La necesaria e inevitable inmigración
Ante la avalancha de cayucos y pateras que arriban llenos de inmigrantes muchas alarmas sociales se han disparado. España, que había sido un país de emigración, no ha estado acostumbrada a este tipo de situaciones.
Los Consejos de Ministros de España y de la Unión Europea y la Comisión Europea tienen la cuestión sobre la mesa, mientras que algunas autonomías han protestado por la falta de medios de acogida con que cuentan y algunos partidos políticos han empezado a cavilar sobre la necesidad de una nueva ley de Extranjería o sobre las consecuencias que tendría dar el voto a los inmigrantes extracomunitarios.
España ha impulsado, además, que el Consejo Europeo, bajo presidencia semestral finlandesa, aborde el tema para ver las posibilidades de implicación diplomática y económica europea en la cuestión a las pocas semanas, por cierto, de que haya empezado a funcionar la "Frontex" que es el nombre de batalla con el que se conoce la nueva "Agencia Europea para la cooperación operativa en las fronteras exteriores de los Estados miembros de la UE".
Entre nosotros se ha instaurado el "vértigo" de la masa de inmigrantes cuando deberíamos concienciarnos de que la inmigración es necesaria e inevitable. Deberíamos, además, estar satisfechos de que España atraiga inmigrantes pues ello demuestra que nuestra economía ha venido creciendo más que la de otros países de nuestro entorno y ejerce un poderoso "efecto llamada".
Los subsaharianos, los marroquíes, los sudamericanos o los asiáticos no emigran a países en donde no van a encontrar trabajo. Van, precisamente, hacia donde sus amigos y familiares -que ya emigraron y se instalaron- les dicen que van a poder ganarse el sustento y van a poder remitir algunos ahorros a su familia. Este es el "verdadero efecto llamada" y no la simple posibilidad de "legalización".
Entre 1990 y 2005 Estados Unidos, con más de 15 millones, y Alemania y España con más de cuatro millones cada uno, fueron los países que más inmigrantes registraron, y el flujo seguirá si mantenemos las tasas de crecimiento. Estados Unidos, Canadá, Australia y otros países han sabido hacerlo y se sitúan -gracias en parte a ello- en los primeros lugares del ranking mundial de desarrollo.
Dadas las previsiones demográficas para los próximos años, hay que asumir la "inevitabilidad" de las migraciones masivas. Éstas van a producirse ante la realidad de unos países ricos con maltrechas tasas de natalidad y nuevas necesidades de mano de obra ante su progresivo envejecimiento, y de unos países del "Sur" con natalidad pujante y escasa creación de puestos de trabajo. El 98% del aumento esperado de la población mundial entre hoy y el 2050 tendrá lugar en los países del Sur y las llamadas a la emigración ante los desequilibrios Norte/Sur seguirán siendo enormes.
En los próximos años las migraciones masivas serán necesarias e inevitables y un ingrediente importante de la "globalización", contribuyendo a la lucha contra la pobreza en el Sur. Pues no en vano las remesas de los casi 200 millones de emigrantes que hoy existen en el mundo duplican el flujo de ayuda oficial al desarrollo (160.000 millones de dólares contra 79.000 millones). Esta cifra es superior, por ejemplo, al beneficio que supondría la liberalización comercial que se derivaría de la ahora embarrancada Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio. Recordemos, además, que España recibe más remesas de emigrantes de las que manda al exterior pues hemos heredado una situación emigratoria que solo recientemente ha cambiado de signo.
Ante la "inevitabilidad" de que siga el flujo migratorio hacia España, como ocurre y ha ocurrido en otros "países del Norte", no hay que tratar de poner medidas policiales en contra de los inmigrantes, sino establecer políticas para minimizar los efectos negativos que genera la migración (gestión multiétnica, guetos, mafias, costes en sanidad y educación, desajustes salariales en relación a la productividad...) y para maximizar los efectos positivos de ella derivados.
Hay, pues, que evitar el "alarmismo" valorando los efectos positivos que comporta la "inmigración" (mejora de la fertilidad frenando el envejecimiento de nuestra población, rellenado de "huecos" en nuestro mercado laboral, aportación de nuevos productos y negocios, ingresos fiscales y para la seguridad social, activación del consumo y, a su través, la inversión...). ¿No se habría frenado ya la construcción si los millones de inmigrantes que han llegado a España en los últimos años no estuvieran comprando pisos?
Lo que debe preocuparnos no es que sigan viniendo más inmigrantes sino que la economía española pierda posibilidades de seguir atrayéndolos, pues ello querría decir que España ha dejado de ofrecer puestos de trabajo estables y productivos tanto para los "nacionales" como para los inmigrantes.
En otras palabras: lo que hay que conseguir es que el modelo económico español -inmigración incluida- se adapte lo mejor posible a la globalización de la que las migraciones son -también- un factor integrante.
Francesc Granell es catedrático de la Universidad de Barcelona y miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras.
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