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Crítica:XIV BIENAL DE FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La memoria mira al futuro

Yerbabuena ha querido mirar al pasado deshilvanando los recuerdos y mirando también al futuro. Lo ha hecho con algún apreciable cambio en el registro formal -la reconquista del color en el vestuario junto a la cuidada iluminación apuntan en ese sentido-, pero no así en la concepción global, que lleva impregnada la huella de su carácter creativo.

No es Eva una artista que deje indiferente. En las sucesivas creaciones que nos ha ido presentando, siempre ha jugado un papel determinante su fuerte personalidad y su resuelta actitud para plasmar en los espectáculos el mundo interior que le inquieta. En la difícil labor de trasladar a la escena esa íntima complejidad, residen los valores de su obra.

El huso de la memoria. Compañía Eva Yerbabuena

Baile: Eva Yerbabuena y cuerpo de baile. Guitarras: Paco Jarana, Manuel de Luz. Cante: Enrique Soto, Pepe de Pura, Rafael de Utrera, Jerónimo Segura. Percusión: Efraín Toro, Manuel L. Muñoz. Saxo-flauta: Ignacio Vidaechea. Artistas invitados: Patrick de Bana, Aída Badía, Eduardo Lozano. Sevilla. Teatro Lope de Vega, 6 de octubre de 2006

En El huso de la memoria, su quinto trabajo con compañía propia, la bailaora nos muestra una nueva entrega de su universo creativo en un formato que supone un paso más en su evolución estética y coreográfica. En ella sigue vigente, y puede que más definida, su querencia para incorporar al baile flamenco elementos de otras danzas que han prendido en su interior, tal es el caso de la contemporánea, a la que igualmente dedica espacios propios. Libre es de hacerlo, y aunque sea ostensible la orientación, también es cierto que sus estudios para el grupo son, en el fondo y en algunas cosas más, flamencos. Pero para flamenca está ella con un baile maduro y jugoso que transmite emociones en cada movimiento. Y sus bailes están repletos de ellos.

Gracejo y desparpajo

Cuatro momentos del espectáculo se reservó para sí. El baile por cantiñas y mirabrás, por su ubicación, puede que fuera el más impactante. Una lección con el mantón y una holgada bata de cola a la que imprimió vida a base de insuflarle todo el movimiento que demanda el estilo, más ese carácter añadido que incluye picardía, gracejo y desparpajo. Como contraposición, el paso a dos con Patrick de Bana, el sutil diálogo de dos cuerpos tan distintos que se unen en un mismo sentimiento. Ya al final, esa soleá suya que no por vista deja de impresionar. Síntesis y compendio de un baile canónico con elementos personales que ya son un clásico. Y de nuevo, para terminar, otro contrapunto: la interpretación dolida de la saeta de Enrique Soto. Un broche que se queda en la retina con toda su carga de expresividad.

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La saeta había sido una constante a lo largo de la obra. Gotas sonoras, fluir de agua en el delicado movimiento de Aída Badía y el cante de Pepe de Pura. Ese tiempo que se escapa tras una pared que absorbe su representación. En las coreografías para grupo destacó la que comandó Eduardo Lozano. Pero su exposición se extendió en demasía y terminó afectando al ritmo de una obra que tuvo una duración más larga de lo acostumbrado. La atención que requería la danza no impidió que, en muchos momentos, se gozara de la música, del cante y del toque que, comandado por Paco Jarana, compuso un todo cohesionado.

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