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Motociclismo
Columna
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Jorge, el segundo hombre

Dice la leyenda que Jorge Lorenzo tiene gatos en la barriga. Esa cabeza redonda y ese lomo arqueado son inconfundibles: llega a la parrilla, mete la zarpa dos veces, se tumba sobre el depósito y le infunde el espíritu salvaje de las fieras acostumbradas a perseguir. Su talento se expresa como el rumor de la olla sobre la lumbre; es la explosiva sociedad del calor y la presión. Está claro que este aprendiz de Mercurio no se limita a buscar la conexión entre los cambios de marcha y los cambios de rumbo. Usa dos motores: el de su máquina, que provoca una estampida de caballos, y el suyo, que provoca una estampida de leones. Ya conocen sus rivales el peligro que representa un temperamento tan inflamable. Correr contra él no es enfrentarse a una combinación de habilidad y empuje, sino a una potente aleación de nervio y metal.

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"Cada peldaño que subes, peor"

Algunos de sus más ilustres colegas, llámense Álvaro Bautista o Dani Pedrosa, también han disfrutado del don de la precocidad, pero Jorge suma un plus de impaciencia. Cuando el motor completa su escala de zumbidos, él sigue manteniendo la prisa de la pólvora y se transforma en un deportista insaciable; en eso que los castizos del pit lane llaman un quemado. Por su transfiguración lo reconocemos: si gana, todo va bien; si pierde, sufre un brusco cambio de carácter. De repente no está para nadie: discute con los mecánicos, gruñe a los periodistas, reta a los comisarios y maldice los cuadros de la bandera. Se diría que, a fuerza de desear lo que no alcanza, está atrapado en la espiral del ganador, esa forma de tozudez profesional que sólo puede conducir a dos destinos: la cuneta y el campeonato del mundo.

Los expertos no consiguen explicarse la dureza de su carácter. Como todos los pilotos del último decenio ha incorporado el repertorio de movimientos automáticos que trajeron a Europa las grandes figuras americanas, gente impuesta en fracturas de huesos, ruedas de clavos y pistas de ceniza. Con sus vuelos, ceñidas, desplomes y cambios de perfil, hace del aire la última herramienta.

Sin embargo hay que buscar fuera de su escuela el secreto de su estilo desbocado. Llegó a la nueva temporada convencido de que su éxito estaba escrito en el calendario como una profecía. Y todo iba bien, pero en cierta carrera sufrió una caída tonta. Cuando volvió al box se tentó el mono y sintió que le faltaba algo. El problema era grave: había perdido el sitio.

Luego pasó por todos los estados de ánimo hasta que vio correr bajo la moto una mancha negra. Era la sombra del perdedor.

Desde entonces no se fía ni de su sombra.

Compite, sin saberlo, con la sombra del campeón.

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