Rafael Palmero, director artístico
Colaboró con Saura, Camus, Berlanga y Cuerda
"Era el mejor de todos nosotros, el que mejores trabajos hizo y el más preparado, y a pesar de que ha sido muy reconocido, todavía hubieran debido de premiarlo mucho más". Quien así habla de Rafael Palmero, decorador, diseñador de producción y sobre todo director artístico, uno de los más inspirados del cine español de las tres últimas décadas, es otro de los grandes, Félix Murcia, que comenzó a trabajar con Palmero en la común etapa en Televisión Española y que firmó junto al fallecido varios trabajos de fuste.
Nacido en Madrid hace 62 años, Palmero murió ayer en su ciudad, víctima de un cáncer que le había sido diagnosticado poco antes del verano. Hombre de trayectoria, cursó estudios de Decoración en la Escuela Oficial de Cine, y desde 1969, año en que comenzó a trabajar en el ente público televisivo, hasta 1987 firmó numerosos trabajos para la pequeña pantalla, pronto alternados con su dedicación prioritaria, y fundamental, el cine.
En éste comenzó a mediados de los setenta, y un primer trabajo con Carlos Saura, como diseñador de producción de Cría cuervos, unió su destino artístico con el del aragonés durante casi 30 años, en una simbiosis artística fecundamente productiva. Juntos realizaron numerosos proyectos, algunos que insumían más de una dedicación (por ejemplo, en Flamenco, 1995, Palmero se ocupó no sólo del diseño de producción, sino también del vestuario), otros que gozaron de gran predicamento entre los profesionales, aunque no fueron reconocidos con premios (ocurrió en Sevillanas, 1992; en ¡Dispara!, 1993, o en Pajarico, 1997), y otros, en fin, que recibieron los favores de la profesión: en 1990, Palmero obtendría sendos premios Goya, en una decisión ciertamente rara, por su trabajo de dirección artística de ¡Ay, Carmela!, y, al alimón con Mercedes Sánchez Rau, el de mejor vestuario por el mismo filme, en un año en que, por si aún fuera poco, obtuvo igualmente una nominación por su trabajo de dirección artística en Lo más natural, de Josefina Molina. Repetiría galardones con Saura nuevamente en el último de sus trabajos conjuntos, El séptimo día (2004).
Además del director aragonés, otro habitual en la filmografía de Palmero es Mario Camus, con quien comenzó en Los días del pasado (1978), y continuó en Los santos inocentes (1984), La vieja música (1985), La casa de Bernarda Alba (1987), por la que obtuvo por vez primera el Goya y en la que deja perfectamente de manifiesto su capacidad para la reconstrucción histórica y el mimo con el que cuidaba sus primorosos interiores; Sombras en una batalla (1993), Adosados (1996) o La playa de los galgos (2002).
Con menos asiduidad, Palmero trabajó igualmente con Antonio Giménez Rico en algunos de sus títulos más populares (como El disputado voto del señor Cayo, 1986, o Jarrapellejos, 1988), con Luis García Berlanga (La escopeta nacional, 1978; Todos a la cárcel, 1993), con José Luis Cuerda (La viuda del capitán Estrada, 1991; La marrana, 1992, en el que interpretaba un pequeño papel como actor), Jaime Chavarri (A un dios desconocido, 1977), Miguel Picazo (Extramuros, 1985), José Luis García Sánchez (Pasodoble, 1988), con el primer Julio Medem, el de Vacas (1992), o con Patricia Ferreira (El alquimista impaciente, 2002).
Palmero era también profesor de Dirección Artística en la Escuela de Cine y Audiovisuales de la Comunidad de Madrid (ECAM) y en la Universidad Francisco de Vitoria. Es el padre de Rafael Palmero Jr., que se dedica al marketing cinematográfico, y de la decoradora Paula Palmero, habitual en los créditos de programas en Televisión Española.
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