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LA NUESTRA
Columna
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Humo, olvido

Un niño no quiere ser nadie. Salir de la infancia es querer ser otro, o como otro. Y ese deseo abre la puerta en cada uno de nosotros a costumbres que nunca abandonaremos: observar, rechazar, imitar, acercarse, alejarse. Crecer es elegir ser alguien, y al elegir descartamos y preferimos modelos que, sin que nosotros lo supiéramos, estaban ahí para que hiciéramos con ellos algo, tomarlos o dejarlos, guardarlos para escribir a los cincuenta años un poema sobre ellos o toparnos con ellos un día malo en el que no hay más remedio que ajustar cuentas y pasar un mal rato. La mejor canción de Serrat dice aquello de "pasé por la niñez imitando a mi hermano". Pero eso vale hasta que un día ya somos como somos.

Esta semana Canal Sur ha estrenado Operación clon, una novedad que en su día se presentó como un programa "blanco", es decir, ni verde, ni rojo ni marrón, y pensado para la audiencia familiar. Ya pueden imaginarse de qué se trata: un concurso de imitadores de personas que aparecen todos los días en televisión a las que otras personas que nunca han aparecido en la televisión intentan parecerse a ellas lo más posible, al menos lo suficiente para salir en televisión.

La televisión no puede vivir sin el reciclaje; de hecho, su maquinaria sólo funciona para retroalimentarse con más de lo mismo; por eso aburre tanto. Y por eso tiene su parte de razón la sentencia de Godard que alguien citaba hace poco: "El papel de la televisión es fabricar el olvido". Operación clon es un programa, desde luego, perfectamente olvidable, pero sobre todo muy barato: más de lo mismo, pero hecho, en vez de con gente a la que hay que pagarle para que diga algo, con individuos cuya identidad consiste en parecer alguien que no son y que aspiran a un cierto triunfo por hacer que son lo que no son. Hay una manera de hacer pasable esta fórmula: que la imitación sea una parodia. Y el primer día de Operación clon un imitador imposible (ahí estaba la gracia) de la duquesa de Alba se paseó por el plató con una pancarta que reivindicaba el derecho de todos a disfrutar de una piscina (no lo entendí, pero tampoco importa). La parodia es un recurso irrenunciable, pero si nos quedamos en la imitación "blanca" que cabe en un "programa familiar", las cosas cambian: no se trata ya de ajustar las cuentas a alguien, sino de invitarnos a ser por unos minutos alguien a quien conocemos al dedillo y como el que es más que probable que quisiéramos ser. Vi a un imitador de Chiquito de la Calzada y a otro que aseguraba ser idéntico al rubio de Los Pecos. Y saldrán miles: es el salero, pero por dos duros y servido en formato de lujo.

Es una especialidad de Canal Sur esta faena de formatear lo cutre para hacerlo pasar por algo presentable. Estoy seguro de que los concursantes de este programa (bueno, la mayoría) son gente con la que se puede pasar un par de horas de diversión un día cualquiera en una ocasión surgida de manera espontánea. Pero eso mismo, envuelto en el ruido y los colores chillones de la televisión, es tapar huecos de programación, ahorrar hasta el último céntimo en dinero e inteligencia. Lo dicho: fabricar el olvido. O vender humo.

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