Eduardo mignogna, director de cine y ganador de tres 'goyas'
Mignogna solía decir que le interesaban más los personajes de mujeres porque eran más complejos que los de hombres -Norma Aleandro fue premiada en San Sebastián por su trabajo, junto a Federico Luppi, en la crepuscular historia de amor Sol de otoño (1996), premio Goya a la mejor película de habla hispana en 1997, e Ingrid Rubio recibió el premio de mejor actriz en el festival de Montreal de 1998 por un dramático personaje de chica coja en El faro del sur, película ganadora a su vez del Goya a la mejor película de habla hispana en 1999-, pero ello no iba en menoscabo de sus personajes masculinos. La fuga, que primero fue novela -galardonada con el premio Emecé en 1999, y luego película ganadora del Goya a la mejor extranjera de habla hispana en 2002- era un filme de hombres en el que brillaban, entre otros, Ricardo Darín, Miguel Ángel Solá y Gerardo Romano. Y en El viento (2005), la última película del director, Federico Luppi componía a la perfección uno de esos personajes atormentados a los que el actor suele insuflar arte.
En el momento de su muerte, Eduardo Mignogna estaba preparando su octavo largometraje, La señal, basado en una novela propia, y de nuevo con algunos de sus actores preferidos, en este caso Ricardo Darín. Se dice que Mignogna era un magnífico director de actores, pero que ante todo era un escritor: fue premiado en Casa de las Américas por su novela Cuatrocasas (1975), dedicada a Salvador Allende, lo que le valió ser perseguido por la derecha asesina de su país. Mignogna decía estar interesado en plasmar en libros y películas lo que él llamaba "los sentimientos encontrados", algo que reflejó en su primer largo, Evita, quien quiera oír que oiga (1983), por el que fue tachado de peronista por unos, y de lo contrario por otros.
Sea como fuere, Mignogna se vio obligado al exilio, como tantos compatriotas. Se refugió en Sitges a mediados de los años setenta, y a partir de aquel momento empleó su tiempo en escribir sobre temas tan peculiares como la cría de canarios, la vida de los papagayos, el ajedrez y las andanzas de Nostradamus. Fue al regresar a Argentina cuando comenzó su actividad cinematográfica y televisiva, por la que fue repetidas veces premiado. "Hacer cine es un vicio y una pasión, un empecinamiento, un juego delicioso, el pretexto para conocer personas y ciudades, probar comidas y vinos", declaró en una ocasión este director amante de la vida, desaparecido en plena efervescencia creativa.
- DIEGO GALÁN
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