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Columna
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Naciones

Hay jornadas en las que las ínfulas nacionales se apoderan de nuestros espacios públicos y sale un sainete. No me refiero aquí a la gamberrez catalana escarneciendo a quien ose hablar la lengua del imperio, en plan vade retro español Satanás, sino a las profundas palabras, las del gran Aznar en Washington. "Ningún musulmán me ha pedido perdón por ocupar España durante ocho siglos", y se estremecería el auditorio, así como el Papa a quien de esta guisa el egregio filósofo quería defender, y que, pues se las basta solo para encabronar al personal, no entenderá por qué le echa una mano el orador español, que tampoco es manco en tal habilidad.

Lo que extraña del aserto no es tanto que Aznar El Bueno quiera que los musulmanes pidan perdón, aunque es deseo con intríngulis, sino que se lo tengan que pedir a él, precisamente a él. Quizás los aznares del pasado se sintieron tan ofendidos por la invasión musulmana que desde el 711 se han ido pasando la consigna de padres a hijos, repitiéndose en secreto que los musulmanes les tenían que pedir perdón, como los damnificados de la gesta mora. Es la única explicación. No la tiene que, metido en gastos, el Aznar de ahora no exija también disculpas a celtas, fenicios, cartagineses, romanos, suevos, vándalos, alanos, visigodos y tantos que también se dieron un garbeo por aquí, quedándose alguno más de un verano. Hay para un buen sarao exculpatorio.

Todos los nacionalismos se parecen en lo de las reconstrucciones atrabiliarias de la historia, el mirar la paja en el ojo ajeno -y meterle el dedo- y la autocomplacencia. Aunque encaja en el argumentario, no resulta probable que los aznares de turno piensen que España deba pedir disculpas a indios americanos, musulmanes y demás a los que alguna vez la madre patria ha invadido haciendo la pascua, y tampoco en plan turismo vacacional.

Tenemos, pues, una nación rara, en cuyo nombre cualquier cosa parece valer. Así, no extraña la buena nueva de que el español más popular sea a la sazón Julián Muñoz (21% de popularidad, pese a su estancia carcelera, o por ella), seguido de Isabel Pantoja. La pareja suma el 36%, dejando en ridículo a Zapatero, que les sigue (12,5) y no digamos a Rajoy (1,4). Los hombres (y las mujeres) hacen a las naciones y con este liderazgo subjetivo hasta asombra saber que el 27% de los portugueses aceptaría integrarse en España y que el 96,5 % piense que Portugal estaría más desarrollado de unirse a España.

Eso ya no. Éstos, como no escuchan a nuestros nacionalistas, no se han enterado de la maldad intrínseca de España y de su capacidad opresora y represora. De creer al nacionalismo, hay más portugueses admitiendo ser España que vascos vascos en la misma tesitura. Pues si algún residente en tierras vascas tuviese similar convencimiento se debería a error, herejía o a no formar parte de la identidad de pueblo con identidad. Urge que el Gobierno vasco envíe comisionados a Portugal para que les desenmascaren a la España ocupante, inmovilista, impositiva y freno para el desarrollo, incapaz de comprender a los pueblos con identidad. Hay que cortar por lo sano. Si estas tropelías españolistas no se combaten de raíz, luego se complican. La entrada en liza del portugués complicaría nuestra lucha milenaria del buen vasco contra el mal estatal.

Les podrían enseñar a los portugueses ese anuncio prodigioso de Euskaltel, nuestra empresa insignia, que se promociona a partir de nuestros presuntos hechos diferenciales y que no tiene desperdicio cuando, entre otras perlas impagables, dice que "no es lógico" que, pese a que somos el "pueblo más antiguo de Europa" -¿en Euskaltel tienen un libro que clasifica a los pueblos por su antigüedad? Me imagino quienes saldrán los últimos-, también seamos el que gasta más fibra óptica, banda ancha y cosas así. En tan genial repaso a nuestras singularidades hay una consideración que quizás lo explica todo: "Dicen que [los vascos] practicamos poco sexo, pero hemos servido doscientas mil películas X", aseguran más o menos. Pues eso: al parecer, lo nuestro reside en el sexo virtual, las excitaciones exógenas y la masturbación, que es para lo que suele servir el porno; mayormente, onanismo, por mucha publicidad que le echen.

A veces impresiona la coherencia interna de la lógica nacionalista.

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