la final del torneo. Berdych, sin embargo, no es Ljubicic. Berdych es más que un saque. Berdych tiene una derecha temible. Berdych tiene una altura que asusta. Berdych corre, ocupa campo y tiene una cosa, un arma, que Nadal no tiene y que Nadal quiere: sabe jugar a un golpe. Acaba los puntos a un golpe. Mata los peloteos de un golpe.
Viendo que romper el servicio del checo era imposible, a Nadal sólo le quedaba una carta: mantener el suyo y cruzar los dedos para que el partido se definiera a su favor en la muerte súbita. También en eso, agua. A cada golpe defensivo de Nadal, Berdych respondió buscando hacer la pista más grande, encontrando las líneas, el fondo, los pies, lo que más duele, según fuera necesario. Para cada ataque del mallorquín, desesperado y sin ritmo, empequeñecido porque no había peloteos largos, sólo trallazos, un palo tras otro, contestó su contrincante con un golpe más fuerte, más colocado, más lejano todavía de Nadal y su raqueta.
Fue tanta la distancia, tan desproporcionado el esfuerzo con respecto al premio, que Nadal sólo consiguió encender la caldera del Rockódromo al final, con el partido en el precipicio del tie-break del segundo set. Entonces estalló la grada. Entonces subieron las pulsaciones del partido y sonó el cambio de tercio, marcando que tocaba que dominara Nadal y que empatara el partido. Ganaba 6-5. Se jugaba el punto que le podía dar el set. Y lo perdió en otro pelotazo vertical, tremendo y a la línea de Berdych. Ahí murió el partido. Madrid se ha quedado huérfana. Al público ya sólo le queda a quién silbar: Nadal ya no está.
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