Los caminos de la revolución
Se ha dado una coincidencia en el tiempo que muestra la verdad de la famosa frase de Marx de que la historia se repite: ha sido condenado a cadena perpetua Abimael Guzmán e Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía ha hecho un llamamiento a la rebelión popular. Los caminos de la revolución, como los del Señor, son infinitos. Mientras el líder de Sendero Luminoso, "quinta espada del marxismo", pasará el resto de sus días en prisión, otros más jóvenes y dispuestos recogen la antorcha que mantiene la llama eterna de la lucha obrera. Si la cordillera andina vio cómo se aplicaban las teorías revolucionarias de Mao Ze Dong, el Valle del Guadalquivir vivirá una agitación popular en la tradición de la Mano Negra y otras revueltas campesinas y obreras.
Los camaradas José Manuel Mariscal y Enrique Centella, sexta y séptima espadas del marxismo respectivamente, mantienen viva la lucha del proletariado. Desde la creación de las primeras internacionales obreras hemos vivido un sinfín de luchas para liberar a los parias de la tierra. Bakunin, Marx, Lenin, George Dimitrov, Togliatti, Patricio Lumumba y Ché Guevara se han sucedido a lo largo de la historia en la lucha obrera con desigual fortuna. Cuando parecía que había llegado el fin de la historia, que no quedaban revoluciones por hacer, que la lucha final sería entre Google y Microsoft, el diputado de IU en el Parlamento andaluz José Manuel Mariscal ha comprendido que los nuevos caminos de la revolución son el Red Bull con Smirnoff, el Licor 43 con zumo de naranja y el Ballantines con Cocacola. Por ahí vamos a conseguir concienciar a nuestros jóvenes en aras de una sociedad más justa, donde no haya explotadores ni explotados, donde se dé a cada uno según sus necesidades y se tome de cada uno según sus posibilidades.
El camino hacia la dictadura del proletariado que allanará la vía hacia una sociedad sin clases empieza en el Carrefour los viernes por la tarde con la compra de varias Cocacolas de dos litros, unas cuantas litronas de cerveza, licor en abundancia, vasos de plástico y, un poco más tarde, el hielo suficiente porque con los cubatas calientes no hay revolución que prospere. La juventud concienciada se dará cuenta, al cuarto o al quinto cubata, que debajo de los adoquines está la playa y que es necesario ser realista y pedir lo imposible.
Los jóvenes tomarán nuestras plazas y nuestras calles para instaurar un orden mejor, una nueva comuna más justa e igualitaria porque sabrán que más vale vivir con un cubata en la mano que morir de rodillas, o como sea que fuera la frase del Ché Guevara. Siguiendo las tesis foquistas del famoso médico argentino, crearemos mil vietnams en nuestras plazas las madrugadas de los viernes y los sábados, y de ahí iremos al asalto del Palacio de Invierno, sea cual sea en cada sitio la sede del pérfido poder que pretende instalar una ley seca y el silencio en las noches de los fines de semana con el perverso objetivo de someternos a un orden fascista.
Como en todas las ciudades no hay río Neva ni un acorazado Aurora, los agentes del bolchevismo bebedor darán la señal para que nuestros jóvenes, al moderno y revolucionario grito "alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual" iniciarán la Larga Marcha, el Gran Salto Adelante o la forma que tome en cada lugar o momento esta nueva revuelta proletaria que puede cambiar la anticuada letra de La Internacional por el estribillo de la famosa chirigota gaditana. "Si te sientan mal los cubatas no te pongas metepatas, ¡ay! acuéstate, ¡ay! acuéstate, ¡ay! acuéstate". No aceptaremos de ninguna de las maneras la aplicación de esta Ley Antibotellón regresiva y reaccionaria: como dijo la Pasionaria: "No pasarán". Este rechazo agudizará la crisis del sistema y una decidida actuación de un grupo de valientes revolucionarios, la vanguardia del proletariado, dirigirá a los jóvenes hacia un nuevo futuro. Los nuevos guardias rojos del ron Brugal y del Beaffeater harán saltar por los aires el arcaico sistema burgués que nos oprime a todos. Dipsómanos del mundo, uníos.
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