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Columna
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El rayo

Manuel Vicent

Pese a que pueda parecer una maldición, morir bajo una formidable tempestad fulminado por un rayo es, sin duda, la forma más romántica de irse de este mundo. Despues de una larga vida de inteligencia y placer, sería un privilegio subir a la ladera de un monte para contemplar desde allí un valle muy verde y que, de pronto, se abriera el cielo y que el propio Júpiter te coronara la cabeza con una centella seguida de un poderoso trueno cuyo estallido obligara a buscar refugio a todas las alimañas. No obstante, hay casos en que los dioses conceden a los mortales un don más deseable todavía. Algunas veces el rayo entra por la fontanela del cráneo humano y sale por los dedos de los pies sin dañar ningún tejido del cuerpo. Conozco a gente que ha pasado por esta prueba y todos reconocen que han salido de ese trance con la personalidad cambiada. El rayo que te parte en dos sin matarte, te cura de todos los males. Reumas, artritis y lumbagos desaparecen para siempre. Los huesos vuelven a recuperar la fortaleza. Las venas se limpian de grasa. El colesterol se va por las escotillas. Las neurosis, esquizofrenias y paranoias se esfuman. Si uno anda demenciado, la mente recupera el equilibrio, porque no hay electrochoque que pueda compararse con esa descarga fulminante que baja del firmamento. Haber sido traspasado por un rayo y no haber muerto también es una experiencia religiosa. No sólo se purifican la sangre y los órganos del cuerpo; también el espíritu se procura muchos beneficios. Lázaro fue resucitado y de regreso de la muerte ya no pronunció palabra alguna. Su silencio tal vez se debía a cosas muy negras e inexplicables que había visto en el otro mundo; en cambio, los que salen vivos del rayo, además de sentirse rescatados también por los dioses, se convierten en héroes de todas las barberías y tabernas, aunque no tengan nada que contar. El rayo es la culebra con que Júpiter rubrica la vida de algunos privilegiados bajo la tormenta. Quienes han pasado por esta experiencia cuentan que por un momento se les hizo la oscuridad y en el interior de ella al instante percibieron que su alma había cambiado de sitio. Su cuerpo se había vuelto glorioso y rubio por dentro; tambien con una nueva virginidad en los ojos descubrieron dulzuras de esta vida que hasta entonces nunca habían percibido. No sólo había desaparecido cualquier dolor y todas las neuras sino que, siendo hasta entonces muy cobardes, en adelante se negaron a obedecer y por primera vez se sintieron liberados.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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