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Columna
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Fasciculitis

Los fascículos están haciendo estragos. Bueno, y los coleccionables. Primero, consiguen que desaparezcan los kioscos al seputarlos bajo toneladas de cartulinas gigantescas. Luego, consiguen que desaparezca el que pica. Cuando uno anda como loco reservando entregas para no perder ni uno de esos relojes que reproducen los de las grandes marcas aunque en miniatura y con acabados de pegolete, ya anda mal. Lo siguiente es comprarse a plazos un terrenito en la Luna. Hay hasta un fascículo que incluye en la primera entrega un tornillo y un saco de cemento para construir lo que será una central nuclear. Para mí que quieren fastidiar a Irán. Lo de Arritxulegi se explica perfectamente gracias a la fiebre del fascículo. Van tres iluminados, encuentran unos trajes de camuflaje para el Madelman y no se les ocurre mejor cosa que ponérselos y tirar tiros por la patria al aire (o por la pata abajo). Es lo que tiene el fascículo.

Sin ir más lejos, todos los constructores de la gran Euskal Herria empezaron construyendo su propia casa de muñecas o adquiriendo adminículos para vestir a la Barbie comprados en el kiosco. Hay quien asegura que la confianza inamovible de Zapatero en el llamado proceso de paz proviene de su afición por Harry Potter, cuyo ajedrez se puede adquirir ahora mismo por entregas en cualquier lugar donde vendan prensa. Sí, en eso se han convertido los periódicos: en coartada -y plataforma- para el gran bazar de los coleccionables.

El silencio también se puede adquirir. No todo iban a ser entregas de ópera y piezas para construirse un estudio de grabación de último grito, y nunca mejor dicho. Lo venden también en fascículos bajo el gancho de las reboticas ancestrales. Además, por un poco de silencio regalan un kilo de mixtificación.

Vean si no lo que hace el PNV con ETA. Como ha decidido que ETA pertenece al pasado, cosa un tanto rara, porque ahí sigue tan campante y haciendo de las suyas, ha escogido guardar silencio ante las inexistentes manifestaciones de ETA (si pertenece al pasado no puede existir ahora, luego ETA no existe).

Claro que, por si acaso, el PNV no calla ante esa secuela de ETA llamada Batasuna y le agita delante mesas y le invita a la apertura de curso de la UPV. No se me ocurre otra cosa que contarles al esforzado lehendakari -cómo se esfuerza- y a sus muchachos lo que le sucedió al pobre Juan Ramón Jiménez. Digo lo de pobre porque en vez de reconocer lo poetazo que era prefirieron airearle las manías. Pues bien, cuentan que Juan Ramón no podía trabajar si no era en absoluto silencio. Harto ya de los ruidos que emitía el grillo de un crío de la vecindad, cerró un trato con éste. A cambio de un duro -así tarifó el chaval al insecto- Juan Ramón se hizo con el enemigo gritador y se deshizo de él soltándolo en la Casa del Campo. No contaba con que el chaval se compraría cinco grillos con el duro, por lo que hubo de sufrir el quíntuplo en su silencio.

Moraleja, silenciar no es fácil. O puede traer también sus consecuencias, sobre todo cuando se calla para no meterse en líos. Ha ocurrido en Berlín con la reducción al silencio del Idomeneo de Mozart. Algún alma escrupulosa falló que si se decapitaba a Mahoma en escena podía traer consecuencias. Y eso que la decapitación se producía junto a la de Jesús y Buda, con la particularidad encima de que no hay representación alguna de Mahoma que sirva de referente o de icono, porque el Islam es iconoclasta.

De esta manera, algo tan puntual y pasajero que sucede además en el interior de un tipo de espectáculo no precisamente de masas, se convierte en un fenómeno mediático sólo porque alguien quiso que no se viera. De haberse celebrado la función, el detalle hubiese podido pasar incluso desapercibido, a menos que algún otro escrupuloso hubiera llamado la atención para que no sucediera así.

Es lo que hay; se calla para no ofender poniendo en entredicho la capacidad de crítica. Muy débil debe de sentirse quien no acepta crítica alguna. Ni siquiera la destructiva.

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