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Reportaje:Ciclismo | Mundial de Salzburgo

"¡No metas el 11, no metas el 11!"

Valverde usó un desarrollo demasiado duro en el 'sprint', pese a los consejos de Sánchez

Carlos Arribas

Samuel Sánchez es un líder nato. 900 metros después de haber convertido una curva a derechas -90 grados, un codo que empalma Lastenstrasse con el paso bajo del ferrocarril de Gabelsbergenstrasse-, en el ensanche de Salzburgo, el ciclista asturiano se para pasada la meta, establece su oficina medio sentado sobre su Orbea y, mientras su masajista, Torron, también de Asturias, le limpia el sudor con una manopla empapada en agua de colonia, él recibe en audiencia a todo el que lo solicita. Se paran dos o tres periodistas y empieza a contarles, voz entrecortada, emoción, falta de aliento, felicidad, la historia de la carrera.

"En los últimos kilómetros, Alejandro estaba nervioso al final, temía verse solo, no sabía cómo hacer, y he tenido que tranquilizarlo, que no se preocupara, le he dicho, que yo no le iba a fallar. Y entonces, de repente", está contando Samuel cuando le interrumpe Fran Ventoso, que se para a su lado y le rinde pleitesía. "¡Tercero y cuarto, tercero y cuarto!", le chilla Samuel. "Enorme, enorme", le responde el sprinter Ventoso, que se cortó en el último repecho. "Pero tenía que haber estado yo también allí para ayudar. Os he fallado, os he fallado. Lo siento". "Pero no digas bobadas. Todos hemos hecho lo que hemos podido. El año que viene estarás mejor. ¿Dónde estaba?", continúa el asturiano, dirigiéndose de nuevo a los periodistas, cuando le interrumpe con un abrazo de oso Paco Antequera, el seleccionador.

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"Qué grande, qué grande", le dice. "Y si sólo se nos engancha uno al final, yo también cojo medalla, habría sido magnífico", responde Samuel. "Ya, ya, pero lo importante era estar ahí", le tranquiliza Antequera, a quien Samuel desvela el secreto del bronce: "Es un cabezota Alejandro, es un cabezota. Le dije que no metiera el 11, que no, que con el 54 delante se iba a quedar clavado en el sprint, que le iba a faltar cambio, que era un pelín cuesta arriba, y no me ha hecho caso. Le he dicho 'no metas el 11, no metas el 11', pero nada".

El desarrollo. La multiplicación que determina los metros que avanza la bicicleta en cada pedalada, la fuerza que es necesaria para mover el pedal. La alegría. La frescura. La pesadez. El quid de la cuestión.

Un error genera dudas. Valverde perdió la Vuelta en un descenso que afrontó con un 52, un desarrollo demasiado liviano para bajar a Granada, para acercarse al kazajo Vinokúrov. Ayer, si creemos a Samuel, y no hay razón para no creerlo, si creemos también al propio Valverde, a quien no le dolieron prendas reconocerlo, perdió el Mundial porque en el sprint se empecinó en mover un 54/11, un piñón demasiado pequeño para un plato demasiado grande. "Sí", dijo Valverde, "me quedé clavado en la última recta, no pude moverlo".

En la última recta y en los repechos. Demasiado plato, demasiado plato, para mover ligeras las piernas, para guardar frescura. Mientras Bettini cuenta su historia en la sala de prensa, un mecánico sujeta su Time, su bicicleta, cintas doradas, sillín dorado de campeón olímpico.

Antequera, 12 medallas mundialistas en su haber desde que debutó con la selección, en 1997, imperdibles dorados, pequeños, colgando de su cuello como una medalla, los imperdibles que le sobraron de prender los dorsales de sus chicos en los "maillots", contempla la máquina del italiano. Mira piñones y plato y mueve la cabeza. "Ves, el 53", dice, "el error de Valverde no ha estado en el piñón, en el 11, sino en meter un plato de 54 dientes".

Valverde, con su medalla de bronce.
Valverde, con su medalla de bronce.AP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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