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CONTRASEÑA | Fernando Espinós
Columna
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Mediadores: revive el 'hombre bueno'

Cumplidos 30 años de ejercicio profesional, este abogado barcelonés, de 59 años, llegó a una conclusión: "Tenemos muchas leyes, pero poca cultura democrática. Hay que buscar salidas a los conflictos cotidianos de la gente. En 30 años he visto demasiadas injusticias". Especializado en derecho civil y mercantil, ha sido observador atento de problemas que las leyes resuelven, muchas veces, sin tener en cuenta lo que llama "legitimidad humana". Sabe que la perfección no existe, pero concluye que muchos conflictos pueden solucionarse a través del diálogo entre personas civilizadas antes de recurrir a una justicia abrumada por el trabajo: "Mucha gente no sale satisfecha de los juzgados". La justicia cumple su papel, que no es poco, pero se queda corta.

Así las cosas, en plena madurez, un buen día de 2001 decidió especializarse en algo que, desde hacía años, le rondaba por la cabeza: la mediación en la solución de conflictos entre personas. "Se trata de ayudar a las partes para que lleguen a un acuerdo por ellos mismos. Los americanos, abogados de Harward y asistentes sociales, fueron pioneros en los años setenta. En España, como en todas partes, la gente quiere que se le solucionen los problemas y no se dan cuenta de que son ellos mismos, muchas veces, los que pueden hacerlo". Responsabilizarse de los propios actos, flexibilizar posiciones, analizar las situaciones correctamente, aprender a dialogar, hablar con libertad y de forma voluntaria, lleva, según esta escuela de comunicación que es la mediación, a entender las razones ajenas y las propias, y de esta manera, trabajosa y lenta, a superar no pocos problemas.

Hizo dos masters, en España y en Suiza, comenzó a ejercer la mediación desde su despacho, sobre todo en cuestiones familiares, y con dos colegas, también abogados e igualmente entusiastas, hace un año montó Alter (www.altersim.com), una empresa dedicada la mediación integral. Hoy es uno de los primeros expertos de España, le llaman de todas partes para dar conferencias, da clases. Acaba de volver de Argentina, donde la mediación es obligatoria antes de que los conflictos de todo tipo pasen a los tribunales. "Siempre he necesitado algo más que el derecho", explica. La mediación le permite seguir con una vocación que ha pasado por el voluntariado, ayudando a homeless españoles, y la dedicación a los derechos humanos, con estancias en Colombia y con los meninos da rua en Brasil. Hasta llevó a dos de sus tres hijos, entonces de 18 y 20 años, a Nepal, para ayudar en un orfanato durante sus vacaciones.

Hijo de una familia de la burguesía barcelonesa, con unos abuelos ultracatólicos -"en casa de mi abuela estaba el Santísimo y había misa diaria"-, su trayectoria es común a la de muchos de su generación: despertar, en la universidad, a una realidad brutalmente injusta. "Mi mujer, que es asistente social, me ayudó mucho en esa evolución", dice. Una maduración que hoy cristaliza en la mediación: "Un mediador no juzga y parte de la idea de que todas las opiniones son legítimas". Una vocación clara de hombre bueno, provocada por los cambios sociales.

La necesidad actual de mediadores de conflictos parece síntoma de una preocupante incapacidad social para comunicarse y entenderse: "No es cierto que hablando se entienda la gente. Para entenderse es necesario hablar de manera positiva, con espíritu abierto, escuchando al otro. Esto, hoy, es ir a contracorriente". Lo tiene claro: "Lo que la gente normal recibe habitualmente es la cultura del no diálogo, del insulto y la agresividad permanente. La política, la competición económica y laboral, expresa todo esto. Desde hace años se percibe la necesidad de impulsar una cultura del diálogo positivo entre las personas". Recuerda que lo que le parecía predicar en el desierto hablando de mediación hoy es una enorme lluvia. "Ya no hay desierto, la mediación sube. En Francia funciona, en Gran Bretaña va muy bien la mediación económica, en Barcelona el Juzgado número 18 está haciendo una prueba piloto. Las administraciones se apuntan: estamos empezando algo que va a crear puestos de trabajo pero, sobre todo, una cultura de respeto, de comprensión, entre la gente". Habla de mediación preventiva: "Los conflictos existirán siempre, pero hoy hay un problema cultural de entendimiento mutuo. Es como si nos hubieran comprado un coche y no supiéramos conducirlo: hay que aprender a dialogar y a escucharse. Este descubrimiento me cambió la vida". Tiene prisa: le esperan como mediador en un conflicto intergeneracional. Padres e hijos que no se hablan, pero acaban haciéndolo "si ellos quieren y si sale la verdad" ante de un imparcial hombre bueno, una vieja figura hoy reinventada en la mediación.

m.riviere@yahoo.es

PERFIL

"Hay que crear una cultura del diálogo. Esto significa responsabilizarnos de nuestros actos, decir la verdad, escuchar las razones del otro, flexibilizar posiciones...". Es lo que mueve a este abogado barcelonés de 59 años, con 30 de experiencia profesional a sus espaldas, que ahora, con dos colegas, se dedica a la mediación. Es una novedad en España: se trata de ayudar a que las partes de un conflicto se pongan de acuerdo por ellas mismas. Una tarea difícil y complicada: el mediador no es un juez. Es un 'hombre bueno', eso que de tan antiguo ya es nuevo.

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