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Crónica:BARCELONA MUSEO SECRETO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Mi Parlamento

Estoy disgustado con el Parlamento. Que nadie pregunte la causa de mi descontento. Me sobran los motivos. No me siento representado por esa gente ilustre. Ojalá que los bedeles los echasen a todos, a escobazos si fuere preciso... pero eso sí: manteniéndoles el sueldo íntegro, y condecorados con la Cruz de Sant Jordi.

Gente con más sentido de la realidad, con los pies en el suelo, ocuparía sus escaños.

Pienso, por ejemplo, en los dos mendigos homosexuales instalados desde hace años en la calle de Pelai, una acera muy buena, de mucho tránsito, delante de la zapatería Padeví. El que lleva el rol del varón es cojo y llega a su puesto de trabajo con muletas, pero nada más sentarse en el suelo se remanga el pantalón y se quita la pata de palo, para exhibir el argumento irrebatible del muñón; y el que va de mujer hay temporadas que luce barba y otras que se afeita, pero siempre va bien maquillado, con colorete, rimel y carmín.

Una vez oí cómo el tullido le comentaba a la novia el estado de sus finanzas. Solemnemente le dijo: "No te separes nunca de mí, y nunca te va a faltar de nada".

Según y cómo da un poco de miedo esa pareja, pero seguro que representarían bien los intereses de la comunidad; o por lo menos los míos.

También me gustaría ver allí a los dos hermanos gemelos que, desde hace décadas, caminan a ritmo de marcha rápida, como atletas autómatas, por toda la ciudad. Cuando un semáforo rojo les sale al paso, tuercen el rumbo y siguen caminando, pues parece que lo que les importa no es llegar a ningún sitio sino caminar sin descanso, como los indios machiguengas de la novela de Vargas Llosa El hablador, que temen que si se detienen el cielo se desplome. Estos hermanos tienen la cabeza grande, la piel rosada, son flacos, van correctamente vestidos; caminan encorvados y con la vista clavada en el suelo que se desliza incesantemente bajo sus pies. La verdad es que quizá uno de los dos se ha muerto porque de un tiempo a esta parte sólo se ve al otro, y cada vez como más descoyuntado, como si los huesos y el resto de la maquinaria se resintiesen del prolongado sobreesfuerzo.

Una tarde en el bar Las Ostras de la calle de València, donde le estaban sirviendo un vaso de tubo de agua del grifo, quise trabar conversación con él y enterarme de su historia (¡esa curiosidad que nos caracteriza a los periodistas! ¡Siempre a la caza de la noticia!). Pero el andarín rechazó mis aproximaciones sin una palabra, incluso un poco asustado. Apuró el vaso y salió a toda prisa.

Debería tener escaño también la homeless bajita, con barba y bigote canosos y ralos, estilo Fu-Manchú, que deambula pensativa por la calle de Tallers, en chándal, fumando, fumando. Gasta muy mal humor y se dice por el barrio que había sido monja y colgó los hábitos para ver mundo y vivir la vida.

Un escaño también para el hombre que está apoyado en la pared soleada de la plaza de Catalunya y vende folletos sobre la saludable dieta del ajo y el limón.

Por la misma plaza, un payaso con camiseta de rayas y narizota roja se pega a la espalda de los transeúntes que andan con prisa e imita sus andares. Si no le haces caso, te pregunta: "On t'has deixat l'alegria?". Ese joven podría formar grupo parlamentario y hacer buenas migas con la señora de piel tostada por el sol y cubierta con un pañuelo de bucanero que cada mañana atruena la Granja La Catalana donde desayuno, explicando a la parroquia que "jo de jove era molt maca", y que eso le viene de familia, pues también su madre era muy guapa. Nadie le hace mucho caso, pero en la Cámara podría hablar sin tasa de las cosas que le interesan...

Reclamo acta de diputado y que llamen ilustre al portero de una finca en la calle de P... que merodeaba el colegio de monjas a la hora de salida de las clases y gustaba de palparse la entrepierna ante las niñas atónitas. El pobre hombre creo que ha sufrido un grave accidente coronario, pues ahora anda en zapatillas y con la lengua fuera...

Hace tiempo que no se ve a la poetisa germánica, rubia, pintarrajeada y con faldas de gasa, que abordaba a los hombres en los alrededores de la cafetería Sandor y les ofrecía recitarles un poema de amor, "carnal o romántico" a su elección, y si la rechazabas te maldecía.

Yo también debería estar en ese centro de representación popular, pues aunque llevo corbata al cuello como todo el mundo, es cierto que hay algo por dentro que no acaba de funcionar.

El tipo ceniciento con bigotito negro, ahora ya canoso, que vende libros de la Falange a la puerta de la iglesia de los Redentoristas, que se venga, que se venga.

Ese señor con el cabello gris peinado en ensaimada para cubrir la calvicie, con chaqueta floja, que asiste a todas las inauguraciones, traba conversación con todas las mujeres que vayan escotadas, y si no se sirve vino, se enfada... que se venga.

Lástima que ya es demasiado tarde, y ya no pueda venirse con nosotros cierta señora que sobrellevó elegantemente durante largos años la desdicha de haberse quedado ciega. Era venerable, distinguida. Una tarde que durante la visita "pasó un ángel", e inesperadamente comentó:

-Lo que hace mucho que no se ve son enanos, ¿no?

museosecreto@hotmail.com

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